lunes, 25 de enero de 2010

Me deja fría

No me extraña que a los angelitos estos de la historia de Das weisse Band (2009) tuvieran que anudarles una cinta blanca para recordarles la pureza y la inocencia que se les suponía, porque parecen más malos que la tiña. Claro que críate con semejantes adultos. Cuando ves a los más pequeños en alguna escena tierna (una rareza en esta película, de pocas concesiones), como la del pajarillo herido o las preguntas del hijo pequeño del médico a su hermana mayor sobre la muerte, te recorre un escalofrío pensando que esa ternura tiene los días contados en un entorno rígido en el que parece tan fuera de lugar.
Aclamada por la crítica, muy premiada, esta película de Michael Haneke pretende ser una especie de disección de una sociedad en la que reina la represión y la hipocresía, la mezquindad y la crueldad. Pero el punto de vista es tan frío, que, en mi opinión, pierde credibilidad. Hay demasiada distancia entre la persona que filma y la historia; está rodada sin pasión. Ambientada en un pueblo del norte de Alemania (protestante y prácticamente feudal), en 1913-1914, narra una serie de sucesos sin implicarse en ningún momento. El blanco y negro, de gran belleza, me ha parecido más un truquillo que otra cosa: no hubiera sido tan fácil grabar según qué escenas en color, hubieran perdido autenticidad. En mi opinión, se aguanta sobre todo por el trabajo actoral, exquisito (y no lo tenían fácil, sobre todo las actrices, porque les debía tirar el moño que no veas). Uno de los actores más conocidos de la película es el actor alemán que interpreta al barón, Ulrich Tukur, a quien hemos visto, entre otras, en Solaris y en La vida de los otros.
Según Haneke, la película trata sobre "el origen de todo tipo de terrorismo, sea de naturaleza política o religiosa". Y ahí está el principal problema, ese final tan pretencioso, rollo "cómo no iba a estallar una guerra, siendo la gente como es". Hombre, muy traído de los pelos, si eso es lo que pretendías decirnos durante dos horas y media... Solo le falta añadir que los niños estos son los nazis del futuro, vamos. Solo sé que se acabó la película y no se oía una mosca (lo cual tiene mérito, porque los créditos no tenían música). Se había quedado todo el mundo (la sala de cine estaba llena) patidifuso, oyes. Yo la vi el sábado y hoy lunes sigo pasmada; no puedo entender a qué viene tanto despliegue de mala leche, no le veo el propósito. Resumiendo: bella en términos visuales, rodada de forma impecable, pero sin corazón.

Se puede ver el tráiler de la película (en alemán) aquí y una escena con subtítulos en español aquí.

sábado, 23 de enero de 2010

Sin final feliz (como la vida misma, vamos)

Con un título como Los canallas duermen en paz (Warui yatsu hodo yoku nemuru, 1960) y la corrupción inmobiliaria como tema de fondo (por cierto, vemos que no es nada nuevo, ya pasaba en el Tokio de la posguerra hace 50 años), está claro que esta película de Akira Kurosawa no puede sino ser una tragedia. Y como no es americano, lo del final feliz, como que se la trae al fresco.
La fama de este director se debe en gran parte a sus películas de época, que retratan el Japón feudal y se inscriben dentro de uno de los grandes géneros del cine japonés, el "jidaigeki". La más famosa sería, seguramente, Los siete samuráis (Shichinin no Samurai, 1954), que tenemos pendiente de ver un día de estos. Pero Kurosawa también hizo películas del otro gran género japonés, el "gendaigeki", que toca temas y problemas contemporáneos. Y Los canallas... es una de estas.
Kurosawa refleja aquí un Japón que trataba de renacer tras la segunda guerra mundial y que encontró la forma de hacerlo mediante un capitalismo exacerbado que anulaba al individuo. Se trata de un tema muy teatral, en cuanto los personajes son meras marionetas de un sistema cruel que no permite escapatoria ni redención. Los personajes de Kurosawa son extremos, pero no caricaturas; hasta el malo-malísimo (Iwabuchi) tiene su corazoncito y hace barbacoas para distraer a su hija lisiada. Los actores (Kurosawa siempre trabajaba con los mejores) también contribuyen a que sus personajes no sean planos. Uno de sus favoritos era Toshiro Mifune, el protagonista de esta película, en la que interpreta a un joven atormentado, digno de la literatura de Dostoievski; lo cual no es coincidencia, porque Kurosawa reconocía a este novelista como una de sus principales influencias. La otra sería Shakespeare. De hecho, a menudo se han comentado los paralelismos de la trama de esta película con Hamlet (y alguno hay).
Los canallas... es una película realista filmada a la manera del cine negro americano y con una puesta en escena totalmente teatral; sobre todo al principio, con esa escena de la boda que se considera uno de los mejores comienzos de película de la historia del cine y que sirve, como la primera escena del primer acto de una obra de teatro, para presentar a los personajes gracias al artificio de la presencia de los policías y los periodistas, que son quienes facilitan la información. He de decir que a mí esta gente tan realista (como los guionistas de la serie de televisión "The Wire"), me mata. Shakespeare escribía tragedias; pero al menos tenía el concepto de la "justicia poética" para darnos un respiro como espectadores / lectores.

