viernes, 29 de mayo de 2009

Historias de familias (japonesas): el "gendai-geki"

Las hermanas Munekata (1950) son otro interesante ejemplo del cine de postguerra japonés; con la clásica dualidad tradición-modernidad con papel protagonista (una de las hermanas va vestida a la norteamericana, la otra, con kimono) y una gran relevancia de los personajes femeninos. Reconocí rápidamente a la famosa actriz Hideko Takamine (aquí hace de hermana menor), sobre todo por la voz. Por lo visto, empezó su larga carrera (de medio siglo) como una especie de niña prodigio a lo Shirley Temple, pero en japonés, claro. Después de esta película rodó 24 ojos. Pero el resto del reparto es igualmente famoso (solo que hay que haber visto más "pelis" para darse cuenta).
La obra de Yasujiro Ozu (el director de Cuento de Tokio, que la tengo pendiente) se enmarca en su género favorito, el "gendai-geki" (historias de familias) y podría verse como una película norteamericana de la misma época; con Hideko Takamine haciendo sus pucheros, muecas y monerías a lo Katharine Hepburn, y los personajes masculinos de meros comparsas. Pero estos japoneses no sienten la necesidad de caer en la tentación del final feliz (es más, como que les da grima y todo); así que la hermana mayor no acaba casándose con su amor de juventud y deja que el hombre siga esperando (con un estoicismo admirable, supongo que muy nipón, porque era para cantarle las cuarenta a la señora en cuestión).
Y eso, que el año que viene voy a tener que cogerme las vacaciones coincidiendo con el festival de cine asiático de Barcelona.

jueves, 28 de mayo de 2009

Nunca terceras partes...

¿Puede un libro bien escrito resultar aburrido? Por supuesto que sí. Un gran ejemplo es el último de Richard Ford, The Lay of the Land (2006), que aburre a las ovejas; con un estilo impecable, eso sí. Supongo que Ford no ha tenido nunca mucho que contar; pero las "aventuras" de Frank Bascombe (una especie de alter ego de Ford) tenían un cierto interés hasta que llegados a este punto (su tercera aparición como protagonista tras El periodista deportivo (1986) y El día de la independencia (1995)), el personaje se vuelve tan tedioso que sientes ganas de que la enfermedad que le aqueja (al personaje, no a Ford ¿eh?) resulte mortal. Ahí es nada. Tuve muchas veces este libro entre las manos hasta que me decidí a comprarlo, simultaneé su lectura (algo que no suelo hacer) con libros que se sucedieron durante semanas y luego me ha costado otras cuantas semanas decidirme a escribir una entrada. Es que me aburre hasta pensar en él.
Ford es un escritor de prestigio con un Pulitzer en su haber (por
El día de la independencia) que se ha quedado un poco estancado. A pesar de ello, hay que reconocerle el mérito de un estilo depurado y una buena creación de ambientes (puedo recorrer mentalmente los lugares que describe en sus novelas, aunque a veces sus descripciones son tan detalladas que acaban por desesperarme). Eso no quita que los temas que le han dado la fama (las crisis vitales, las relaciones de pareja, con los hijos, los ritos sociales) estén un tanto agotados a estas alturas. Su forma de explorar la intimidad de las personas llega a la extenuación en esta tercera entrega. Como bien dice el escritor Edmundo Paz Soldán en su blog, "todos los acontecimientos se inflan, y Bascombe encuentra portentos no sólo en su enfermedad sino en sus visitas al baño o cualquier conversación con sus vecinos".
Toca explorar nuevos personajes, nuevos lugares... Y parece que el propio Ford es consciente de ello; ya que al presentar esta novela daba por concluida la trilogía "por cansancio". Pues eso, que no en vano han pasado veinte años entre la publicación de The Sportswriter y la de The Lay of the Land.

