jueves, 27 de marzo de 2008

El placer de unas (merecidas) vacaciones

Al trabajar por mi cuenta, tengo comprobado que la única manera de descansar es desapareciendo, poniendo tierra de por medio. Los clientes (aunque no todos) no suelen entender de negativas (ni de fines de semana, ni de festivos, por no hablar de los impensables puentes españoles). La indirecta más sutil que captan muchos es el mensaje del correo electrónico que les advierte de que ni estoy, ni voy a estar en unos cuantos días (a pesar de eso, algunos siguen mandando trabajo, pero, bueno, esa es otra historia). Así que, para mí, las vacaciones son sinónimo de viajes; no solo por afición (que la hay, bordeando la adicción), sino también por necesidad de descanso (a veces considerable, no es la primera vez que me subo a un avión con los nudillos entumecidos, por exagerado que pueda sonar). Se puede objetar que alguna manera habrá de decir que no a los clientes sin que se lo tomen a mal; que podría poner el aviso aunque estuviera en casa / en mi ciudad (aunque tendrían que esconderme el ordenador); que no he avanzado demasiado en mi aprendizaje zen (aunque en este caso habría que tener en cuenta el punto de partida)... Pero también son ganas de dejarme sin una fantástica excusa para conocer ciudades / países nuevos.
Yo prefiero irme cuanto más lejos, mejor; pero mi compañero de correrías tiene voto en la elección de destinos (de hecho, su voto es determinante, yo iría a casi cualquier sitio) y le encanta Europa. Así que en Semana Santa (mientras él no pueda elegir sus periodos vacacionales tenemos que ceñirnos, lamentablemente, a los de la mayoría, que es cuando es más caro viajar) solemos ir a algún país europeo. Este año le ha tocado a Gales, un lugar que ofrece senderos por decenas de kilómetros, algo que a nosotros nos gusta especialmente. Somos muy de caminar (por oposición a nuestra vida profesional ante el ordenador) y de contemplar la naturaleza (sobre todo los pájaros). Así que nos hemos dado nuestros buenos paseos, por caminos bordeando acantilados, a lo largo de canales...
Pero no todo tiene que ser actividad extenuante (sobre todo si el clima no acompaña, que las pascuas en Europa son bastante invernales). A nuestra edad, ya no estamos para bailes ni copas; así que en vacaciones nos vamos a dormir más pronto, llevándonos lecturas a la cama (eso lo hacemos también en casa, pero nunca antes de medianoche). Y solemos ir a algún concierto, museo, exposición, obra de teatro... No voy a olvidar nunca (a pesar de mi escasa capacidad retentiva) a Kevin Spacey actuando en el Old Vic de Londres (qué ganas tengo de volver a ver una obra suya), al violonchelista Gabriel Lipkind en la Laeiszhalle de Hamburgo o la cadencia de la voz de Dylan Thomas leyendo sus poemas en una grabación del centro que lleva su nombre en Swansea.
Y luego están esos momentos deliciosos por inesperados, que no estaban en nuestros planes pero que disfrutamos igualmente. La gente que conoces, por supuesto, pero también algo más sencillo: nuestras tardes ante una ventana extraña. Hace dos años, en Eslovenia, en los Alpes Julianos, pasamos horas (tras un paseo que acabó en mojadura) en una habitación un pelín cutre, pero con unas más que aceptables vistas de las montañas nevadas. Si a eso se le añade la cámara, una novela, el diario que hacemos en cada viaje... lo pasamos de fábula. Este año, en The Mumbles, una villa costera pegada a Swansea, conseguimos por casualidad (acababan de cancelar la reserva unos ingleses que no querían tener problemas en la carretera debido a la nieve) una magnífica habitación con un enorme ventanal que daba a la bahía y dos cómodas butacas para contemplar el mar. Así que cuando nos cansábamos de luchar contra la ventolera (o el granizo, que de todo hubo), pues nos íbamos encantados a disfrutar de la ventana y de los libros de Murakami que nos habíamos llevado de viaje.
Al fin y al cabo, eso son vacaciones, hacer lo que te apetezca; y si puede ser con unas vistas diferentes a las habituales, pues mejor que mejor. Todo ayuda a reiniciar el equipo. Estamos de vuelta.

