jueves, 26 de junio de 2008

Tragicomedia provinciana

La segunda novela de Mark Haddon lleva el muy británico título de A Spot of Bother (traducida como Un pequeño inconveniente y publicada por Alfaguara). Y se trata, realmente, de una novela muy británica, en la que no paran de soltar ironías y poner teteras, mientras comen platos precocinados comprados en la omnipresente cadena de supermercados Tesco. A pesar de que desde las primeras páginas uno intuye que Haddon no piensa aventurarse en tierras ignotas con esta historia, tampoco puede dejar de leer, atrapado por un ritmo frenético (que decae un tanto hacia el final) lleno de clímaxes. Al lector casi le da miedo dejar a los personajes por miedo a lo que harán mientras no les observa. Total, que se lee en un fin de semana sin trabajo (y sin trabajos).
Tras un debut por todo lo grande como escritor para adultos (aunque El curioso incidente del perro a medianoche lo publicó simultáneamente una editorial para adultos y otra de literatura infantil con idéntico texto y diferentes portadas) que le valió nada menos que 17 premios en todo el mundo (incluyendo el muy prestigioso Whitbread y ser finalista del Booker), y unas ventas fabulosas en decenas de idiomas, el autor de libros infantiles, ilustrador y guionista británico tenía un importante reto ante sí: no decepcionar a sus legiones de fans sin repetirse. Para ello escogió a un clan al borde de un ataque de nervios y se sirvió de su fino humor para el retrato de personajes. El resultado es una novela que se lee muy fácilmente, pero que no va más allá. Y podría haberlo hecho. Hay comentarios muy ingeniosos y situaciones divertidas que podrían haberse llevado al absurdo, arriesgando un poco más. Esta es una lectura que no compromete en absoluto al lector por más que pueda encontrar algún paralelismo con su vida; no se llega a ridiculizar verdaderamente a los protagonistas. Ni siquiera a George, por más disparates que haga, llega en ningún momento a ser patético (y nunca nos llegamos a preocupar realmente por su integridad).
De alguna forma, Haddon protege en exceso a sus personajes, haciéndoles salir bien librados de todos sus líos. Quizá por su pasado de autor infantil, no se mete en muchos jardines. Me queda la sensación de que si lo hubiera hecho estaríamos ante una novela de más alcance. Quizá Haddon, como buen autor para todos los públicos, se frena a la hora de incluir más momentos como las fantasías eroticas de Jamie o el atormentado recuerdo de la escena sexual que contempla George (en este último caso, el vocabulario elegido es brillante). O quizá no tiene la suficiente mala leche. El caso es que se queda corto y es una lástima, porque Haddon sabe escribir y es, sin duda, lo suficientemente ingenioso (aunque solo el ingenio no pueda sostener una novela). George es, en este sentido, el personaje más logrado, con su peculiar visión de las cosas. Por ejemplo, no le disgusta que su hijo sea homosexual por el hecho de que mantenga relaciones sexuales con otros hombres, sino porque la idea de una pareja de hombres comprando muebles juntos le incomoda. También se retrata muy bien la forma en que los miembros de una familia tienen adjudicados unos roles de los que es imposible librarse aunque las personas crezcan o evolucionen. Cómo los hijos nunca resultan lo suficientemente adultos y son incapaces de ver a sus padres como personas que puedan cometer infidelidades o tener crisis nerviosas. Para Jamie, su padre es la persona que ordena los libros alfabéticamente y le da cuerda a los relojes; y es incapaz de entender qué puede llevarle a perder la chaveta.
Aunque también puede verse de otra forma: una trama tan poco audaz hubiera resultado fallida escrita por alguien menos capaz. Al menos, así lo veían en una crítica en The New York Times; lo cual me hace pensar que a los críticos les cuesta "machacar" una novela cuando previamente han encumbrado a su autor. Y es que quizá se colocó a Haddon en un pedestal demasiado alto. Desde luego, The Curious Incident of the Dog in the Night-time tenía fuerza (aunque daba la sensación de que Haddon no había sabido encontrar un final para su historia). Su retrato del adolescente con síndrome de Asperger nos hacía entender tan bien a Cristopher, que casi dudábamos si no tendríamos nosotros también alguna alteración del mismo tipo. Es una novela sorprendente, que engancha al lector con una estructura muy simple que esconde una fina ironía; pero que quizá no sea la obra maestra que merecía premios literarios tan prestigiosos. En ese sentido, puede que sea uno de esos raros fenómenos literarios que aúnan buenas críticas y entusiasmo de los lectores; pero que no van a resistir bien el paso del tiempo. Un libro que se olvide en una década. Haddon tendrá que esforzarse un poco más si no quiere que se le olvide también a él. Al menos, en cuanto a público adulto se refiere; porque no conozco el resto de su obra.
Se puede leer el primer capítulo (en inglés) de la segunda novela de Haddon aquí.

