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domingo, 13 de junio de 2010

Destino Berlín

















Desde que estuvimos en Berlín (hoy me he dado cuenta de que "solo" hace tres años, a pesar de que pensaba que haría como cinco, tantas cosas han pasado desde entonces) nos quedamos tan prendados de la ciudad que en más de una ocasión hemos comentado que no nos importaría irnos a vivir allí. Ahora mismo nos inclinamos más por la montaña que por otra ciudad a la hora de cambiar de aires; pero, sin duda, Berlín encarna una serie de valores, ventajas y aspectos agradables en general de los cuales Barcelona (cada día peor) haría bien en aprender. Sobre todo porque en Berlín se respira calidad de vida nada más llegar; algo que me temo que los barceloneses no podemos decir de "nuestra" ciudad / parque temático.

En Berlín parece que siempre sea domingo; siempre hay gente en los parques, en bici (muchos con esos remolques tan psicodélicos para llevar a los niños), en las terrazas (al más mínimo rayo de sol), las plazas. Nunca hay una cantidad excesiva de tráfico y la gente no grita, no escupe... (y hasta aquí puedo leer). Como está llena de treintañeros, abundan los cafés y los restaurantes, que no son caros (cuando fuimos no nos lo resultaron a nosotros y menos a los "nativos", no sé si habrá cambiado la cosa con la dichosa crisis) y tienen un toque bohemio en general. El arte te sorprende en cualquier esquina y el amor por la arquitectura es omnipresente. No quiero idealizar tampoco (yo he estado de vacaciones y no he sufrido los inconvenientes que pueda tener), pero hay elementos objetivos para tanta admiración; como el respeto a la memoria histórica que te asalta a cada instante. En Berlín no quieren olvidar (igualito que en este país) y toda la ciudad está salpicada de placas conmemorativas, monumentos... Resultan especialmente interesantes el Memorial del Holocausto y la "Topographie des Terrors" (muy pedagógico, como el Museo Judío, en un impresionante edificio que justificaría la visita por sí solo). Llaman la atención iniciativas como dejar el hueco de edificos destruidos o una iglesia sin reconstruir (Kaiser-Wilhelm Gedächtniskirche).
Aunque la Isla de los Museos es magnífica (los museos no son el British ni el Louvre, son asequibles y no desbordan) y recordaré siempre la mirada del busto de Nefertiti (estuve un montón de rato hipnotizada delante, lo vimos en el Altes Museum, pero ahora debe estar en el Neues, cuando fuimos la isla de los museos estaba aún en obras), para mi Berlín será siempre la ciudad de la dignidad (como demuestra el caso del "Ampelmann" que tanto cautivó a mi compañero de viaje, una campaña popular para evitar que se perdiera el muñequito de los semáforos del Este con la reunificación). Creo que Prenzlauer Berg sería un buen sitio para vivir, con sus placitas y restaurantes. Y para pasearse fuera del barrio, Scheunenviertel (más restaurantes), con la Nueva Sinagoga y las galerías de arte. Y cuando llegue el domingo de verdad, de "brunch" y/o de mercadillo (de hecho, se puede hacer el "brunch" mercadilleando) y luego, si hace bueno, a uno de esos magníficos parques (qué envidia me da este tipo de ciudad) donde la gente es tan civilizada. Porque la gente es un gran atractivo en sí misma, tan amables y concienciados. Recuerdo en concreto dos anécdotas: en el restaurante Austria de Kreuzberg (ponen unos Wienerschnitzel excelentes tamaño colcha) me prepararon un plato exquisito vegetariano cuando comenté que no encontraba nada para comer en un restaurante tan carnívoro (una excepción en un país en el que no nos resulta difícil comer por la abundancia de compañeros de fatigas, comí de maravilla). Y paseando por Scheunenviertel (creo) oíamos a unas mamás explicándoles a sus niños lo que ponía en las placas conmemorativas del suelo y las paredes.
Una ciudad para pasear y aprender. Una maravilla.


Creo recordar que la foto (entrada al Mauerpark, un parque de Prenzlauer Berg donde quedan restos de muro) es de cosecha propia y no del fotógrafo de la familia.

jueves, 21 de enero de 2010

Diario de viaje: Varsovia

Esta entrada va dedicada a una amiga nuestra que viajará a Varsovia en Semana Santa (aunque vaya por delante que no le va a servir de nada). En fin, cada cual que descubra por sus medios una ciudad la mar de agradable e interesante.

Varsovia, 5 de diciembre de 2004

"Pole Mokotowskie" quiere decir "hace un frío que te cagas" según J. En realidad, es nuestra parada de metro (desde la que hay 1 min. hasta el hotel, según un letrero la mar de optimista que supone que los turistas vamos en reactor); pero a J. le fascina la frasecita y no para de repetirla, admirando su sonoridad, como sustituta de la que realmente procede. Porque frío, lo que se dice frío, aquí hace un rato.

Nos vamos a Lazienkowski, un parque con palacios (hay uno flotante), anfiteatros construidos para que parezcan ruinas griegas, gente con una colección increíble de gorros peludos de todas las formas posibles y ropa muy anticuada, grajas, cornejas cenicientas, carboneros, herrerillos, trepadores azules, grajillas, picos menores, ardillas pelirrojas un tanto punkies y abuelas con ganas de dar sugus a J. Por estas fechas suele estar todo nevado. Hemos tenido suerte, porque creo que este es el máximo frío que podemos aguantar (ya no me caben más capas de ropa debajo de la chaqueta, no puedo bajar los brazos del todo). La gente parece muy agradable y dan de comer a los pájaros, a las ardillas, a los patos...