Anagrama ha publicado en español Acción de gracias.

lunes, 25 de mayo de 2009

Crueldad japonesa (en todos los sentidos)

Volvemos al cine japonés con Seishun zankoku monogatari (Historias crueles de juventud) de 1960, el segundo largometraje de Nagisa Oshima, quien dirigiría 16 años más tarde nada menos que El imperio de los sentidos. La película que nos ocupa (y la otra, ni te cuento) fue un gran éxito tanto de crítica como de taquilla.
A mí el final tan truculento me dejó un poco de mal sabor de boca; pero me pareció interesante la sutileza con la que transmite el desencanto de varias generaciones de japoneses (los que salen peor parados son la hermana de Makoto y su amante, representantes, como el propio Oshima, de la generación de universitarios que no supo oponerse con suficiente fuerza a los tratados militares entre su país y los EE.UU., que no supo vivir de una forma realmente revolucionaria, y que han acabado siendo figuras patéticas sin autoridad moral) y el pesimismo con el que retrata el Japón de los años cincuenta.
Por lo demás, masoquismo y sumisión, una juventud sin ideales ni preocupaciones morales... Y una película que no es fácil de ver, en la que es imposible identificarse con un personaje, sin concesiones.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Estos sí que no son japoneses

Se acabó el "mono no aware": esto es Bollywood y de eso no tienen. Se acabó también el festival de cine asiático de este año (el BAFF) y no pude ir más que un día. Lástima, porque la programación tenía una pinta excelente y me hubiera gustado ir a ver alguna película japonesa y una de Hong Kong que me llamaban la atención (parece que voy entrando poco a poco en el cine asiático). Pero es que entre el finde de tres días en el campo (increíble, pero ya necesitábamos recargar pilas otra vez, a estas edades parece que las baterías duran muy poco) y el curro, no hubo manera, solo conseguí acudir a mi cita obligada con el estreno indio de cada año.
Y ya lo dijo Salman Rushdie (hacía días que no sacaba yo a colación a este hombre); estos indios están empeñados en que existió Jodha Bai y de ahí no les sacas. Y yo añado, si existió, está claro que tenía el rostro de la actriz india más famosa, Aishwarya Rai. Desde luego, dos cosas hay que entusiasman a los indios: las historias y la polémica. Así que con Jodhaa Akbar (2008, del director de Lagaan) han ido servidos en ambos frentes. Resulta que históricamente no está probado que existiera dicha señora. Es más, si existió, no era la esposa del emperador Akbar, sino su nuera. Ahí queda eso. Pero sí parece que una de las esposas del emperador mogol era "rajput", aunque se llamaba de otra forma. El nombre de Jodha Bai surge en la cultura popular del siglo XVIII y se hace tan popular en la India, que nadie presta atención a su autenticidad histórica hasta que a Ashutosh Gowariker se le ocurre rodar esta película y en Rajastán alzan el grito al cielo (como si no tuvieran problemas más importantes que ponerse a defender el honor "rajput", madre mía) y Gowariker tiene que agenciarse un ejército de historiadores, lo que no evita el boicot posterior de la película en el norte del país.
El emperador Akbar de la película comparte muchas de las características que le asigna Rushdie a su personaje en La encantadora de Florencia; personificado aquí en el atlético cuerpo de Hrithik Roshan, quien, por lo visto, se ha convertido también en el nuevo emperador de Bollywood (y parece que Sharukh Khan lo ha encajado con elegancia, lo que le honra). Por lo demás, en mi opinión, el puro entretenimiento está bien, siempre que consiga entretenernos. Y a mí me gusta oír hindi, me hacen gracia las convenciones de las pelis de Bollywood (pasan horas, literalmente, hasta que los protagonistas se dan un beso), su poca sutileza (a Roshan se le desencaja el rostro cual héroe de cómic cuando quiere mostrar ira y la música nos indica que el emperador se ha pillado un mosqueo del quince), las canciones, la percusión, los cientos de bailarines de los números musicales, la ropa y las joyas (de los dos protagonistas, no solo Aishwarya está estupenda, a Roshan los gorros y los collarines le quedan de miedo). Vamos, que a mí lo que me gusta es la India, y estas películas me resultan de lo más entretenidas; me distraen muchísimo con su ingenuidad. Y si encima le añadimos un mensaje de tolerancia en términos religiosos (que hace mucha falta en India, como en otros países), pues jugada redonda.