viernes, 20 de junio de 2008

Souvenirs: 10 recuerdos de Bolivia

Ahora que estamos preparando el viaje de este verano, es buen momento para recordar el que hicimos el año pasado a Bolivia, un país que vale mucho la pena (cuidadín con qué compañía aérea se viaja, eso sí).
Entre mis recuerdos, no necesariamente por este orden:
1. Las cuestas de Potosí, una ciudad con muchísimo encanto a 4.000 metros (aunque no sufrimos por el mal de altura, nos quedábamos sin resuello igual). Las calles son muy estrechas y sinuosas, para despistar al viento helado (aunque, claramente, no lo logran). La energía tan especial que transmite el Cerro Rico.
2. El Nevado Illimani visto desde La Paz (y desde la carretera que lleva a la capital, y desde el aeropuerto de El Alto, dominándolo todo).
3. El Parque Nacional Madidi y todos los pájaros que vimos allí (los espectaculares papagayos, volando en parejas). La selva de noche.
4. Las lagunas, volcanes y salares del Altiplano, en la Reserva de Fauna Eduardo Avaroa (un lugar muy virgen aún, gracias al inhóspito entorno). Los flamencos, ñandúes y vicuñas de la Reserva (y los colores, los contrastes del agua, el cielo y la tierra).
5. Los tejados de las iglesias y conventos de Sucre y Potosí, y las vistas de la ciudad desde allí. El barroco mestizo de la Iglesia de San Lorenzo (Potosí).
6. El mate de hojas de coca, que va bien para todo (para el mal de altura, para la digestión) y el trimate (coca, anís y manzanilla), estupendo después de cenar. Debimos beber litros de ambos. Los batidos de fruta y el chocolate de Sucre; los platos con quinoa de cualquier parte del país; montones de tipos de patatas diferentes, todas riquísimas. Una delicia.
7. Los diseños textiles jal'qa (que plasman un mundo oscuro e irreal con extraños animales) y tarabuco (se pueden ver buenas muestras de ambos en el interesante Museo Textil que hay en Sucre).
8. Los cerros rojizos de Tupiza y la "pateada ornitológica" que nos pegamos hasta Entrerríos el día de nuestro aniversario (diez horas para recorrer 24 km, parando en seco cada cuatro pasos porque había un pajarito que fotografiar, identificar, contemplar, escuchar...).
9. Los "escribidores" (no sé si se llaman así). Los vimos en las calles de Sucre, con su pupitre, su silla y su anticuada máquina de escribir, dispuestos a redactar cartas o rellenar formularios por unos pesitos.
10. La gente, tan amable. El niño de un pueblito tranquilo y polvoriento (al que habíamos llegado por una pista más polvorienta aún, en un autobús que no tenía una sola ventana que cerrase bien), que nos preguntó de dónde éramos y al decírselo, le salió del alma un "¿Y han venido hasta aquí para pasear?".

