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Cuando se habla de la pobreza, parece siempre que haya una buena gente que han nacido pobres y que deben resignarse a vivir de la caridad de los que hemos tenido más suerte. Como si la pobreza se generase espontáneamente y sin mediación de nadie. Com si no existieran unos responsables directos, que, eso sí, siempre consiguen irse de rositas. Como dice Esteban Beltrán, director de la sección española de Amnistía Internacional (entrevista en el número 358 de la revista Integral):"Cuando el Gobierno de Zimbabue utiliza los cereales para matar de hambre a la oposición política, eso es una violación de derechos humanos. Cuando una empresa como Shell, en el delta del Níger, contamina 31.000 km2 y deja sin alimento a millones de personas, eso es una violación de derechos humanos y alguien tiene que pagar por ello. Cuando el Gobierno de Israel destruye 3.500 viviendas de palestinos, eso es una violación de derechos humanos".Se puede decir más alto, pero no más claro. Y sin embargo, cuando se cumplen catorce años de la ejecución de Ken Saro-Wiwa, Shell sigue operando con total impunidad en el delta del Níger (con pagar 11 millones de euros para evitar una sentencia judicial, listos, será por dinero). Mientras tanto, el pueblo ogoni lleva la friolera (es una expresión, su tierra arde) de medio siglo soportando esta situación. Recuerdo las manifestaciones contra la sede de Shell en Londres, acusándoles de tener las manos manchadas de sangre... Supongo que a los ejecutivos de Shell, la gente a la que se nos ocurren estas ideas les debemos parecer de lo más ingenuo. Pero tenemos las manos un poquito más limpias. Nunca olvidaré los días que transcurrieron desde la detención de Saro-Wiwa hasta su muerte, el día en que le mataron, el funeral en Londres... Todo ello lo compartí con la comunidad nigeriana.Catorce años más tarde, en un nuevo milenio, en la era de la información, hoy hay más gente que conoce lo que está sucediendo y se sigue contando con el apoyo de AI, de Greenpeace... Somos más, pero no somos de los que cuentan y parece que no esté en nuestras manos que los culpables paguen con algo más que dinero, que dejen de torturar a una tierra y a un pueblo con quienes nunca se les perdió nada en primer lugar. ¿Cuándo se les hará entender que por más capitalista que sea nuestra sociedad no todo vale? No sé si lo verán mis ojos. Los de Saro-Wiwa y sus compañeros (siempre se habla él, pero no murió solo) seguro que no.Fotografía de Ed Kashi. Artículo interesante sobre Ken Saro-Wiwa aquí. Artículo en Público sobre el juicio contra Shell aquí. Plataforma de recuerdo a la figura y la labor de Ken Saro-Wiwa (web en inglés).
Sobre las exhumaciones de fosas de víctimas de la Guerra Civil:
"No conozco ningún otro país en el que las víctimas de desapariciones extrajudiciales sean, además, las que tienen que exhumar los cadáveres de sus familiares".
Y no lo digo yo; son palabras de Esteban Beltrán, director de la sección española de Amnistía Internacional, que sabe lo que se dice (entrevista en el número 358 de la revista Integral).
Pues eso.
Ayer vi Haruka naru yama no yobigoe (1980), traducida al español como Llanto de primavera, de Yoji Yamada, uno de los directores más conocidos en Japón. Yamada es famoso en occidente por su trilogía de samurais, sobre todo por El ocaso del samurai, que yo no he visto (lo de los samurais me sigue costando).
Me llamó la atención la estructura de la película, que recuerda mucho a un "western", incluso en la música. A ello contribuye sin duda el protagonismo del actor Ken Takakura, a quien se considera el Clint Eastwood japonés (a pesar de que de joven se daba más un aire a Gregory Peck). Takakura es un actor famosísimo en su país y la verdad es que tiene una gran presencia, llena la pantalla; por no hablar de lo apuesto que resulta ("apuesto" es un adjetivo que no se utiliza demasiado actualmente, a pesar de que me parece muy expresivo y encaja como un guante en la descripción de este actor). Total, que tenemos a una viuda todavía joven y guapa matándose a trabajar en una remota granja, con un crío que es una monada (al que han puesto por nombre Takeshi, que según dicen en la peli significa "samurai con ambición", que a quién se le ocurre) y llega un misterioso extraño dispuesto a ayudarla (y a darse unos garbeos en yegua y marcar pectorales con camiseta de "currela", ya que está puesto). Qué más quieres, vamos. Lástima que nadie da duros a peseta y el hombre tiene un pasado (como todo el mundo, por otra parte). Y hasta aquí puedo leer.