jueves, 21 de enero de 2010

Diario de viaje: Varsovia

Esta entrada va dedicada a una amiga nuestra que viajará a Varsovia en Semana Santa (aunque vaya por delante que no le va a servir de nada). En fin, cada cual que descubra por sus medios una ciudad la mar de agradable e interesante.

Varsovia, 5 de diciembre de 2004

"Pole Mokotowskie" quiere decir "hace un frío que te cagas" según J. En realidad, es nuestra parada de metro (desde la que hay 1 min. hasta el hotel, según un letrero la mar de optimista que supone que los turistas vamos en reactor); pero a J. le fascina la frasecita y no para de repetirla, admirando su sonoridad, como sustituta de la que realmente procede. Porque frío, lo que se dice frío, aquí hace un rato.

Nos vamos a Lazienkowski, un parque con palacios (hay uno flotante), anfiteatros construidos para que parezcan ruinas griegas, gente con una colección increíble de gorros peludos de todas las formas posibles y ropa muy anticuada, grajas, cornejas cenicientas, carboneros, herrerillos, trepadores azules, grajillas, picos menores, ardillas pelirrojas un tanto punkies y abuelas con ganas de dar sugus a J. Por estas fechas suele estar todo nevado. Hemos tenido suerte, porque creo que este es el máximo frío que podemos aguantar (ya no me caben más capas de ropa debajo de la chaqueta, no puedo bajar los brazos del todo). La gente parece muy agradable y dan de comer a los pájaros, a las ardillas, a los patos...

Nos llama la atención lo viva que está la memoria de la trágica historia de la ciudad. Hay monumentos y placas por doquier que recuerdan a los asesinados tanto por los rusos como por los nazis. Vamos al Museo Pawiak, que fue primero una prisión zarista y luego la mayor prisión de la Gestapo en Varsovia. Aquí murieron más de 30.000 polacos (a otros 70.000 se los llevaron a los campos de exterminio) durante la ocupación nazi. Los alemanes volaron el lugar; pero se ha reconstruido una zona y ahora exhiben objetos personales de los prisioneros, poemas, fotografías de la época... Sobrecogedor.

Varsovia, 6 de diciembre de 2004

J. ha decidido que, debido a las temperaturas, no se puede estar más de dos horas en la calle sin hacer una pausa para el café. Así que entramos en Karma, un lugar acogedor donde la gente lee acomodada en los sofás y se oye jazz de fondo. Los ventanales dan a la plaza Zbawiciela y hay cojines, universitarios ociosos...

