sábado, 23 de enero de 2010

Sin final feliz (como la vida misma, vamos)

Con un título como Los canallas duermen en paz (Warui yatsu hodo yoku nemuru, 1960) y la corrupción inmobiliaria como tema de fondo (por cierto, vemos que no es nada nuevo, ya pasaba en el Tokio de la posguerra hace 50 años), está claro que esta película de Akira Kurosawa no puede sino ser una tragedia. Y como no es americano, lo del final feliz, como que se la trae al fresco.
La fama de este director se debe en gran parte a sus películas de época, que retratan el Japón feudal y se inscriben dentro de uno de los grandes géneros del cine japonés, el "jidaigeki". La más famosa sería, seguramente, Los siete samuráis (Shichinin no Samurai, 1954), que tenemos pendiente de ver un día de estos. Pero Kurosawa también hizo películas del otro gran género japonés, el "gendaigeki", que toca temas y problemas contemporáneos. Y Los canallas... es una de estas.
Kurosawa refleja aquí un Japón que trataba de renacer tras la segunda guerra mundial y que encontró la forma de hacerlo mediante un capitalismo exacerbado que anulaba al individuo. Se trata de un tema muy teatral, en cuanto los personajes son meras marionetas de un sistema cruel que no permite escapatoria ni redención. Los personajes de Kurosawa son extremos, pero no caricaturas; hasta el malo-malísimo (Iwabuchi) tiene su corazoncito y hace barbacoas para distraer a su hija lisiada. Los actores (Kurosawa siempre trabajaba con los mejores) también contribuyen a que sus personajes no sean planos. Uno de sus favoritos era Toshiro Mifune, el protagonista de esta película, en la que interpreta a un joven atormentado, digno de la literatura de Dostoievski; lo cual no es coincidencia, porque Kurosawa reconocía a este novelista como una de sus principales influencias. La otra sería Shakespeare. De hecho, a menudo se han comentado los paralelismos de la trama de esta película con Hamlet (y alguno hay).
Los canallas... es una película realista filmada a la manera del cine negro americano y con una puesta en escena totalmente teatral; sobre todo al principio, con esa escena de la boda que se considera uno de los mejores comienzos de película de la historia del cine y que sirve, como la primera escena del primer acto de una obra de teatro, para presentar a los personajes gracias al artificio de la presencia de los policías y los periodistas, que son quienes facilitan la información. He de decir que a mí esta gente tan realista (como los guionistas de la serie de televisión "The Wire"), me mata. Shakespeare escribía tragedias; pero al menos tenía el concepto de la "justicia poética" para darnos un respiro como espectadores / lectores.

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