Nos llama la atención lo viva que está la memoria de la trágica historia de la ciudad. Hay monumentos y placas por doquier que recuerdan a los asesinados tanto por los rusos como por los nazis. Vamos al Museo Pawiak, que fue primero una prisión zarista y luego la mayor prisión de la Gestapo en Varsovia. Aquí murieron más de 30.000 polacos (a otros 70.000 se los llevaron a los campos de exterminio) durante la ocupación nazi. Los alemanes volaron el lugar; pero se ha reconstruido una zona y ahora exhiben objetos personales de los prisioneros, poemas, fotografías de la época... Sobrecogedor.

Varsovia, 6 de diciembre de 2004

J. ha decidido que, debido a las temperaturas, no se puede estar más de dos horas en la calle sin hacer una pausa para el café. Así que entramos en Karma, un lugar acogedor donde la gente lee acomodada en los sofás y se oye jazz de fondo. Los ventanales dan a la plaza Zbawiciela y hay cojines, universitarios ociosos...

Hemos empezado el día yendo al Palacio de la Cultura y la Ciencia, un mastodóntico regalo de Stalin que parece más una amenaza que otra cosa. El ascensor sube 30 pisos en 20 segundos; había que ver a la ascensorista, parecía una piloto. La vista valía la pena. Luego hemos ido pateando hasta la Stare Miasto (la parte antigua), pasando por las calles comerciales (Chielmna y Nowy Swiat). En la ciudad vieja, todas las estatuas llevan sables. Este pueblo se ha cansado de recibir, por lo visto. Vemos el Palacio Real, la catedral, las iglesias, la plaza del mercado (que es una preciosidad, con tantos colores y la reconstrucción tan detallada, con los relojes y las figuras de piedra), las muralles... Y Zygmunt, la estatua encaramada en una columna que fue prácticamente lo único que quedó en pie tras los bombardeos, por lo que pudimos ver en las fotografías que tenían en Pawiak, donde aparecía la columna rodeada de ruinas. Después hemos ido a la zona donde estuvo el gueto, que llegó a albergar a 400.000 judíos. No queda nada (lo redujeron a escombros también), apenas una serie de monumentos conmemorativos de las deportaciones (uno de ellos señala el lugar desde donde salían los trenes a Treblinka). Hay flores frescas y velas encendidas.

Varsovia, 7 de diciembre de 2004

La visita al Museo de Historia es imprescindible en una ciudad como esta. Se nos pasan volando las tres horas que estamos dentro. La "parte no nazi" (según definición de J.) resulta muy interesante para gente ignorante como nosotros. De la "parte nazi", nos impresiona la exposición de fotografías del levantamiento del 44. La documentación sobre la reconstrucción de la ciudad también vale mucho la pena; te miras las cosas con otros ojos. Todo se planificó cuidadosamente. No entiendo que haya quien desprecia la ciudad antigua de Varsovia por tratarse de una reconstrucción. Más allá de su belleza, es un monumento al tesón y a la dignidad. Sería una lástima que esta ciudad fuera solo rascacielos, tiendas europeas del montón... Varsovia se merece más, y en nuestro recuerdo siempre la distinguirá su parte antigua y sus múltiples monumentos a los muertos. Su memoria, tan necesaria.

La fotografía es de Jaime Seuma Sandoval.

lunes, 11 de enero de 2010

Momentos estrella: Japón

Estos son (no necesariamente en este orden) los momentos más destacados de nuestro reciente viaje a Japón.

1. La aparición del Fuji. Pensábamos que no podríamos verlo tampoco este viaje, con la niebla que cubría el lago Ashi en Hakone. Y de repente, empezaron a subir las nubes y apareció el Fuji en toda su majestuosidad. Parecía que se hubiera alzado un telón. Imposible describirlo; no es solo un tema visual. Transmite una energía parecida a la del Ganges. La exclamación de asombro me salió del alma.

2. El festín del ryokan. También en Hakone, nos dimos un gustazo y cenamos en el ryokan (posada típica japonesa) en el que nos alojábamos. Iban saliendo platos que nunca hubiéramos pedido voluntariamente; pero que estaban buenísimos. Me acordaré siempre de un pobre pescado (sashimi) y su cuidada presentación (parecía que estaba haciendo una postura de yoga). Todo ello regado con abundante té verde tostado y servido en una vajilla exquisita.

3. El onsen. Como último momento a destacar en Hakone, el onsen (los baños termales) del mencionado ryokan. Pensé que no me atrevería a salir al baño exterior y me limitaría a sumergirme en las aguas termales de la piscina cubierta. Pero al final me picó la curiosidad y para allá que me fui a pesar del frío que hacía. Se estaba de fábula; rodeada de rocas y árboles.

4. El reencuentro con Tokio. Es una ciudad increíble. La segunda vez que vas ya no te sorprende todo tanto, claro; no andas por Ginza con la boca abierta como si llegaras del pueblo. Pero, a cambio, tienes la expectativa de volver a oír la musiquilla de la Yamanote (una línea de metro famosa por sus melodías), ir a algún restaurante que te encantó (para comer tonkatsu otra vez, unas frituras deliciosas)... Y, sobre todo, volver a Shinjuku; nuestro barrio favorito. Con la estación de tren por la que pasan más personas al día, sus grandes almacenes (con los sótanos dedicados a la alimentación que tanto me gustan y nuestra librería favorita), las luces, el follón... Otro mundo.