Hemos empezado el día yendo al Palacio de la Cultura y la Ciencia, un mastodóntico regalo de Stalin que parece más una amenaza que otra cosa. El ascensor sube 30 pisos en 20 segundos; había que ver a la ascensorista, parecía una piloto. La vista valía la pena. Luego hemos ido pateando hasta la Stare Miasto (la parte antigua), pasando por las calles comerciales (Chielmna y Nowy Swiat). En la ciudad vieja, todas las estatuas llevan sables. Este pueblo se ha cansado de recibir, por lo visto. Vemos el Palacio Real, la catedral, las iglesias, la plaza del mercado (que es una preciosidad, con tantos colores y la reconstrucción tan detallada, con los relojes y las figuras de piedra), las muralles... Y Zygmunt, la estatua encaramada en una columna que fue prácticamente lo único que quedó en pie tras los bombardeos, por lo que pudimos ver en las fotografías que tenían en Pawiak, donde aparecía la columna rodeada de ruinas. Después hemos ido a la zona donde estuvo el gueto, que llegó a albergar a 400.000 judíos. No queda nada (lo redujeron a escombros también), apenas una serie de monumentos conmemorativos de las deportaciones (uno de ellos señala el lugar desde donde salían los trenes a Treblinka). Hay flores frescas y velas encendidas.

Varsovia, 7 de diciembre de 2004

La visita al Museo de Historia es imprescindible en una ciudad como esta. Se nos pasan volando las tres horas que estamos dentro. La "parte no nazi" (según definición de J.) resulta muy interesante para gente ignorante como nosotros. De la "parte nazi", nos impresiona la exposición de fotografías del levantamiento del 44. La documentación sobre la reconstrucción de la ciudad también vale mucho la pena; te miras las cosas con otros ojos. Todo se planificó cuidadosamente. No entiendo que haya quien desprecia la ciudad antigua de Varsovia por tratarse de una reconstrucción. Más allá de su belleza, es un monumento al tesón y a la dignidad. Sería una lástima que esta ciudad fuera solo rascacielos, tiendas europeas del montón... Varsovia se merece más, y en nuestro recuerdo siempre la distinguirá su parte antigua y sus múltiples monumentos a los muertos. Su memoria, tan necesaria.

La fotografía es de Jaime Seuma Sandoval.

miércoles, 20 de enero de 2010

La cara oscura de Tokio

Por más que le guste esa ciudad a mi compañero de viajes, está claro que en todas partes cuecen habas, y tras descubrir el año pasado que hasta en Suecia había injusticias, corrupciones y demás, pues tampoco vamos a mitificar a los japoneses. De hecho, aparte de mi fotógrafo particular, seguramente nadie idealiza a un país obsesionado con la soledad y la muerte, que ha dado un vuelco tan grande desde la destrucción total causada por la segunda guerra mundial hasta la sociedad de consumo feroz y la bonanza económica (todo ello en menos de medio siglo), que claro, se han quedado un poco descolocados.
Para mí, uno de los grandes defectos de los japoneses (generalizando que es gerundio) es su consumismo, algo que me ha dejado patidifusa en las dos ocasiones que he estado en Tokio; sobre todo en el elegante y comercial barrio de Ginza, donde la gente hace cola para entrar a la tienda de ropa de moda como otros la hacen para ir a la discoteca. No deja de sorprenderme ver aglomeraciones en joyerías tipo Tiffany's o tiendas como Louis Vuitton, sobre todo porque en Barcelona parece que nunca haya más de un cliente dentro y a mí no se me ocurriría entrar en la vida. Pero no es que los japoneses entren a curiosear, ¡es que salen con bolsas! Me maravilla, vamos.