A los protagonistas, el mencionado Takakura y Chieko Baisho (que ha trabajado en muchísimas películas de Yamada), les acompañan personajes secundarios tipo "la buena vecina", "el primo de ciudad" e incluso un pretendiente-bufón. No sé si es porque me recuerda tanto a un "western" o porque realmente este director está muy influenciado por el cine occidental, como he leído por ahí; pero si no fuera por los cuencos de sopa de miso y arroz (y sus correspondientes palillos) casi te olvidarías de que se trata de una película japonesa que transcurre en Hokkaido. Lo cual no tiene por qué ser ni bueno ni malo por sí solo. En cualquier caso, resulta muy tierna de ver. Recomendable.
Mientras que a Margaret Atwood se la considera la mejor novelista canadiense contemporánea, se suele decir que Alice Munro (Ontario, 1931) es la mejor escritora de relatos en inglés del momento. Sus cuentos aparecen regularmente en publicaciones del prestigio de The New Yorker. Nunca he compartido tal entusiasmo (por Munro, quiero decir); pero debo ser la única porque dicha fama se ha visto reforzada este año al añadir el Man Booker a su larga lista de premios. El jurado del Man Booker (premio al conjunto de la obra de un escritor) la eligió por su "forma de escribir prácticamente perfecta". Cabe decir que Atwood fue una de las candidatas a dicho premio en 2007 y no lo consiguió; para gustos, colores, porque yo sigo pensando que escribe mucho mejor que Munro. Pero, bueno, siempre dispuesta a reconsiderar mis opiniones (aunque no entiendo mucho lo de la perfección a la hora de escribir), me he leído The View from Castle Rock (2005).Quizá si no le precediera su fama, me hubiera parecido de mayor mérito su estilo. No lo sé. El caso es que su forma de escribir no me parece para tanto (admitiendo que escribe bien, por supuesto). Y la principal pega que le encuentro a este libro es que no sé si es una novela o una colección de relatos. Como soy tan cuadrada de mente, a mí me gusta que quede claro lo que estoy leyendo. En el título pone "Stories", así que debe ser una colección de relatos. Pero el caso es que se presentan en orden cronológico, formando una especie de memorias familiares, y cada relato continúa la saga familiar donde lo dejó el anterior. Pero como novela carece de unidad, no es homogénea; varía en tono, en ritmo, resulta deslavazada. Estamos tanto tiempo en el barco que nos lleva a América como en el hospital esperando a que atiendan al padre de la protagonista, alter ego de Munro.He de decir que este libro se salvó de "la quema" por dos motivos básicos que nada tienen que ver con la autora: un viaje en tren sin otra lectura y mi reticencia a abandonar antes de la página 80. Y aunque es cierto que va ganando en interés según se avanza en la lectura, me quedo con la sensación de que Alice Munro lo ha escrito más para ella (quizá una deuda pendiente que necesitaba saldar dada su edad) que para los lectores.
Se puede leer el primer relato (el que da nombre al volumen) en inglés aquí.
La vista desde Castle Rock está publicado por RBA.
Otras colecciones de relatos de Alice Munro traducidas al español: Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio, El amor de una mujer generosa, Secretos a voces y El progreso del amor.