5. Sadako, una niña como símbolo del horror. A la tragedia de Hiroshima no nos es tan fácil ponerle rostro como a Auschwitz, por poner un ejemplo. Los malos en este caso son justamente los que hacen las pelis y si no les conviene el tema... Pero cuando vas al Museo de la Paz en Hiroshima, al lado de ese río en el que en su día flotaron miles de cadáveres, y lees la historia de esa niña a la que diagnostican leucemia diez años después de la bomba atómica y, a sus doce años, decide confeccionar mil grullas (símbolo de longevidad) de papel con la esperanza de curarse... Cuando ves en ese mismo museo esas grullas diminutas (escaseaba el papel) y lees y oyes las historias de todas esas víctimas que no murieron el día de la bomba, sino diez, veinte, treinta años después... Detrás de tantos ceros como tiene la cifra de víctimas hay miles de historias de personas normales; de vidas truncadas; de sinsentido y sobre todo, de un dolor infinito que trasciende las décadas.

6. El ryokan de Kioto. Estaba lejos del centro, en las colinas, rodeado de bosques. Nuestra habitación daba a un jardín. Dormíamos en futones sobre tatami. Y me pegaba unos desayunos japoneses, con su sopa de miso, el arroz, el té verde y todos los platillos (diferentes cada día)... La gente que lo llevaba eran muy simpáticos. Una abuela dirigía el cotarro y no se le escapaba detalle. La noche de fin de año cenamos allí; fuera nevaba...

7. Día de Año Nuevo en Kioto. Mareas humanas en templos como Kiyomizu-dera. Todo el mundo quiere pedir salud y éxito para los próximos doce meses. Hay parejas vestidas de forma tradicional, encantadas de que las fotografíen (no los turistas, que también, sino el resto de la gente que ha ido al templo); para amortizar el esfuerzo, supongo. Se ven familias enteras leyendo su fortuna (los monjes budistas hacen su agosto el uno de enero) y colgando los papelitos cuando no les ha salido buena suerte, para que se disipe el mal fario. Y entre templo y templo, venga a comer (las tiendas de dulces no dan abasto).

8. Los jardines zen de los templos de Kioto. Hasta que no los ves en persona, no te das cuenta de lo que son en realidad. En foto pierden mucho. En directo transmiten una calma, una armonía...

9. La casa de té de Nara-koen. En el parque de Nara, durante la visita y entre ciervo y ciervo, teníamos tanto frío que entramos en una casa de té tradicional en la que además dejaban fumar. El paraíso, vaya. Tomamos macha, dulces de azuki, sopa dulce de alubias rojas, algas confitadas...

10. La comida, la comida. Esa tempura tan rica (y tan cara) que te hacen delante tuyo, soba, algas de todo tipo, tofu, mochis, platillos con objetos no identificados y sin embargo comestibles y encima deliciosos... Y todo tan bien presentado, con unos platitos y utensilios de un gusto tan refinado...

La foto es de Jaime Seuma Sandoval, de quién si no (haciendo clic encima se puede ver a mayor tamaño).
Más fotos del viaje aquí.

viernes, 18 de diciembre de 2009

En el tintero (I)

Como se pudo ver en la entrada anterior (dos obras de teatro y una novela de un plumazo), estamos de liquidación de existencias; a ver si empezamos el año con las estanterías vacías. Se me quedan muchas entradas en puros borradores. Falta de tiempo; ganas de alejarme del ordenador, con el que me paso la vida. Así que se han quedado en el tintero muchas, muchas cosas.
Por ejemplo, el fin de semana largo en Londres, por primavera (y por mi cumple, para más señas). Lo bueno de visitar sitios que se conocen bien es que se evita el ansia de tener que verlo todo. Bueno, hay gente que no es así; pero yo, abandonada a mi inercia, me planifico unos itinerarios agotadores. También es cierto que gracias a mi compañero de viaje he corregido en parte mi defecto y soy capaz de soportar el estar sentada bien quetecita en un parque "sintiendo cómo llega la primavera" (el compañero en cuestión se puso lírico en Baviera, quizá tuvo algo que ver su afición a las jarras de medio litro) en lugar de correr al centro histórico de Regensburg, por ejemplo (aunque fui después, claro, no me lo iba a perder por mucho que estuviera llegando la primavera). A lo que íbamos, ir a una ciudad como Londres, con tantísimo que ver, para mí es un plan de lo más relajante. Cada vez que voy "veo" de nuevo algún museo (esta vez entramos en el Tate, en el de toda la vida, a darnos una vuelta), voy a alguna exposición (la de este viaje, en el Bristish Museum, fue espléndida, "Garden & Cosmos", pintura de la corte de Jodhpur nunca vista en Europa) y, sobre todo, al teatro.
Soy una gran fan del Old Vic y allí fuimos también esta vez, a ver The Winter's Tale, de Shakespeare (de quien también soy gran fan, por cierto). Este teatro nunca me ha decepcionado, la verdad. También nos dimos el paseo habitual por Charing Cross Road en busca de libros (aunque haya perdido mucho, sigue siendo un buen sitio por la concentración de librerías), fuimos a mis mercadillos favoritos (ya solo me quedan los de la zona de Brick Lane, que también ha perdido lo suyo) y el "Sunday Roast" en un pub (algunos tienen unas opciones vegetarianas deliciosas) se malogró porque mi cómplice había desayunado demasiado en el hotel (por una vez que no estábamos en un zulo y había un desayuno como dios manda...). Esta vez nos alojamos entre el Támesis y Saint Paul's, de lujo (una celebración es una celebración, y no pagaba yo) y era agradable volver caminando al lado del río cada noche (la parada de metro más cercana al hotel estaba de obras, así que nos paseamos más de lo previsto). También nos dimos un paseo por el centro, cómo no (cenamos en el Soho, todo un clásico), por un parque (St. James' esta vez)... Y la única nota negativa del viaje fue, como siempre, lo pesadas que son en general las compañías aéreas. En fin.
De vuelta a casa, seguimos con nuestra afición a las series de televisión. Alguien (no señalaré a nadie, que está feo) nos recomendó "Deadwood" el año pasado (una maravilla) y así empezó todo. Hemos visto alguna temporada de varias series; pero destacaré "The Wire", ahora que estamos finalizando la quinta (y última) temporada. Estupendos guiones, magníficos actores. Una serie tremendamente realista (suelen ganar los corruptos y los "malos" en general) que destapa los entresijos del mundo de la política, el trabajo policial, el periodismo, la droga, etc. con gran rigor. A diferencia de otras series, esta se ha mantenido sin problemas ni bajones. De hecho, con la cuarta temporada estuvimos enganchadísimos, y eso que iba sobre el sistema educativo y de entrada pensamos que no iba a dar mucho de sí.
Y nada, otro día seguimos contando de lo que no se ha contado.