lunes, 11 de mayo de 2009

Melancolía japonesa (esta vez, Made in Japan)

Hablando de "mono no aware", ayer vi un ejemplo perfecto; la premiada película Nijushi no hitomi (24 ojos, 1954) de uno de los directores japoneses más importantes del siglo XX, Keisuke Kinoshita. Adaptación de una novela de Sakae Tsuboi, presta especial atención al sufrimiento femenino en una sociedad muy convencional. Muestra además una clara conciencia social (no en vano el director está considerado como el máximo exponente del realismo social nipón), y es una obra humanista y anti-belicista de gran belleza.
De la mano de una profesora recorremos las vidas de sus primeros alumnos (doce niños, veinticuatro ojos para contemplar la vida), y la suya propia, viendo cómo el tiempo transforma la inocencia, la belleza y el compromiso en dolor y desilusión.
Nijushi no hitomi está considerada en Japón como una de las diez mejores películas de todos los tiempos. Se la conoce sobre todo por ser la película que "arrebató" a Los siete samurais de Kurosawa el premio a la Mejor Película de 1955.
Pues le estoy encontrando yo el punto a esto de las películas japonesas, me gustó hasta la muy surrealista Agua tibia bajo un puente rojo. Y con eso lo digo todo.

domingo, 10 de mayo de 2009

Lo poético cuesta

Los japoneses llaman "mono no aware" a una sensibilidad especial ante las cosas que no conlleva grandes reacciones pero que provoca la comunión del lector/espectador con la obra y una cierta melancolía ante el paso del tiempo. O algo así. Esta buena gente son así de sofisticados y complejos. Suele citarse a Haruki Murakami como ejemplo de este tipo de conciencia del creador. La directora de cine más famosa de Alemania, Doris Dörrie, ha confesado que fue este concepto de tan mal explicar el que la movió, de alguna forma, a rodar su última película, Kirschblüten, Hanami (Cerezos en flor, tráiler en español aquí). No sé si el escritor iraní Kader Abdolah (todo un fenómeno editorial en Holanda) conocía el término y lo tuvo en mente a la hora de escribir El Reflejo de las Palabras (la novela que comentan los Novelantes este martes 12 de mayo); pero todo es posible. Abdolah narra momentos históricos cruciales para Irán con la melancolía de quien sabe que nada dura y el estoicismo de quien conoce cuán pequeño es su papel en la historia de su país. Como esos personajes de Murakami que se dejan llevar por las circunstancias sin apenas luchar, las familias que salen en la película de Dörrie y en el libro de Abdolah (ambas obras son retratos de familia) fluyen con la narrativa, conscientes de su papel, sin resistirse.
Sé que es un comienzo muy raro para una entrada de blog; pero es que la lectura del libro de Abdolah me trajo a la mente la película de Dörrie, que vi poco antes de las vacaciones de Semana Santa (cuando fuimos a Baviera, que también sale en la película). Ambos me han parecido intentos loables pero, en mi opinión, no redondos, de recurrir a países como Japón (por su preciosismo formal) e Irán (en este caso una elección bastante lógica, al tratarse de un escritor iraní) para adornar con poesía un tema tan universal como la relación entre padres e hijos. Una poesía que se traduce en la gestualidad de la película y el tono de leyenda (junto con una estructura del tipo de Las Mil y una noches) del libro. Y lo malo es que no es tan fácil crear poesía auténtica; ni con palabras, ni visual. Pero esta especie de cuentos orientales para europeos (uno claramente más rebuscado que el otro) emiten considerables destellos de poesía, que no es poco. Y ese es su gran mérito.
Lo peor de ambas obras es que queda patente que buscan ser poéticas. Sobre todo en el caso de la película. Lo mejor, lo que aprendemos de dos países apasionantes gracias a estas expresiones artísticas auténticas y honestas. Y muy japonesas, a pesar de que la película está rodada en alemán por una alemana, y el libro es de un escritor iraní que escribe en neerlandés. Estos japoneses, que lo lían todo.