Premiada como mejor película (y mejor actor, merecidamente, para Sam Rockwell), en el último Festival de Sitges se quedaron cortos; a Moon deberían haberle dado también el premio a la mejor banda sonora, de Clint Mansell. Pero, vamos, no sé si tienen ese premio y ni siquiera vi las demás películas; así que como para opinar. Tanto entusiasmo por una película de ciencia-ficción no es habitual en mí; pero al César lo que es del César.Nada más empezar la peli ya vemos que esto (gracias a dios) no es Star Trek y la gente tiene orejas normales. De hecho, la gran sorpresa es lo creíble que resulta todo: la crisis energética, las instalaciones lunares, la vida del astronauta-minero... No hay nada como tener poco presupuesto. Se nota que al director, Duncan Jones, le gustan las pelis de ciencia-ficción de los años 70; Moon no parece una película del siglo XXI. Es más, seguramente si la hubiera rodado hace 30 años ahora sería un clásico del género.Sin efectos especiales ni invasiones disparatadas, con un ordenador que habla con la voz de Kevin Spacey (que es buen actor hasta en semejante papel) y que es un pelín demasiado sentimental para haberlo programado una empresa que cotiza en bolsa, Moon seduce en su conjunto a pesar de las pegas que puedan ponérsele.
Tráiler bastante inocuo aquí.
Mientras esperamos que este buen hombre nos regale otra novela tras la magnífica The Enchantress of Florence, no queda otro remedio que echar la mirada atrás, a sus libros más recientes. Su novela anterior, Shalimar the Clown (2005), recibió un cierto varapalo de la crítica por su excesiva ambición (a pesar de las reseñas negativas, el libro obtuvo varios premios de prestigio en India y Gran Bretaña, donde también quedó finalista para el Whitbread), lo que no deja de ser curioso; porque una de las principales características de Salman Rushdie es su insaciable ambición literaria. Rushdie es un escritor que no se acomoda, que no teme a los riesgos (es más, parece que le encanten). Y si hay un tema complicado que a Rushdie no le intimida lo más mínimo es el de esta novela: las tragedias políticas y religiosas del mundo moderno. Ahí es nada. Ese sería el plano más general, aunque Rushdie se concentra sobre todo en las raíces de la violencia y en la díficil situación de Cachemira.Y si es cierto que las mejores partes de la novela son las que transcurren en Cachemira, no lo es menos que solo Rushdie puede salir airoso de una trama tan disparatada que consigue meter en una misma novela a los nazis y la resistencia, el conflicto de Cachemira, el yihadismo, los disturbios en Los Ángeles (el caso Rodney King) y a Akbar el Grande (por el que debe sentir una especial predilección). Y seguro que me estoy dejando algo. En mi opinión, el título no está a la altura de semejante despliegue. De hecho, siempre he pensado que los títulos no son el fuerte de este escritor de tanto talento. El único que me parece bueno (sin pasarse, pero muy adecuado) es Midnight's Children. Pero, desde luego, eso es un detalle sin demasiada importancia en comparación con las "constantes Rushdie": un auténtico torrente narrativo, su estilo majestuoso, la ironía...Rushdie es capaz de transmitir el horror de un conflicto con el que la gente suele cenarse; solo por eso vale la pena leer este libro, aunque yo creo que tiene más méritos. A mí que me den cualquiera de estas novelas de Rushdie que la crítica a veces considera fallidas. Las prefiero mil veces a otras de escritores menores, por más que se las aclame y premie. El problema de Rushdie es que es superlativo. Y eso dificulta mucho las reseñas, los análisis... Para muestra, véase el título que le he dado yo a mi entrada.Shalimar el payaso está publicado en Mondadori y Debolsillo.
de por qué no me gustaba ver pelis asiáticas. Tiempos de amor, juventud y libertad (Three Times, 2005) de Hou Hsiao-Hsien parece rodada para demostrar que mis antiguos temores no eran tan infundados como pudiera pensarse.
Shu Qi y Chang Chen (muy guapos ellos, eso sí) protagonizan las tres historias supuestamente de amor (sin consumar, de pago y turbulento) que transcurren en tres lugares y momentos históricos diferentes. Las tres están narradas con gran belleza visual y (¡ay!) esos silencios que me han mantenido muchos años bien lejos del cine asiático. Lo del ritmo lento, lo de la historia de cine mudo tienen un pase; pero los silencios me matan.