jueves, 27 de agosto de 2009

Diario de viaje: Bretaña

Kergoad Vihan, 20 de julio de 2009

Nuestra casita está en lo que esta buena gente llama un "hameau" pero que no es una aldea, sino una explotación agrícola con hectáreas y más hectáreas de sembrados. Y cuatro casas de piedra. La nuestra es un típico "penty" bretón del siglo XVII desde el que se admiran las Montañas Negras (las segundas en "altitud" después de los Montes de Arrée, 321 m) y se ve verde y hortensias y golondrinas por doquier. No tardamos en ver un ciervo también. Al llegar, Madame S., que es un encanto, nos invita a un café/té con las galletas de mantequilla bretonas que serán mi perdición. Nos lo sirve en un juego de porcelana antiguo pintado a mano, típico de la zona (en la que su familia lleva más de 200 años). Después nos vamos a estirar las piernas, seguidos por unos terneros un tanto cotillas. J. se dedica a salvar a unas mini-ranas empeñadas en cruzar la, por suerte para ellas, poco transitada carretera.

Kergoad Vihan, 24 de julio de 2009

El "barman del tiempo" de Saint Herbot nos había avisado de que haría mal tiempo antes de que se arreglara la cosa (qué cachondo el hombre); así que nos dejamos de arriesgados paseos campestres y nos vamos a visitar un par de "enclos paroissal" de esos. El de Pleyben es impresionante. J. hizo más caso a los aviones roqueros que a la iglesia, pero, bueno. En los recintos parroquiales estos tienen osarios para poner los huesos que sacan de las iglesias para hacer sitio para otros enterramientos. Ahí exponen las calaveras, tibias y demás, para recordar a la gente que la muerte acecha y que hay que estar preparados y con los "business" con Dios en orden. "Memento mori". Cuando empieza a oler mucho a crêpe, está claro que se acerca la hora de comer; así que nos vamos a casa y nos encontramos con todo un espectáculo: ha salido el sol y las mariposas se han vuelto locas de alegría.

Ker Riwalan, 27 de julio de 2009

Nos despertamos y resulta que llueve; pero mientras desayunamos escampa e incluso sale el sol. Nos vamos a Pontrieux, que hoy es día de mercado. Yo diría que son los mismos que estaban ayer en La Clarté: el de la "andouille" (el embutido bretón por excelencia), los de la fruta biológica (tienen unas fresas deliciosas), el "quesero" (qué festín para los ojos y para el paladar, compramos un queso que sabe a bosque). La ciudad es muy coquetona, repleta de flores (lo cual no tiene mucho mérito con semejante clima, no tienen que cuidarlas en absoluto, así ya se puede ser generoso con los cestos de flores por las calles). Esta ciudad es famosa por sus cincuenta lavaderos en el río decorados, cómo no, con cestas de flores y barcas llenas de lo mismo. Qué colorido. J. hace fotos de las lavanderas (los pájaros, no hay señoras lavando).

Ker Riwalan, 31 de julio de 2009

El día se ha quedado de fábula; el mejor que hemos tenido. Eso sí, tan pronto hay que ponerse el chubasquero (por el aire, más que nada), como la gorra (por el sol, en su momento se demostrará que J. debería haber hecho lo propio). Qué trajín esto de Bretaña. Vamos bordeando la isla de Batz; son solo 10 km, pero hay tantos pájaros que el ritmo de avance se acerca peligrosamente a cero. El rato de los cernícalos (un espectáculo, eso sí) pasará a los anales de mi historia personal de ornitóloga consorte como el día en que J. perdió definitivamente la chaveta. Vemos también gaviotas sombrías, gaviotas reidoras, chorlitos, vuelvepiedras, tarros, zarapitos, cercetas, fochas... Como la isla es tan pequeñita, todo el rato se ve el faro. Hay prados con florecitas... es un lugar la mar de agradable. En una de las playas, mientras J. se deleita con una colonia de charranes, me echo una siesta breve pero deliciosa (oficialmente estoy meditando, por supuesto).