Y de ese consumismo y sus consecuencias personales y sociales es de lo que trata una estupenda novela de Miyuki Miyabe,
All She Was Worth (Kasha, 1992), premio Yamamoto Shugoro. Miyabe es una escritora tremendamente popular (y con gran prestigio crítico) en Japón y en otros países asiáticos que ha publicado novelas fantásticas, de terror, policíacas, de ficción histórica, de denuncia social, juveniles... Rara vez concede entrevistas, pero en una que he leído habla sobre las dos caras de Tokio: una reluciente y de poder económico (la que se conoce en el extranjero), y otra donde vive la gente normal y corriente, la que no tiene acceso al Tokio hermoso, que casi les asusta. Y ella ha elegido escribir sobre la cara que no reluce.
En el caso de
Kasha (el título en japonés hace referencia a una criatura mítica sintoísta que devoraba los cadáveres), Miyabe denuncia, desde una interesante perspectiva femenina, el consumismo de los japoneses y sus nefastas consecuencias. Lo curioso es que a pesar de que el contenido es casi de ensayo sociológico, se ha elegido como vehículo una novela policíaca, con el típico inspector de policía japonés que no es un genio, pero que resuelve los casos a base de tenacidad cuando no está comiendo (como un detective que yo me sé, pero sin los revolcones, que los nipones son muy púdicos), bebiendo sake o leyendo el periódico (o viajando el tren, que también tienen mucha afición).
Y el género no es excusa, estamos ante una auténtica novela policíaca, por más que atípica, que engancha y mantiene el interés hasta el mísmisimo final, inesperado por abrupto y muy original; aunque no resuelve algunas dudas (ni falta que hace, seguramente). Lo que empieza con la desaparición de una mujer tras lo que podría ser una riña de enamorados (por simplificar) acaba resultando una disección de la sociedad japonesa y sus encorsetamientos, vías de escape, trampas... La desesperación de una mujer es el hilo que mantiene firmamente hilvanada una trama rica y sofisticada, escrita con eficacia y (seguramente, por la impresión que me da) bien traducida. Un libro de los que no se leen todos los días. Absolutamente recomendable a pesar de la tendencia a las peroratas de algunos personajes (que según a quien pueden no resultar del todo creíbles).

Pero, claro, una escritora que lleva la friolera de 46 novelas publicadas (traducidas a 11 idiomas, son especialmente populares en China y en Corea), no puede mantener siempre el listón así de alto. Llevados por el entusiasmo tras leer All She Was Worth, nos propulsamos a comprar otro de sus libros en Kokuniya (creo que la estupenda librería de Times Square, en Shinjuku, se llama así) durante nuestra estancia en Tokio y dimos con The Devil's Whisper (1989, Majutsu wa sasayaku) que parece talmente que lo haya escrito otro autor. De entrada, la prosa no tiene nada que ver; resulta de lo más plana, algo que puede achacarse en parte a la autora, pero como se publicó tan solo tres años antes que Kasha, pues no lo acabo de ver muy claro. Yo diría que el traductor al inglés tiene mucha culpa; aunque, evidentemente, es solo una suposición. Otra teoría mía sería que esta novela esté destinada a un público juvenil (o al menos más joven que yo); algo que se vería refrendado por el hecho de que el protagonista sea un adolescente y se expliquen conceptos como el de "publicidad subliminal" que todos los adultos conocemos.
Lo que está claro es que se trata de una obra ambiciosa que no ha conseguido ser redonda. Será por tramas y subtramas: el negocio de utilizar a jóvenes que exprimen a hombres solitarios con medios (de lo más cruel), los daños que puede ocasionar la publicidad subliminal, el poder de la hipnosis, los "matones" del instituto, el rechazo social a los familiares de un ladrón de guante blanco o, de hecho, de cualquier persona a la que detenga la policía, la afición a robar en las tiendas... Vamos, que hay de todo, por no hablar de las cuitas de la adolescencia. Y lo curioso es que todo tiene un cierto sentido y la trama principal no se desmadra en exceso. Al final estamos hablando de cómo se puede manipular a las personas (da pavor lo fácil que parece). Y algo tiene la novela, claro, porque si no la hubiera dejado en la página 80 que para eso la ponen en las novelas. De hecho, resulta bastante llamativo que yo me haya leído semejante libro; hay que reconocerle ese mérito. Aunque en parte era por la magnífica impresión que me había causado
Kasha.

En inglés hay traducidos cinco libros de Miyuki Miyabe. En español no hay ninguno de momento.