Más fotos de Bolivia aquí. La foto de la Reserva de Fauna Eduardo Avaroa es de cosecha propia (pero el tratamiento digital es de Jaime Seuma).

viernes, 13 de junio de 2008

Rebobinando: Hal Hartley

Siempre hay que ver el lado bueno de las cosas. Que no tienes memoria; pues, nada, se aprovecha la carencia para volver a disfrutar de películas que ya has visto y que te van a resultar poco menos que nuevas. Así puedes regresar a las de Hal Hartley y que te sorprendan casi como la primera vez. Un lujo ¿no?
Mi favorita siempre ha sido (incluso cuando no la recordaba demasiado bien) Trust, la segunda, escrita y dirigida por Hartley en 1990; con el atractivo y atormentado personaje encarnado por Martin Donovan (que lleva siempre consigo una granada "sólo por si acaso" y no soporta la televisión). Aparece de nuevo Adrienne Shelly, que resulta ser una adolescente tan poco convencional como la de la primera película (que oía caer bombas todo el rato) a pesar de las pintas que lleva al inicio de la historia, con el pelo cardado y el novio jugador de fútbol (el mismo al que abandonaba en The Unbelievable Truth, de 1989). Los diálogos vuelven a ser estupendos y tiene el mismo espíritu independiente de la anterior; solo que resulta, en mi opinión, más redonda. Simple Men (1992) completa una especie de trilogía en este rebobinado (porque en realidad hay una película anterior, Surviving Desire, de 1991, que no sé si he visto); volviendo a los diálogos teatrales y las frases trascendentales. Nadie dice nunca nada por decir, y la música (de Yo la Tengo) parece un protagonista más, de tan integrada que está. Aparecen los mismos actores de las dos películas anteriores; como si se barajasen los papeles pero fuera siempre la misma historia (la imposibilidad de padres e hijos para entenderse, el amor que llega cuando menos te lo esperas y del que no se puede huir, la incomprensión de la sociedad ante lo diferente...).
Y entonces, cuando Hartley corría serios riesgos de repetirse, nos sale con esa maravilla que es
Henry Fool (1997) y nos quedamos descolocados, porque todos los actores son nuevos (aunque muy dignos de salir en sus películas). Sigo hablando desde mi perspectiva actual, de este visionado, porque en realidad, cronológicamente, antes de Henry Fool están Amateur (1994) y Flirt (1995) (que en su momento creo que me parecieron más flojas, pero que debería volver a ver). Con el bueno de Henry, Hartley nos vuelve a sorprender por la delicadeza con la que narra hechos brutales, acompañándose esta vez de música escrita por él mismo (que casa a la perfección con la ambientación de la historia). Cuando esperábamos ver más de lo mismo, este hombre se reinventa a sí mismo con algo totalmente diferente que sin embargo le es muy propio. Evoluciona sin salirse de su mundo; mostrándonos de nuevo esa devoción por las palabras que se trasluce en los diálogos de todas sus películas (y en esta historia, porque Henry no es nada sin las palabras) y también en la presencia de libros, siempre con un papel destacado, acompañando a los personajes.
Pues eso; que da gusto no tener memoria. A falta de ser viendo otras películas "antiguas" de Hartley, he pasado unos ratos estupendos con estas cuatro, y he recordado por qué me fascinaron en su momento.
En cartel actualmente, la última película de Hal Hartley, Fay Grim (2006)

lunes, 9 de junio de 2008

"Leatherheads": ligeramente insípida

En su tercera película como director, George Clooney aborda los orígenes del fútbol americano y su transformación en deporte profesional como telón de fondo de una comedia romántica al estilo de ese Hollywood clásico que tanto parece añorar. Si se trataba de buscar un actor para reencarnar a Cary Grant, la elección estaba clara: el propio Clooney y su recital de gimnasia facial. A la hora de encontrar una nueva edición de la chispa y la malicia de Mae West, Clooney se decanta por Renée Zellweger, que hace las muecas que ya le hemos visto en otras comedias (sin llegar a mucho más). El trío lo completa un actor desconocido para mí, John Krasinski, que por lo visto es famoso en su país por un papel de televisión. Y lo más curioso es que es con este actor (no sé si Krasinski es muy grandullón o Clooney y Zellweger muy escuchimizados) con el que Clooney parece tener más química en la película (más que con Renée, diría yo).
Por lo demás, buena ambientación, sólidos secundarios, música años 20 y diálogos ingeniosos en una película que no puede menos que parecer un tanto "facilona" tras la anterior del mismo director, la estupenda Good Night, and Good Luck. Leatherheads entretiene y hace sonreír; pero resulta un tanto ínsipida al no dejar más poso que su encanto. Quizá tengan algo que ver esos diez pares de manos que participaron en el guión; o quizá no se pretendía más. Pero puestos a ver a Clooney poniendo cara de granuja que se busca la vida pero es buen chico, mil veces mejor en O Brother, de los hermanos Cohen, que esa sí es una película con más "miga".
Lo dicho, para fans de George; o para pasar un rato entretenido con una película bien hecha; sin aspirar a más (ni a menos).