La foto de la Isla de Batz es de Jaime Seuma Sandoval. Más fotos aquí.

martes, 28 de abril de 2009

Diario de viaje: Baviera

Zwiesel, 4 de abril de 2009

Hemos preguntado cómo llegar en tren a Zwiesel y nos han indicado todo fantásticamente. En dos horas y media estábamos aquí a pesar de los trasbordos. Estupendo sistema de transporte público, vive dios. Y ni siquiera nos ha parecido caro. Hemos visto nieve por el camino; pero al llegar hacía un solecillo la mar de agradable. Llamé a Frau S. y nos fue a buscar en coche a la estación. Es muy simpática. No entiende por qué siendo de un lugar soleado hemos venido a parar a la Selva Bávara, donde tienen nieve 5 meses al año. Por lo visto, a principios de semana seguían con un metro de nieve. Nos ha ido de pelos. Nada más llegar, J. ha empezado a ver pájaros. El pueblo es muy tranquilito. La calle principal, con el Ayuntamiento y todas las fachadas tan bien pintaditas, de colores, es de cuento.

Zwiesel, 5 de abril de 2009

Cogemos el tren a Bayerische Eisenstein, que está a más altura que Zwiesel. Por el camino vemos unos abetos altísimos y mucha nieve. Qué pueblo tan bonito, con sus torres de iglesia. Hace muy buen día. Comenzamos la caminata sin sospechar el lío en el que nos estamos metiendo. Cuando llegamos al río, donde empieza la señalización del sendero que hemos elegido, sorpresa: está todo cubierto de nieve. Empieza una lucha contra los elementos que durará horas. Pero el bosque vale la pena (cuando consigo verlo, claro, me paso bastante rato con nieve hasta la rodilla y a veces me cuesta un poquillo salir).
Grafenau, 8 de abril de 2009

Frase del día: "einige Steigen" (algunas pendientes). J. bromea diciendo que igual en el arroyo hay un mirlo acuático como el que vimos en Zwiesel y pasa uno escopeteado. Buen augurio. Pasamos al lado de un nevero (a la vuelta haremos aprecio del banco colindante) y contemplamos los prados. Nos metemos por un bosque mixto de robles y abetos llenito de pajarillos que nos lleva hasta el río Grosser Ohe, que acaba confluyendo (en Passau) con el Danubio.

Regensburg, 10 de abril de 2009

Regensburg es la única ciudad medieval alemana que sobrevivió a la segunda guerra mundial, y es Patrimonio de la Humanidad desde 2006. Salimos disparados a explorar la parte antigua. Empezamos por el puente de piedra sobre el río Danubio. Hay una salchichería al lado, se supone que es la más antigua del mundo (es del siglo XII) y que si no te comes una salchicha de esas no has estado en Regensburg. J. se sacrifica por la causa (y yo más, porque, como soy la portavoz oficial, entro en una cocina diminuta a comprar la salchicha y quedo aromatizada para días). Lleva algo de "sauerkraut", pero J. se la zampa sin contemplaciones. Hace un día increíble y no se ha quedado en casa ni Blas (nos recuerda al Viernes Santo que pasamos en Ljubliana hace tres o cuatro años). Hay terrazas por todas partes, hasta arriba de gente. En los "biergarten" hay centenares de personas (algunas cervecerías alemanas tienen más población que el pueblo de J.) que han aparcado fuera las bicis.
Munich, 11 de abril de 2009

El tren a Munich parece un "tren biergarten"; todo lleno de gente bebiendo y cantando. Llevan camisetas (y bufandas, con el calor que hace) del Bayern. Al llegar, la estación está tomada por la policía, cámaras de vídeo en ristre. Vemos pasar un tranvía que han "secuestrado" los hinchas del Frankfurt (no se atreve a subirse nadie en la parada); por lo visto hemos llegado en día de fútbol, y de otros acontecimientos. El centro de la ciudad está totalmente colapsado. Manifestantes con banderas de Israel (ni idea de por qué), pacifistas en contra de la participación de tropas alemanas en conflictos extranjeros, los susodichos hinchas, las terrazas hasta arriba de gente (cómo no), familias aprovechando la llegada de la primavera... Después de la tranquilidad de la Selva Bávara, el mogollón se nos hace cuesta arriba. Nos vamos al Englischer Garten, unos jardines enormes donde la gente va a hacer de todo: surf (tal cual), ceremonias de té a la japonesa, tomar el sol con más o menos ropa, correr o ir en bici (con o sin extensión para niño), jugar al "corro de la patata" (o algo así) cerveza en ristre (los adolescentes), zamparse (varias) jarras de litro en el "biergarten", escuchar a la banda de música (vestidos de bávaros, los músicos, digo)...