martes, 19 de enero de 2010

En el tintero (III): libros y más libros

Bueno, ya veo el tintero medio vacío en lugar de medio lleno. Hablando en serio, espero dejarlo listo en enero; porque se me está llenando ya el de este año. Entre los libros leídos en 2009 y aún sin reseñar, destacaremos The Family Moskat (1945) de Isaac Bashevis Singer, premio Nobel de Literatura en 1978. Para entendernos, viene a ser un "antes de Auschwitz". Influidos por las películas de nazis, al final parece que en Alemania o en Polonia se pasara directamente de una situación normal al exterminio. Este libro muestra el deterioro de la convivencia, desde el desprecio a los golpes, pasando por los insultos, en Varsovia. Como ejemplo, al principio los judíos no pueden ir a la universidad; luego sí, pero no les dejan sentarse... La situación va "calentándose" hasta que sienten miedo de caminar por la calle fuera de sus barrios. A través de una familia (en la que se aprecian ecos de la familia de la que provenía el autor), se narran las decepciones de la vida, la insatisfacción de una clase social, todo ello desde principios del siglo XX hasta 1939, cuando estalla la guerra. Otro aspecto interesante para quien no conozca mucho de ese "antes de Auschwitz" es el amplio "muestrario" de judíos que aparece en la novela (siempre parece que fueran todos calcados); desde los muy ortodoxos que siguen las tradiciones al pie de la letra, como antaño, hasta los no practicantes, los que se convierten al catolicismo; desde las mujeres que llevan pelucas hasta las que se pintan. Sionistas, filósofos, "dilettantes", los que emigran a América, el sueño de Palestina; todo ello tiene cabida en esta novela de un escritor polaco que, aunque nacionalizado americano, siempre escribió en yiddish (supervisaba las traducciones al inglés). Muy recomendable.
Y seguimos con personajes judíos. Barney's version (1997) es una novela de Mordecai Richler, a quien se ha considerado en diversas ocasiones como el mejor escritor canadiense del siglo XX. Richler ha sido siempre un escritor provocador, con un ácido sentido del humor, y en esta novela hace gala de su incorrección política con un personaje de marcado corte autobiográfico que, como él, critica a la sociedad judía de Montreal y a los nacionalistas canadienses de ambos bandos. La verdad es que me esperaba más de un autor con tanta fama. Se trata de una novela bien escrita y para nada aburrida; pero no memorable. Quizá debería leer alguna de sus primeras novelas.
Otro de esos autores a quienes precede su fama y que estaban en mi lista de "hay que catar" es Kurt Vonnegut. De nuevo, puede que haya errado la obra con la que conocerle. Leí en diciembre Armageddon in Retrospect (and other new and unpublished writings on war and peace), una colección de relatos y escritos publicada de forma póstuma en 2008. Me pareció interesante el punto de vista del soldado raso estadounidense destinado a Europa en la segunda guerra mundial. De hecho, me acordaba de ello durante la visita a Hiroshima (porque en estos relatos se habla de la destrucción de Dresden, creo recordar). Puede que haya que seguir indagando y leer algo más representativo de este autor.
Acabaremos con los anglosajones (es un decir) con The House of Sleep (1997) de Jonathan Coe. Coe es un escritor curioso: escribe bien, sus novelas son muy elaboradas, inteligentes y divertidas, las ambienta bien... Pero no acaban de "cuajar". Sobre todo porque siempre lleva las tramas un paso más allá de lo que debería. Pensé lo mismo cuando leí su anterior novela, la disparatada ¡Menudo reparto!, sátira sobre la Inglaterra de Margaret Thatcher galardonada en Inglaterra y Francia (como la que nos ocupa).
Y, para finalizar, una novela japonesa (cómo no); Un grito de amor desde el centro del mundo
(2001) de Kyoichi Katayama. Se trata, según Alfaguara, de la novela japonesa más leída de todos los tiempos. De hecho, en el año 2004 alcanzó los tres millones de ejemplares vendidos, arrebatándole a la mismísima Norwegian Wood de Murakami el honor de ser la novela más vendida de todos los tiempos en Japón. Además se ha hecho una película, un manga y una serie de televisión como adaptación de la novela, que se enmarca en una tendencia nipona de principios de siglo XXI que ensalza el amor puro. Todo ello hizo que sintiera curiosidad y como es un librito tan corto, no había excusa para no echarle un tiento. Mi conclusión: me pilla mayor, al tratarse de un amor claramente adolescente narrado de forma simple. Con todo, tiene su interés, sobre todo la primera mitad (luego pierde bastante), la ambientación de algunas escenas y el personaje del abuelo del protagonista. Aunque desde ahora mismo aviso: no solo va de amor, sino que la muerte está muy presente (qué gente estos japoneses, no dejan pasar una oportunidad).