Aviso: el tráiler es un gustazo, pero es para quien haya visto la peli o para quien no piense verla; porque como suele pasar desde hace un tiempo, te la "destripan" que da gusto. Vamos, que te parece que ya la has visto.

sábado, 7 de junio de 2008

Para fanes, curiosos o menores de 25

Adorado por muchos lectores (sobre todo en su país, jóvenes en su gran mayoría), despreciado por otros tantos críticos literarios, Chuck Palahniuk no deja indiferente a nadie. Probablemente, lo que fascina a unos y enfurece a los otros es fundamentalmente su estatus como escritor nihilista, de culto, miembro de esa Generación X (junto con Bret Easton Ellis, Irvine Welsh y, por supuesto, el fundador Douglas Coupland) que ha resultado dejar menos poso de lo esperado (o quizá yo me he hecho demasiado mayor para ni siquiera enterarme).
Palahniuk (famoso sobre todo por la novela
El club de la lucha; o más bien por la adaptación cinematográfica que se hizo de la misma) ha decidido que el sueño americano no es tan cierto como parece, que la sociedad actual apesta (y para demostrarlo no duda en llenar sus líneas de sangre, orina y excrementos, aunque no ha llegado al extremo de hacerlo literalmente). Sus personajes han sido marginados de una u otra forma por esa sociedad capitalista, formada por seres comatosos, materialistas y sin sensibilidad para apreciar lo diferente. Para contar las historias de estos perdedores, Palahniuk se vale de un enfoque que él define como minimalista (y que te granjea las amistades y enemistades mencionadas al principio): un vocabulario limitado y frases cortas que imitan la forma en la que contaría una historia una persona corriente. Además, suele repetir ciertas frases que denomina «estribillos» (el "Just for the record" de Misty, la protagonista de Diary, por ejemplo). En Diario (2003), este estilo da el pego al tratarse del diario de una camarera amargada que ahoga sus penas en la bebida; pero no tengo tan claro que funcione igual de bien con otro tipo de narrador (y tampoco me muero por descubrirlo).
Lo que está claro es que Palahniuk sabe cómo mantener tanto el ritmo de la narración como nuestro interés en la historia, por más retorcida que nos parezca y por más que chirríen algunos detalles en las descripciones y nos agobien los conocimientos anatómicos de Misty (que se hace un poco pesadita con los nombrecitos latinos). Como mínimo, queremos saber cómo va a salirse Palahniuk del lío que ha organizado. Y sale bastante bien parado, a pesar de todo. Le sobra claramente una convención final dirigida a lectores que necesitan que las cosas queden bien claras; pero se deja leer. O al menos se lee con curiosidad si es la primera vez que lees una novela suya. Pero se pone fin a la lectura con la sensación de "misión cumplida", de haber echado un vistazo al "mundo Palahniuk" y no sentir la necesidad de seguir explorándolo.