En fin. La crítica más fan la tilda de "hipnótica"; lo cual explicaría por qué casi me quedé dormida.
Tráiler aquí.
Como preparación / anticipo de las vacaciones de navidad (¡volvemos a Japón!), me estoy dando un cierto "atracón" de novelas japonesas. En esta ocasión me llamó la atención el debut literario (desde entonces ha publicado tres obras más) de Hitomi Kanehara, Hebi ni Piasu (traducida al español como Serpientes y piercings); sobre todo por la combinación de juventud, premio prestigioso y gran éxito de ventas (un millón de ejemplares en Japón, la mitad de las ventas en el primer mes, y traducciones a 28 idiomas).
Kanehara escribió esta novela antes de los veinte años, cuando llevaba ya unos cuantos viviendo en las calles de Tokio tras irse de casa y dejar la escuela. Así que nos imaginamos que sabe de lo que habla cuando narra la vida de unos jóvenes que se automarginan de una sociedad que detestan y que buscan la soledad, el dolor, la muerte. Es decir, esta novela nos habla de esos jóvenes japoneses que tanto fascinan a los occidentales. Mientras en nuestra cultura la muerte es tabú, algo inaceptable, en Japón siempre ha sido una obsesión. Yo he de decir que leí esta novela por pura curiosidad; porque el sadismo no me atrae nada. Debo tener problemas para distinguir la realidad de la ficción; lo paso fatal con según qué escenas en las películas y las novelas. Y, en este caso, han sido 100 páginas de escalofríos. Pero no mucho más. Por más que la alabe Ryu Murakami, no le veo mérito literario más allá de conseguir que no dejemos el libro sin acabar (y en mi caso ni siquiera eso, porque no suelo dejarlos antes de la página 80 y con un libro tan corto, era quedar mal por poco, encima estaba de viaje y no tenía otras cosa que leer). Los personajes no están bien dibujados y no consiguen arrastrar al lector a su mundo, que este sienta al menos compasión por estos jóvenes tan perdidos. Nos quedamos fuera; horrorizados, perplejos, sintiendo repulsión e incomprensión, pero fuera.
Supongo que la concesión del prestigioso premio Akutawaga (el más importante en Japón) en 2004 a las escritoras más jóvenes de la historia del galardón (lo compartieron la propia Kanehara y Wataya Risa) era una especie de relevo generacional. Autores como Ryu Murakami (parte del jurado) y Banana Yoshimoto le pasaban el testigo a estas mujeres, hijas de una sociedad próspera, ultratecnológica, pero tan extraña, aislada y solitaria como la de la generación anterior (herederos de los traumas de la postguerra). En ese sentido, los primeros años del siglo XXI son una continuación de los contrastes que caracterizaron a la segunda mitad del siglo XX, con un país que sigue debatiéndose entre el pasado (quedan vestigios muy claros como el machismo, la pena de muerte, la fascinación por lo morboso...) y el futuro, con un presente más que confuso. No es extraño que se desee premiar y encumbrar a unas adolescentes en un país que también parece estar pasando por una larga adolescencia sin rumbo.
En fin, a mí Japón me fascina en su conjunto, no únicamente por su lado oscuro. Pero, si se trata de hablar de soledad, Haruki Murakami es mucho mejor escritor (me duele hasta la comparación). Para brutalidad, tenemos al "otro Murakami", mucho más sólido que la discípula que le ha salido. Y para personajes atormentados, Yoshimoto está a años luz de Kanehara. Vamos, que tanta automutilación no me aporta nada.
Serpientes y piercings está publicado en Emecé (Columna, en catalán).
Siempre digo que no aprovechamos la oferta cultural de Barcelona, que no es Londres, pero cosillas para ver/oír abundan (más que el tiempo para ir a echarlas un ojo o para investigarlas siquiera). Suerte que a veces me hacen propuestas de lo más honestas como el programa doble sugerido esta semana por la jefa de los Novelantes (¡mil gracias, Caro!), que encima ha coincidido con una relativa tranquilidad en el frente; así que miel sobre hojuelas.