La foto es de cosecha propia, con tratamiento digital de Jaime Seuma.
Más fotos del viaje aquí.

lunes, 22 de septiembre de 2008

La tierra del tiempo olvidado

En Madagascar se tiene la sensación de estar muy lejos, y no solo geográficamente, sino también en el tiempo. Las formaciones rocosas que nos recuerdan la ruptura de Gondwana, los "fósiles vivientes", los pre-simios y muchísimas especies de otros animales, de pájaros, árboles y plantas que no se encuentran en ningún otro lugar del mundo nos trasladan a épocas lejanas en las que el país aún no era una isla (la cuarta de mayor tamaño).
Lástima que se conserven también costumbres de hace muchos centenares de años, como la quema de pastos para cebúes (con la intención de renovarlos) que aísla bosques y acaba con la vida de muchos animales, erosionando la tierra y dejándola estéril para el cultivo. La deforestación se ha convertido en un grave problema contra el que no es fácil luchar en un país de costumbres ancestrales y malas carreteras. Y lástima también que una "simpática" compañía de telefonía francesa haya decidido que el tiempo es oro también aquí y que además puede cobrarse por minutos (hay cobertura en los sitios más impensables gracias a que han sembrado el país de torres y puntos de venta de móviles, que arrasan).
En Madagascar todo es inmenso. Cuesta hacerse a la idea de la extensión de los parques nacionales. La vista se nos pierde en el horizonte y en las cifras de muchos ceros. Y cada lugar es diferente, único. La gran variedad de paisajes hace que pasemos en un día del bosque tropical húmedo de Ranomafana a la aridez de las formaciones rocosas y los cañones de Isalo. En los parques y descendiendo por el río
Tsibirihina vemos lémures de diversas especies. Nos quedamos fascinados viéndoles saltar de árbol en árbol, comer hojas de bambú, cargar con sus crías. No nos cansamos de contemplar un animal que no existe en ningún otro lugar, que es el predecesor del mono.
También nos seducen los
niños (guapísmos) que hay por doquier, incluso en medio de la carretera cuando no divisamos ningún pueblo en las inmediaciones. Niños que juegan con palos y con otros niños. Sin juguetes. Niñas cargadas con bebés tan grandes como ellas. Todos ríen (en los pueblos, las ciudades son otra cosa) y nos saludan llamándonos "vazaha" (blancos), dispuestos en todo momento a jugar un rato con los extranjeros. Nos llegan sus risas por la noche, acampados en la orilla del río, y se les oye felices a pesar de vivir en uno de los países más pobres del mundo. A pesar de los síntomas de desnutrición que adivinamos en algunos de ellos, en un país que se alimenta básicamente de arroz.
Quizás mi mejor recuerdo de este viaje sea la placidez del tiempo detenido durante el descenso en piragua por el río
Tsibirihina, buscando pájaros y saludando a la gente con la que nos cruzábamos (mujeres lavando en la orilla, gente en piragua). Nuestros acompañantes (el "piroguier" y nuestro guía) hablaban con todos, y no era (en su caso, nosotros solo podíamos decirles "hola" y "adiós") un mero intercambio de saludos, sino una conversación en toda regla, regada de sonrisas, sin que importase que no se hubieran visto nunca antes.

Más fotos de Madagascar aquí. La foto de la Avenida de los Baobabs es de cosecha propia (con tratamiento digital de Jaime Seuma) .

Banda sonora del viaje:

sábado, 12 de julio de 2008

Souvenirs: 10 recuerdos de Estocolmo

No sabría decir qué me gustó más de Estocolmo; pero tengo un recuerdo que no es de un lugar concreto, sino de una sensación muy placentera. Una ciudad (un país) para visitar en verano, claramente, que es cuando hay un montón de horas de luz e incluso sol (aunque te puede caer un chaparrón todo el año). Nos dejamos el recorrido por el archipiélago (que promete, pero requería más días y no solo un puente) para otra vez.
Entre mis recuerdos (no necesariamente por este orden):
1. La cantidad de parques, jardines y árboles que había. Una tercera parte de la ciudad es zona verde y los suecos la aprovechan para hacer picnics, deporte... Quien como ellos.
2. La tranquilidad y la limpieza de una ciudad que cuida sus espacios con esmero. Los escaparates y las tiendas, muy nórdicas, puestas con muy buen gusto. Y se ve todo andando; en el centro no hay grandes distancias (aunque reconozco que nos pegamos unas pateadas buenas, pero fue en el ecoparque, que es enorme, y en Södermalm, que lo mismo).
3. La gente, decidida a disfrutar del verano (y de la ropa y las terrazas propias de la estación), aunque hiciera más frío que en invierno en Barcelona y tuvieran que taparse con una manta.
4. Millesgärden, un lugar íncreible que celebra su centenario. Un museo y jardines en la isla de Lidingö donde se expone la obra del escultor sueco Carl Milles, discípulo de Rodin (nos recordó nuestra visita al Museo Rodin de París, que nos gustó muchísimo también). Las esculturas tienen mucha fuerza. Y fue muy relajante comer en la terraza de la cafetería (nos debimos contagiar de los suecos, porque disfrutamos de ratos muy agradables en varias terrazas).
5. La plaza Stortorget de Gamla Stan (el casco antiguo), con sus edificios antiguos y sus cafés. Un sitio al que volvimos varias veces.
6. El mercado (Saluhall) de Östermalm, donde todo estaba tan limpio y colocadito (parecía de juguete). Todo tenía una pinta estupenda. Montones de patatas diferentes.
7. Estocolmo con sol. Nos hizo un día (de cuatro) radiante y lo disfrutamos muchísimo. Todo tenía otro color y la gente estaba feliz (es que encima era domingo).
8. Si las ciudades con ríos o lagos (o mar) suelen ser especiales, esta, que tiene de todo y está formada por catorces islas, pues más. Agua por doquier.
9. La sorpresa al entrar en el patio del Ayuntamiento (no te esperas un lugar así tras un exterior tan austero). Muchos de los edificios históricos están coronados por figurillas doradas en perfecto estado de revista (a pesar de lo inaccesibles).
10. La cantidad de museos que había, no siendo una ciudad demasiado grande. Cerraban muy pronto, en mi opinión, eso sí.