Noche en Tokio

Cuando se llega a la docena de títulos se corre el riesgo de encasillarse uno mismo o de que le encasillen los críticos. No sé si esa fue la razón de que Haruki Murakami decidiera experimentar un poco con la novela After Dark (sin publicar aún en español, creo), dirigiendo nuestra mirada de una forma más evidente, menos sutil, que en las anteriores. Ese artificio (que no desvelo para no estropear lecturas ajenas) le resta, en mi opinión, algo de la habitual capacidad de seducción de este escritor. Personalmente, no he entendido nada del tema de la televisión en la habitación de Eri (qué obsesión tiene este hombre con los monitores de televisión, tampoco he entendido el relato de The Elephant Vanishes que va de televisores de una conocida marca japonesa).
La "acción" (por llamarle de alguna manera) de After Dark transcurre a lo largo de siete horas de una noche en Tokio (ciudad de insomnes, si se juzga por la cantidad de establecimientos abiertos las 24 h) e intercala tres historias con algún vínculo entre ellas. Tokio es tan protagonista (con sus "love hotels" y sus bares a la americana) como cualquier personaje. Y de nuevo nos encontramos la soledad, el sentimiento de ser diferente a los demás...
Aunque por temática (jóvenes enigmáticas que desconciertan a chicos un tanto perdidos pero majetes)
After Dark nos recordaría a novelas como South of the Border, West of the Sun (Al sur de la frontera, al oeste del sol) o Norwegian Wood (Tokio Blues en español), creo que se parece más a algunos de sus relatos, a un relato largo, para ser más exactos. Y los relatos de Murakami se quedan lejos de sus fascinantes novelas. De hecho, si se leen sus colecciones de ficción, se aprecia que sus novelas son desarrollos de sus mejores ideas; por lo que no puedo evitar ver muchos de esos relatos como novelas fallidas, meros intentos, aunque me gusten algunos de ellos (sobre todo los de Blind Willow, Sleeping Woman /Sauce ciego, mujer dormida). Los de The Elephant Vanishes me han decepcionado bastante; no sé si influyó el hecho de que los de Blind Willow... los leí en Tokio y estaba yo más "ambientada", pero creo que de todas formas están más logrados.
Pero, como en el caso de algunos relatos, aunque el libro no me acabe de convencer, sigue valiendo la pena leer a Murakami: para matar el gusanillo de la adicción y por las atmósferas tan envolventes que crea.

martes, 3 de junio de 2008

Ricardo III al cuadrado

Ricardo III fue el último rey de Inglaterra de la Casa de York y su muerte, en el campo de batalla, puso fin a las famosas Guerras de las Rosas (entre los Lancaster y los York, ambas casas con rosas en sus emblemas, de ahí el nombre), que a su vez señalan el final de la Edad Media en Inglaterra. Como bien explica Al Pacino en esa rareza que es Looking for Richard (mezcla de documental, obra de teatro, película y reunión de amiguetes), quizá el mayor obstáculo para la comprensión de la obra homónima de William Shakespeare sea precisamente la necesidad de un mínimo conocimiento necesario acerca de su contexto histórico. Se trata de una época oscura, agitada y confusa de la historia inglesa, marcada por el aislamiento respecto al continente, el declive de la nobleza y el auge de los comerciantes. Es importante tener en cuenta que el público que acudía a ver la obra de Shakespeare sí estaba familiarizado (e incluso fascinado) con esos acontecimientos históricos a pesar de que habían ocurrido un siglo antes. Y nadie se había olvidado de un rey tan malvado.
Pero, en cualquier caso, los hechos históricos nunca son lo más importante en las obras de Shakespeare (a veces ni siquiera son del todo exactos, sino que se ajustan a las versiones que corrían en su época), que brillan, sobre todo, por el uso del lenguaje (muy apreciado por el público isabelino, que tenía una gran sensibilidad en este sentido) y por el acertado ritmo de su estructura. Esta obra no es quizá la primera que a uno le viene a la mente si debe citar un título del más famoso dramaturgo inglés de todos los tiempos; a pesar de lo conocidas que resultan para mucha gente (sobre todo en países anglófonos) frases como "Now is the winter of our discontent" (Acto I, Escena I, vale la pena ver la película de Al Pacino solo por oírle decir esta frase) o "A horse! A horse! My kingdom for a horse"* (Acto V, Escena IV, durante la batalla final). La primera suele citarse equívocamente; ya que no tiene sentido sin el verso siguiente (en el que hay un juego de palabras "sun / son", "sol / hijo"):

Now is the winter of our discontent
Made glorious summer by this sun of York

(Ya el invierno de nuestra desgracia se ha convertido en un glorioso estío por este sol de York)