La familia Moskat está publicada por RBA.
La versión de Barney está publicada por Mondadori.
De Kurt Vonnegut hay varios libros en español, aunque creo el reseñado aquí no está traducido aún.
En español, La casa del sueño y ¡Menudo reparto! están publicadas en Anagrama. Trama de la primera aquí.

viernes, 15 de enero de 2010

Periodismo de altura

"TVE difundió ayer en el telediario de la noche, en el Canal 24 horas y en su página web una información sobre el terremoto en Haití con imágenes que han resultado ser falsas" (leído ahora mismo en El País).

Resulta que utilizaron un vídeo de YouTube (alguien debería explicar a esos grandísimos periodistas del ente la diferencia entre YouTube y la BBC, por ejemplo). Y lo gordo es que no es la primera vez, ni a este paso será la última.

Qué medios de comunicación, son de la Srta. Pepis (y mis referencias del "baby boom", claro).

lunes, 11 de enero de 2010

Momentos estrella: Japón

Estos son (no necesariamente en este orden) los momentos más destacados de nuestro reciente viaje a Japón.

1. La aparición del Fuji. Pensábamos que no podríamos verlo tampoco este viaje, con la niebla que cubría el lago Ashi en Hakone. Y de repente, empezaron a subir las nubes y apareció el Fuji en toda su majestuosidad. Parecía que se hubiera alzado un telón. Imposible describirlo; no es solo un tema visual. Transmite una energía parecida a la del Ganges. La exclamación de asombro me salió del alma.

2. El festín del ryokan. También en Hakone, nos dimos un gustazo y cenamos en el ryokan (posada típica japonesa) en el que nos alojábamos. Iban saliendo platos que nunca hubiéramos pedido voluntariamente; pero que estaban buenísimos. Me acordaré siempre de un pobre pescado (sashimi) y su cuidada presentación (parecía que estaba haciendo una postura de yoga). Todo ello regado con abundante té verde tostado y servido en una vajilla exquisita.

3. El onsen. Como último momento a destacar en Hakone, el onsen (los baños termales) del mencionado ryokan. Pensé que no me atrevería a salir al baño exterior y me limitaría a sumergirme en las aguas termales de la piscina cubierta. Pero al final me picó la curiosidad y para allá que me fui a pesar del frío que hacía. Se estaba de fábula; rodeada de rocas y árboles.

4. El reencuentro con Tokio. Es una ciudad increíble. La segunda vez que vas ya no te sorprende todo tanto, claro; no andas por Ginza con la boca abierta como si llegaras del pueblo. Pero, a cambio, tienes la expectativa de volver a oír la musiquilla de la Yamanote (una línea de metro famosa por sus melodías), ir a algún restaurante que te encantó (para comer tonkatsu otra vez, unas frituras deliciosas)... Y, sobre todo, volver a Shinjuku; nuestro barrio favorito. Con la estación de tren por la que pasan más personas al día, sus grandes almacenes (con los sótanos dedicados a la alimentación que tanto me gustan y nuestra librería favorita), las luces, el follón... Otro mundo.

5. Sadako, una niña como símbolo del horror. A la tragedia de Hiroshima no nos es tan fácil ponerle rostro como a Auschwitz, por poner un ejemplo. Los malos en este caso son justamente los que hacen las pelis y si no les conviene el tema... Pero cuando vas al Museo de la Paz en Hiroshima, al lado de ese río en el que en su día flotaron miles de cadáveres, y lees la historia de esa niña a la que diagnostican leucemia diez años después de la bomba atómica y, a sus doce años, decide confeccionar mil grullas (símbolo de longevidad) de papel con la esperanza de curarse... Cuando ves en ese mismo museo esas grullas diminutas (escaseaba el papel) y lees y oyes las historias de todas esas víctimas que no murieron el día de la bomba, sino diez, veinte, treinta años después... Detrás de tantos ceros como tiene la cifra de víctimas hay miles de historias de personas normales; de vidas truncadas; de sinsentido y sobre todo, de un dolor infinito que trasciende las décadas.