Foto de Millesgärden de cosecha propia, con tratamiento digital de Jaime Seuma. Más fotos de nuestro viaje a Estocolmo aquí.

viernes, 20 de junio de 2008

Souvenirs: 10 recuerdos de Bolivia

Ahora que estamos preparando el viaje de este verano, es buen momento para recordar el que hicimos el año pasado a Bolivia, un país que vale mucho la pena (cuidadín con qué compañía aérea se viaja, eso sí).
Entre mis recuerdos, no necesariamente por este orden:
1. Las cuestas de Potosí, una ciudad con muchísimo encanto a 4.000 metros (aunque no sufrimos por el mal de altura, nos quedábamos sin resuello igual). Las calles son muy estrechas y sinuosas, para despistar al viento helado (aunque, claramente, no lo logran). La energía tan especial que transmite el Cerro Rico.
2. El Nevado Illimani visto desde La Paz (y desde la carretera que lleva a la capital, y desde el aeropuerto de El Alto, dominándolo todo).
3. El Parque Nacional Madidi y todos los pájaros que vimos allí (los espectaculares papagayos, volando en parejas). La selva de noche.
4. Las lagunas, volcanes y salares del Altiplano, en la Reserva de Fauna Eduardo Avaroa (un lugar muy virgen aún, gracias al inhóspito entorno). Los flamencos, ñandúes y vicuñas de la Reserva (y los colores, los contrastes del agua, el cielo y la tierra).
5. Los tejados de las iglesias y conventos de Sucre y Potosí, y las vistas de la ciudad desde allí. El barroco mestizo de la Iglesia de San Lorenzo (Potosí).
6. El mate de hojas de coca, que va bien para todo (para el mal de altura, para la digestión) y el trimate (coca, anís y manzanilla), estupendo después de cenar. Debimos beber litros de ambos. Los batidos de fruta y el chocolate de Sucre; los platos con quinoa de cualquier parte del país; montones de tipos de patatas diferentes, todas riquísimas. Una delicia.
7. Los diseños textiles jal'qa (que plasman un mundo oscuro e irreal con extraños animales) y tarabuco (se pueden ver buenas muestras de ambos en el interesante Museo Textil que hay en Sucre).
8. Los cerros rojizos de Tupiza y la "pateada ornitológica" que nos pegamos hasta Entrerríos el día de nuestro aniversario (diez horas para recorrer 24 km, parando en seco cada cuatro pasos porque había un pajarito que fotografiar, identificar, contemplar, escuchar...).
9. Los "escribidores" (no sé si se llaman así). Los vimos en las calles de Sucre, con su pupitre, su silla y su anticuada máquina de escribir, dispuestos a redactar cartas o rellenar formularios por unos pesitos.
10. La gente, tan amable. El niño de un pueblito tranquilo y polvoriento (al que habíamos llegado por una pista más polvorienta aún, en un autobús que no tenía una sola ventana que cerrase bien), que nos preguntó de dónde éramos y al decírselo, le salió del alma un "¿Y han venido hasta aquí para pasear?".

Más fotos de Bolivia aquí. La foto de la Reserva de Fauna Eduardo Avaroa es de cosecha propia (pero el tratamiento digital es de Jaime Seuma).

lunes, 2 de junio de 2008

Souvenirs: 10 recuerdos de Tokio

Entre otros, y no necesariamente por este orden:
1. Joya-no- Kane, las campanadas de Año Nuevo, en el templo de Tenryu-ji (Shinjuku). Son 108 y dimos una cada uno.
2. La gente cruzando los pasos de cebra en forma de aspa, mientras veíamos la calle desde un bar tipo Lost in Translation en el piso 40 del Hotel Cerulean (Shibuya).
3. Caminar por calles abarrotadas de Ginza e ir tropezando con la gente porque estábamos absortos contemplando las pantallas de vídeo de varios pisos de altura que hay en muchos edificios (en lugar de mirar por dónde íbamos), casi esperando que apareciera una nave voladora de esas de Blade Runner.
4. El sonido cantarín de los saludos y despedidas de los dependientes / camareros en las tiendas y restaurantes.
5. Las "Yamanote bells", esas "campanillas" que evocan las más diversas melodías en los andenes del metro (se consulta a los viajeros cuáles son sus preferidas, hay votaciones, son un fenómeno social).
6. La decoración de los aparadores y escaparates de los "depachika" (secciones de alimentación) de los grandes almacenes (como los Takashimaya de Shinjuku).
7. El sabor del té bancha que sirven en las comidas (imposible acabárselo, porque cada vez que vacías el vaso, te lo vuelven a llenar).
8. La gente en el metro: leyendo cómics (parecían listines telefónicos, por el tipo de papel) y libros (en las librerías te ponen un forro de papel para que nadie sepa lo que lees), durmiendo (muchos), maquillándose (muchas), viendo películas en el móvil o escuchando música, pero nunca hablando por el móvil (le quitan el sonido para no molestar a los demás viajeros), y bebiendo té verde frío de las omnipresentes máquinas de bebidas.
9. Los rituales de los templos; cómo "recogen" el humo del incienso para pasárselo por la cabeza y el cuerpo para tener buena salud, los cajoncitos con números que esconden tu futuro (o algo así, no es que entendiéramos ni una palabra, claro), los papeles anudados que contienen deseos...
10. La extrema amabilidad de la gente. Sin hablar nosotros japonés ni ellos inglés conseguíamos pedir comidas, comprar billetes de tren, llegar a los sitios; se deshacían en explicaciones hasta hacerlas comprensibles a pesar de la (sólida) barrera idiomática.