Dentro de la programación del Festival In-Edit (Festival Internacional de Cine Documental Musical de Barcelona), fuimos a ver primero el documental ficticio Spinal Tap, de Rob Reiner, que cumple este año su veinticinco aniversario. La historia de este documental tiene tela; porque se inventaron una banda "heavy" inglesa y se eligieron a unos actores que fueran músicos además. Tal fue el éxito del documental (se ha convertido en toda una peli de culto) que Spinal Tap llegó a grabar discos y actuar para sus fans. Las imágenes "retrospectivas" de los inicios del grupo en los años cincuenta cantando "Listen to the flower people" son para troncharse; así como las referencias a los baterías muertos... En fin, una parodia que no ha envejecido mal del mundo de las bandas "heavy" en la que al final queda peor parada la industria discográfica que los ingenuos músicos y sus clichés (yo solo pillé algunos, claro), como dios manda.
El segundo documental, sobre la historia de la cultura pop oscense, "Los chicos de provincias somos así" (título de un tema mítico de Los Mestizos), y dirigido por Orencio Boix, no tiene desperdicio ni siquiera para los que no hemos vivido ese ambiente. Está magníficamente estructurado y no se limita a los gloriosos años 80 y a gente como Escoria Oriental (los más conocidos aunque fuera de nombre, al menos por mí). Empieza con el nacimiento del pop, a finales de los 50, que significó toda una revolución en un lugar extremadamente pequeño, rural y clasista. Sale el primer grupo que grabó un disco "ye-yé" en España (y que actuaron en Irán, nada menos) y, de repente, se muere Franco y se arma una que no veas; con cada cual cantando lo que dios le da entender y el surgimiento de las tribus urbanas ("¡había tres punks!" dice uno de los entrevistados). El desparpajo del personal es lo mejor; nadie se da importancia ni se amarga por no haber tenido más éxito en su carrera musical. Lo de Willy Giménez diciendo que en Huesca Camarón estaría vivo, o la respuesta de un componente de la Escoria Oriental a la pregunta de cómo ven el auge musical de Huesca ("pues, doble, lo vemos doble, como todo") es desternillante y conmovedor por su frescura a la vez. Total, que Orencio Boix no se limita a mostrarnos lo esperable; sino que va más allá, hacia atrás y hacia adelante (porque nos muestra también lo último de la música oscense, tanto en Huesca como fuera); dando voz a las bandas, a los periodistas que las apoyaron... Una maravilla.
De visionado imprescindible: vídeo de una actuación de Escoria Oriental, cantando "Reggae de los Monegros". La calidad de la imagen no es muy allá; pero vale la pena.
Natsume Sôseki (pseudónimo de Natsume Kinnosuke, 1867-1916) está considerado el máximo exponente literario de la época en la que Japón se abrió al mundo. Haruki Murakami reconoce que es el autor japonés que más le ha influido (cree que es el "forjador de la nueva literatura japonesa") y para el Nobel Kenzaburo Oé, sus personajes nos ofrecen "una nueva definición del humanismo". Pero no se vayan, que aún hay más: Miyazaki (el director de cine de animación) asegura haberse inspirado en la obra de este autor a la hora de crear Ponyo en el acantilado. Si a todo ello le sumamos que la edición de Botchan de Impedimenta fue Premi Llibreter 2008, pues surge, inevitablemente, la curiosidad por conocer algo de la literatura de Sôseki.
Empezamos por Botchan, protagonizada por un joven con escasas habilidades sociales y una mentalidad un tanto infantil al que se ha comparado repetidamente, de forma un tanto aventurada, a mi entender, con Holden Caulfield (el protagonista de El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger). Se trata de uno de esos raros libros que se leen sin que chirríen en absoluto a pesar de haberse escrito hace más de cien años. Las reacciones del protagonista producen ternura y llevan a la sonrisa. La prosa es sencilla y amena; no en vano en Japón es un libro leído mayoritariamente por público juvenil; aunque para un extranjero resulta interesante toda la ambientación de la novela, al mismo tiempo que resulta muy accesible (lo que explica que haya varios libros de este autor traducidos al español).