Vamos, que Ricardo III no se está quejando, precisamente; sino que se alegra de que la fortuna vuelva a sonreír a su familia (aunque solo piensa en sí mismo, como se verá más adelante, y además le parece poca fortuna para su propia ambición). Ricardo III no es un loco, ni parece cegado por sus pasiones como otros malvados de Shakespeare; es consciente de su maldad y la acepta como asume sus limitaciones físicas (estupenda descripción de las mismas al principio de la primera escena de la obra, en el monólogo en el que se define como "deforme, sin acabar, enviado antes de tiempo a este latente mundo; terminado a medias, y eso tan imperfectamente y fuera de la moda, que los perros me ladran cuando ante ellos me paro)". Por eso es un personaje más redondo, más real y produce más horror en la cercanía.
La "película" de Al Pacino (de 1996, a Kevin Spacey le quedaba aún pelo) intenta acercar esta obra (y Shakespeare en general) al público (estadounidense, sospecho), poniéndosela más "facilita". Y de paso nos regala unas fantásticas interpretaciones (la suya, sobre todo). Este experimento cinematográfico es una buena muestra, a mi entender, de que a Shakespeare hay que verlo y oírlo; más que leerlo. Más que nada porque los lectores no solemos tener por la mano el pentámetro yámbico y no salimos tan bien parados a la hora de recitar como los estupendos actores de la película (no acabo de entender qué hacía Winona Ryder ahí, pero, en fin). Por eso recomendaría cualquiera de las películas "shakesperianas" de Kenneth Branagh (aunque no se debe empezar por Henry V, que quizá sea la más inaccesible de todas por la propia naturaleza de la obra) o El mercader de Venecia (la película de Michael Radford, con otra fantástica interpretación de Al Pacino, además sale también Jeremy Irons). Y, por supuesto, Looking for Richard.

*¡Un caballo! ¡Un caballo! ¡Mi reino por un caballo!

Novelantes se reúne para comentar la lectura de Ricardo III el 10 de junio.

lunes, 2 de junio de 2008

Souvenirs: 10 recuerdos de Tokio

Entre otros, y no necesariamente por este orden:
1. Joya-no- Kane, las campanadas de Año Nuevo, en el templo de Tenryu-ji (Shinjuku). Son 108 y dimos una cada uno.
2. La gente cruzando los pasos de cebra en forma de aspa, mientras veíamos la calle desde un bar tipo Lost in Translation en el piso 40 del Hotel Cerulean (Shibuya).
3. Caminar por calles abarrotadas de Ginza e ir tropezando con la gente porque estábamos absortos contemplando las pantallas de vídeo de varios pisos de altura que hay en muchos edificios (en lugar de mirar por dónde íbamos), casi esperando que apareciera una nave voladora de esas de Blade Runner.
4. El sonido cantarín de los saludos y despedidas de los dependientes / camareros en las tiendas y restaurantes.
5. Las "Yamanote bells", esas "campanillas" que evocan las más diversas melodías en los andenes del metro (se consulta a los viajeros cuáles son sus preferidas, hay votaciones, son un fenómeno social).
6. La decoración de los aparadores y escaparates de los "depachika" (secciones de alimentación) de los grandes almacenes (como los Takashimaya de Shinjuku).
7. El sabor del té bancha que sirven en las comidas (imposible acabárselo, porque cada vez que vacías el vaso, te lo vuelven a llenar).
8. La gente en el metro: leyendo cómics (parecían listines telefónicos, por el tipo de papel) y libros (en las librerías te ponen un forro de papel para que nadie sepa lo que lees), durmiendo (muchos), maquillándose (muchas), viendo películas en el móvil o escuchando música, pero nunca hablando por el móvil (le quitan el sonido para no molestar a los demás viajeros), y bebiendo té verde frío de las omnipresentes máquinas de bebidas.
9. Los rituales de los templos; cómo "recogen" el humo del incienso para pasárselo por la cabeza y el cuerpo para tener buena salud, los cajoncitos con números que esconden tu futuro (o algo así, no es que entendiéramos ni una palabra, claro), los papeles anudados que contienen deseos...
10. La extrema amabilidad de la gente. Sin hablar nosotros japonés ni ellos inglés conseguíamos pedir comidas, comprar billetes de tren, llegar a los sitios; se deshacían en explicaciones hasta hacerlas comprensibles a pesar de la (sólida) barrera idiomática.

Más fotos de Tokio
aquí. La foto del interior del edificio Marunouchi (y la del metro de Tokio de la cabecera) es de Jaime Seuma.