6. El ryokan de Kioto. Estaba lejos del centro, en las colinas, rodeado de bosques. Nuestra habitación daba a un jardín. Dormíamos en futones sobre tatami. Y me pegaba unos desayunos japoneses, con su sopa de miso, el arroz, el té verde y todos los platillos (diferentes cada día)... La gente que lo llevaba eran muy simpáticos. Una abuela dirigía el cotarro y no se le escapaba detalle. La noche de fin de año cenamos allí; fuera nevaba...

7. Día de Año Nuevo en Kioto. Mareas humanas en templos como Kiyomizu-dera. Todo el mundo quiere pedir salud y éxito para los próximos doce meses. Hay parejas vestidas de forma tradicional, encantadas de que las fotografíen (no los turistas, que también, sino el resto de la gente que ha ido al templo); para amortizar el esfuerzo, supongo. Se ven familias enteras leyendo su fortuna (los monjes budistas hacen su agosto el uno de enero) y colgando los papelitos cuando no les ha salido buena suerte, para que se disipe el mal fario. Y entre templo y templo, venga a comer (las tiendas de dulces no dan abasto).

8. Los jardines zen de los templos de Kioto. Hasta que no los ves en persona, no te das cuenta de lo que son en realidad. En foto pierden mucho. En directo transmiten una calma, una armonía...

9. La casa de té de Nara-koen. En el parque de Nara, durante la visita y entre ciervo y ciervo, teníamos tanto frío que entramos en una casa de té tradicional en la que además dejaban fumar. El paraíso, vaya. Tomamos macha, dulces de azuki, sopa dulce de alubias rojas, algas confitadas...

10. La comida, la comida. Esa tempura tan rica (y tan cara) que te hacen delante tuyo, soba, algas de todo tipo, tofu, mochis, platillos con objetos no identificados y sin embargo comestibles y encima deliciosos... Y todo tan bien presentado, con unos platitos y utensilios de un gusto tan refinado...

La foto es de Jaime Seuma Sandoval, de quién si no (haciendo clic encima se puede ver a mayor tamaño).
Más fotos del viaje aquí.

viernes, 8 de enero de 2010

En el tintero (II)