Más fotos de Tokio
aquí. La foto del interior del edificio Marunouchi (y la del metro de Tokio de la cabecera) es de Jaime Seuma.

jueves, 27 de marzo de 2008

El placer de unas (merecidas) vacaciones

Al trabajar por mi cuenta, tengo comprobado que la única manera de descansar es desapareciendo, poniendo tierra de por medio. Los clientes (aunque no todos) no suelen entender de negativas (ni de fines de semana, ni de festivos, por no hablar de los impensables puentes españoles). La indirecta más sutil que captan muchos es el mensaje del correo electrónico que les advierte de que ni estoy, ni voy a estar en unos cuantos días (a pesar de eso, algunos siguen mandando trabajo, pero, bueno, esa es otra historia). Así que, para mí, las vacaciones son sinónimo de viajes; no solo por afición (que la hay, bordeando la adicción), sino también por necesidad de descanso (a veces considerable, no es la primera vez que me subo a un avión con los nudillos entumecidos, por exagerado que pueda sonar). Se puede objetar que alguna manera habrá de decir que no a los clientes sin que se lo tomen a mal; que podría poner el aviso aunque estuviera en casa / en mi ciudad (aunque tendrían que esconderme el ordenador); que no he avanzado demasiado en mi aprendizaje zen (aunque en este caso habría que tener en cuenta el punto de partida)... Pero también son ganas de dejarme sin una fantástica excusa para conocer ciudades / países nuevos.
Yo prefiero irme cuanto más lejos, mejor; pero mi compañero de correrías tiene voto en la elección de destinos (de hecho, su voto es determinante, yo iría a casi cualquier sitio) y le encanta Europa. Así que en Semana Santa (mientras él no pueda elegir sus periodos vacacionales tenemos que ceñirnos, lamentablemente, a los de la mayoría, que es cuando es más caro viajar) solemos ir a algún país europeo. Este año le ha tocado a Gales, un lugar que ofrece senderos por decenas de kilómetros, algo que a nosotros nos gusta especialmente. Somos muy de caminar (por oposición a nuestra vida profesional ante el ordenador) y de contemplar la naturaleza (sobre todo los pájaros). Así que nos hemos dado nuestros buenos paseos, por caminos bordeando acantilados, a lo largo de canales...
Pero no todo tiene que ser actividad extenuante (sobre todo si el clima no acompaña, que las pascuas en Europa son bastante invernales). A nuestra edad, ya no estamos para bailes ni copas; así que en vacaciones nos vamos a dormir más pronto, llevándonos lecturas a la cama (eso lo hacemos también en casa, pero nunca antes de medianoche). Y solemos ir a algún concierto, museo, exposición, obra de teatro... No voy a olvidar nunca (a pesar de mi escasa capacidad retentiva) a Kevin Spacey actuando en el Old Vic de Londres (qué ganas tengo de volver a ver una obra suya), al violonchelista Gabriel Lipkind en la Laeiszhalle de Hamburgo o la cadencia de la voz de Dylan Thomas leyendo sus poemas en una grabación del centro que lleva su nombre en Swansea.
Y luego están esos momentos deliciosos por inesperados, que no estaban en nuestros planes pero que disfrutamos igualmente. La gente que conoces, por supuesto, pero también algo más sencillo: nuestras tardes ante una ventana extraña. Hace dos años, en Eslovenia, en los Alpes Julianos, pasamos horas (tras un paseo que acabó en mojadura) en una habitación un pelín cutre, pero con unas más que aceptables vistas de las montañas nevadas. Si a eso se le añade la cámara, una novela, el diario que hacemos en cada viaje... lo pasamos de fábula. Este año, en The Mumbles, una villa costera pegada a Swansea, conseguimos por casualidad (acababan de cancelar la reserva unos ingleses que no querían tener problemas en la carretera debido a la nieve) una magnífica habitación con un enorme ventanal que daba a la bahía y dos cómodas butacas para contemplar el mar. Así que cuando nos cansábamos de luchar contra la ventolera (o el granizo, que de todo hubo), pues nos íbamos encantados a disfrutar de la ventana y de los libros de Murakami que nos habíamos llevado de viaje.
Al fin y al cabo, eso son vacaciones, hacer lo que te apetezca; y si puede ser con unas vistas diferentes a las habituales, pues mejor que mejor. Todo ayuda a reiniciar el equipo. Estamos de vuelta.

Más fotos de Gales aquí. La foto del faro (y la del metro de Tokio de la cabecera) es de Jaime Seuma.