jueves, 7 de mayo de 2009

Una nueva decepción para mi lista

El mes pasado, la nueva novela de Louise Erdrich, The Plague of Doves (2008), quedaba finalista para el Premio Pulitzer en la categoría de ficción. He de decir que, tras leer anteriormente siete de sus novelas, esta es la primera vez que un libro suyo me decepciona (diga lo que diga Philip Roth). Aunque también es cierto que la última que había leído (Four Souls, 2004) me había parecido inferior a las anteriores; a pesar de la recuperación de personajes como Nanapush y de una prosa que evocaba a la de los mejores tiempos. Y con ello no quiero decir que me quedase anclada en la exhuberancia de sus primeras obras; porque me entusiasmaron dos publicadas ya en el nuevo milenio, The Last Report on the Miracles at Little No Horse (2001) y The Master Butchers Singing Club (2003).
Leí por primera vez a esta autora en la facultad, tras la publicación de Love Medicine (1984), la primera (y muy premiada) de varias novelas con una estructura similar (probablemente inspirada por Faulkner) que da voz a diferentes personajes (que, como la propia autora, descienden de nativos americanos, alemanes, franceses... y que como ella nacieron en la zona de las reservas indias de Dakota del Norte) para narrar décadas de historia familiar y local. Me quedé maravillada por la fuerza expresiva de su narrativa, por la mezcla de realidad gris con toques de color, sin reivindicaciones chillonas, y leyenda mágica. A todo ello contribuyó que la propia autora visitara la clase de literatura norteamericana a la que asistía (resultó ser tan fascinante y seductora como su novela). Más tarde, compré The Beet Queen (1986) en los puestos de segunda mano del South Bank de Londres. Me pareció una forma inteligente de no repetir el mismo patrón, con menos personajes "nativos", centrándose en otra faceta de sus propios orígenes, en los americanos de origen alemán (como su padre). Luego llegarían The Bingo Palace (1994) y Tales of Burning Love (1997); todas ellas con abundantes vínculos geográficos y narrativos, así como personajes en común.
En The Plague of Doves, la habitual estructura de voces que aportan información sobre la misma historia resulta más confusa, está peor tejida. Erdrich continúa escribiendo bien (no creo que pueda hacer lo contrario), pero está menos inspirada o más desganada. El misterio del asesinato de toda una familia (y la violencia de la venganza racista que le sigue), que se supone que es el centro de la narración y que condiciona las vidas de las siguientes generaciones de población blanca (y no tan blanca) de una pequeña localidad de Dakota del Norte y de los Ojibwe que viven en la reserva colindante, no parece tan decisivo para el lector, ni tan intrigante. Y para ocupar tantas páginas, se liquida en apenas las diez últimas y con pocas contemplaciones. Un tema interesante que aparece en la trama y las subtramas es la distorsión de la verdad; pero, a mi entender, no acaba de comunicarse bien.
Ya no sé si son mis autores favoritos los que se hacen viejos, o si soy yo la que se ha hecho demasiado mayor y crítica. Seguramente se trate de una mezcla de ambas cosas.

Tusquets ha publicado Filtro de amor, Huellas y La reina de la remolacha.
Ediciones del Bronce ha publicado El último informe del Padre Damien.
En catalán, Quaderns Crema ha publicado La reina de la remolatxa.