Más fotos de Gales aquí. La foto del faro (y la del metro de Tokio de la cabecera) es de Jaime Seuma.

jueves, 13 de marzo de 2008

¿A quién se le ocurre?

Mañana se abre al público la 28ª edición del Salón del Libro de París, con Israel como país invitado. Nada que objetar en teoría (hay escritores muy interesantes, como en cualquier país). ¿Pero era necesario hacerlo coincidir con el 60 aniversario de la creación del estado de Israel?
Se ha demostrado muy poca sensibilidad. La polémica era evitable: la edición del año que viene hubiera sido igualmente válida, y bastante menos problemática. Encima, para poder ofender a más gente, se considera literatura del país invitado únicamente la escrita en hebreo. Así puede poner el grito en el cielo algún escritor israelí también (que lo han hecho).
Es triste que la política ensucie un acontecimiento importante para el sector editorial francés, preocupado por el descenso en los índices de lectura de ese país. Y no es extraño (aunque tampoco menos triste) que países como Marruecos, Argelia, Túnez y Líbano (además de numerosas editoriales y escritores en árabe), hayan decidido boicotearlo. La coincidencia de fechas prácticamente les ha obligado a ello. Y es lamentable. Como si los escritores en hebreo tuvieran alguna culpa, cuando, precisamente, algunos de esos intelectuales trabajan activamente por la paz y critican la ocupación israelí. En París estarán los dos más conocidos por el público europeo, Amos Oz y David Grossman. Sería absurdo no querer escucharles, se escriba en la lengua que se escriba.
Más info. sobre el programa de actividades en la página del Salón.

sábado, 1 de marzo de 2008

Los preferidos de McEwan

Avanza la semana y tras la visita de Amis a Barcelona, desayuno de sábado (en forma de suplemento de diario) con otro escritor británico de la misma "cuadrilla", McEwan.
Preguntado por la novela perfecta, elige Ana Karenina como "quizás la novela perfecta del siglo XIX" (no le voy a llevar la contraria). Del siglo XX, escoge varias: "las de John Updike del conejo, el Herzog de Saul Bellow". Me parece muy difícil tarea, eso de decidir cuál sería la novela perfecta (un concepto un tanto subjetivo, ya de por sí) de todo un siglo (nada menos), pero, bueno; Updike y Bellow (sobre todo el último) también son santos de mi devoción.
También habla con admiración de dos de los favoritos de Amis (no en vano tienen bastante en común): "en los setenta, cuando empecé a escribir, no había entre nosotros nada comparable a Norman Mailer o Philip Roth. Nada comparable a su ambición, su energía...".
A la hora de dar nombres de los escritores de la siguiente generación británica, se queda ("claramente") con tan solo uno: Zadie Smith, "toda una figura a tener en cuenta". No es una elección muy sorprendente. Zadie Smith goza desde la publicación en el año 2000 de su primera novela
White Teeth / Dientes blancos (e incluso desde antes, cuando no estaba acabada) de la más unánime aclamación crítica. Tras una época de sequía creativa reconocida por ella misma, publicó The Autograph Man / El cazador de autógrafos (que no me llamó nada y me la salté) y la crítica quedó un tanto decepcionada. Su tercera novela, On Beauty / Sobre la belleza, no gozó del mismo éxito de ventas de la primera, pero volvió a ganarle el favor de los críticos de su país (aunque tenía bastante menos fuerza que su debut, en mi opinión, pero estaba muy bien escrita y construida).
Zadie Smith ha recibido varios premios literarios de primera fila y forma parte de la tercera lista de "Mejores novelistas británicos jóvenes" (menores de cuarenta), publicada por la revista "Granta" (palabra de dios) en 2003. Ian McEwan formaba parte de la primera lista (publicada veinte años antes).

"Madame Bovary ha muerto", entrevista a Ian McEwan en
Babelia, 1 de marzo de 2008.
La última novela de McEwan es On Chesil Beach (publicada en España como Chesil Beach).