Natsume Sôseki es un clásico y, a la vez, el gran autor moderno de las letras japonesas. Y eso lo apreciamos sobre todo en Kokoro, donde alterna tradiciones de antaño (como el relato autobiográfico, que tanta popularidad había alcanzado) con estructuras más "occidentales"; mostrando la transformación de valores de la sociedad Meiji en su paso a la época moderna. Se pasa del colectivo al individuo, ganando peso sentimientos como la culpabilidad, la soledad o el amor. Kokoro se publicó por primera vez en 1914 en el periódico Asahi Shinbun, por entregas, y está considerada como una de las grandes obras de la literatura japonesa. Al igual que la edición de Impedimenta de Botchan, esta traducción de Kokoro cuenta con una interesante introducción que, sin embargo, no duda en destripar toda la trama de la novela. Por más que eso no sea lo más importante en estas obras, agradecería que transformaran estas introducciones en epílogos o se limitaran a dar las pinceladas sociales y literarias necesarias para que comprendamos mejor estas obras sin contarnos lo que vamos a leer. Aunque, como digo, la trama no es lo más importante en muchas novelas japonesas, y esta es un buen ejemplo de ello. La historia se podía haber contado de una forma mucho más directa, sin tantos rodeos ni tanto detalle; pero es que lo hermoso es ver cómo se deshace el ovillo. De hecho, tan absortos estamos observando todo el proceso, tan inmersos en su lentitud, que la muerte nos golpea como si no la hubiésemos anticipado ("gracias" a la introducción). Para mí, Kokoro es ese mantel blanco impoluto que "sensei" tiene en su casa. Como bien dice el personaje, si no va a estar impecable, mejor utilizarlo de otro color; así que cuando la novela se tiñe de sangre debe llegar inexorablemente a su fin.
Me parece que esta reseña me ha quedado un tanto críptica. En fin. Hay dos cosas de la introducción de Kokoro (no menos interesante por destripadora de tramas) que creo que son muy reveladoras. El traductor comenta que hasta que se rompe el aislamiento del país, en japonés no se contaba con un término para "beso", por lo que la primera vez que se traduce una obra extranjera donde aparece esa palabra acaba escribiéndose "lametazo". También cuenta (creo que lo leí también en la introducción de Botchan) que Sôseki nunca se adaptó a la vida occidental y durante su estancia en Inglaterra se le ridiculizó por invitar a alguien a ver caer la nieve. Pues bien, estas son novelas para quienes gusten de semejante pasatiempo (yo misma). Primeras líneas de Kokoro.
Primeras líneas de Botchan.
Kokoro está publicada en Gredos y Botchan en Impedimenta.
También en español, del mismo autor: Yo, el gato, Sanshiro y Almohada de hierba.
El monológo inicial de Larry David en Whatever Works es tranquilizador; hemos vuelto a Nueva York, se acabaron los dichosos experimentos. Pero también deja claro que David va a hacer de Woody Allen, y que ni él ni ningún otro actor va a conseguir ser tan cómico como el propio Allen; por más que él les escriba las frases (sobre todo porque ya no tiene la garra de antaño con los diálogos). David tiene poco pelo (aunque es bastante corpulento) y da el pego como judío hipocondríaco, paranoico y faltoso. Pero no es Woody Allen, y eso es un lastre para una película que tiene otro problema importante: todas las películas que ha escrito Allen antes de esta (voy a olvidarme de Vicky... por pura caridad y como agradecimiento a los muchos buenos ratos pasados con las pelis de sus mejores años). Por lo demás, los actores son lo suficientemente buenos para paliar los efectos de una trama excesivamente disparatada.
No es mi Woody Allen preferido, pero al menos es Woody Allen, y como pensé que nunca más volvería a verle, pues casi estoy agradecida de que haya vuelto por sus fueros aunque solo sea a medio gas y con poco fundamento. Con tal de que no vuelva a insultar a su filmografía, aceptaremos "pulpo" por "inspiración".
Tráiler "destripador" para quien la haya visto o no piense ir a verla aquí.