Bueno, pues con un poco de "jet lag" por primera vez en la vida (qué mala es la edad, no me cansaré de decirlo), ya hemos regresado de Japón. A la espera de la selección de fotos del viaje y su entrada correspondiente, voy a seguir vaciando el tintero. Empezaré por un trío de novelas japonesas (por pura coherencia geográfica, vaya). He de decir que salgo a mi madre, a quien no le gustaban las pelis bélicas porque no había personajes femeninos. Pues a mí nunca me han emocionado las novelas de guerra tampoco (hombre, si es el trasfondo aún, pero las que transcurren en el frente no me entusiasman). Sin embargo, Hogueras en la llanura (Nobi, 1957), de Shohei Ooka, va más allá; con la particularidad de que ni siquiera se trata de una obra estrictamente pacifista (aunque pueda tener ese efecto sobre el lector). Lo curioso es que no se pretende mostrar el horror de una guerra en el sentido de lo que el hombre le hace al hombre. Aquí se trata de lo que la guerra le hace al hombre, de cómo le destruye. Y ese es su gran mérito (por no hablar de la crítica al ejército, algo insólito en un japonés de su época); aunque no el único, porque no en vano estamos hablando de uno de los grandes escritores japoneses del siglo XX. Ooka, traductor de Stendhal, acabó pasando por unas experiencias muy similares a las que narra; por fortuna pudo rehacer su vida y la dedicó a la literatura. Esta novela, premio Yomiuri, fue llevada al cine en 1959 por Kon Ichikawa. Otra de sus obras, La dama de Mushasino, se transformó en película de mano de Mizoguchi Kenji. Por cierto, los señores de Libros del asteroide revientan (como parecen tener por costumbre) la trama en el prólogo; qué afición más tonta.
Y seguimos con otro gran escritor japonés; quizás el más popular en su país después de Natsume Soseki.
La llave (Kagi, 1956) es la primera novela que leo de Jun'ichiro Tanizaki (y mira que justamente se trata de un autor ampliamente traducido al castellano y el inglés). Escrita en forma de diario, alterna las entradas de un matrimonio demostrando que nadie es como parece y que cualquier persona es capaz de grandes perversidades si tiene el sustento garantizado y tiempo para maquinar maldades. El profesor acabará cayendo en una trampa a su medida y el final nos dejará de piedra. Y hasta aquí puedo leer. Qué familia, dios mío (ya digo yo que no hay una buena). Por cierto, que cuesta imaginarse que un libro así se publicara en los años 50; qué avanzados estos japoneses, oyes. Aparte de su indiscutible valor literario, aporta gran cantidad de información sobre la cultura y la sociedad japonesa que tanto nos fascina a algunos. Como hace también Kitchen, que supuso el debut de Banana Yoshimoto en 1987. Con mi falta habitual de memoria, creo que esta ha sido una relectura; pero, claro, veinte años después, quién se acuerda. Como no lo vi por casa, pues lo leí otra vez poco antes de ir a Japón las últimas navidades. Estando allí recordaba detalles del libro. Me he sumergido tanto en el último año en la literatura japonesa que luego estando de viaje por allí, no paraban de venirme a la cabeza personajes, historias, anécdotas con las que intentaba ilustrar a mi compañero de viaje (un obseso de la fotografía que no me escuchaba la mitad de las veces). La verdad es que después de leer Amrita, Kitchen parece lo que es, una primera novela; con mucho mérito, eso sí, pero muy autobiográfica. Tengo pendiente leer alguna novela más de las recientes; pero, resumiendo, como dice la Novelante Superiora (que también leyó esta novela antes de las fiestas): mucha soledad y mucha muerte. Y comida y bebida también, añado yo.
Hablando de Novelantes, el próximo martes se reúnen para comentar la última novela de mi adorado Salman Rushdie. Como es evidente, la "Novelante más fanática de Rushdie" a la que mencionan en su blog soy yo misma. No sé si me definiría como fanática; yo me considero, lógicamente, bastante objetiva. Por ejemplo, me ha llevado años animarme a leer The Ground Beneath Her Feet (2000), y eso que lo tenía en casa y todo. Pero me parecía que con esta adaptación del mito de Orfeo (aquí una mezcla de Lennon y Presley) y Eurídice a Rushdie se le había ido la mano. Lo había empezado más de una vez, hasta que después del verano (fanática que es una), me decidí a intentarlo de nuevo con más brío. Qué festival de referencias de todo tipo de procedencia cultural (no solo aparecen los griegos, sino la historia del rock, el multiculturalismo...); este hombre tiene una cabeza prodigiosa. Y demasiada facilidad para escribir. Quizá hubiera sido sensato aplicar un poco más de contención narrativa; pero, claro, sería otra novela. Esta es desbordante y exhuberante como pocas. Un experimento fallido en manos de (casi) cualquier otro autor que Rushdie (que voy a decir yo, con el sobrenombre que me han endilgado) consigue llevar, a pesar de todo, a buen puerto. Aviso para Novelantes: La encantadora de Florencia resulta una obra mucho más redonda, con un estilo más "clásico", si ese es un adjetivo que pueda utlizarse con un escritor como Rushdie. Como curiosidad, siempre que me viene a la cabeza este título de Rushdie (me refiero ahora a The Ground Beneath Her Feet) se acompaña de fondo de la canción de U2 del mismo nombre, cuya letra aparece en la propia novela (de ahí surgió el interés de Bono por ponerle música). Por lo visto, Rushdie quedó encantado con el resultado (que es muy U2 a pesar de todo) y apareció en el vídeo de la canción (qué le gusta una cámara a este hombre). Para rizar más el rizo, la canción forma parte de la banda sonora de The Million Dollar Hotel (película bastante peculiar pero con sus momentos) del año 2000, dirigida por Wim Wenders. Vamos, un lío de referencias culturales muy del gusto de Rushdie.

Bueno, pues otro día más, que tengo aún el equipaje sin deshacer. Felices viajes y buenas lecturas.

La llave está publicada por El Aleph (castellano) y Edicions 62 (catalán).
Kitchen está publicada en castellano por Tusquets.
El suelo bajo sus pies está publicado por Debolsillo (castellano) y Destino (catalán).