
Dyer se queja de la falta de estilo de Murakami, de lo poco trabajado que está el libro, de su sencillísima prosa. Es cierto que no está a la altura de nada de lo que he leído suyo (cosa que me imaginaba y por eso no lo había leído hasta ahora). Pero tiene otros aspectos interesantes. Por ejemplo, vemos la claridad de ideas de este hombre (Murakami, no Dyer). Me imagino que al ser un librito muy conciso, se ha simplificado mucho todo; pero no deja de ser admirable. He de reconocer que Murakami es un tipo que me cae bien. Aunque no me parece un requisito para leer la obra de nadie, desde luego, es más fácil que te gusten estos retazos de memorias si ya de entrada el hombre te resulta simpático. Y hay algunas partes cuyo mérito reconoce hasta el "criticón" de Dyer, como cuando nos cuenta que se va a Atenas para correr la ruta original de la maratón, en pleno verano. Quizá es la parte que más me ha gustado más a mí también.
Cuando comenté con otro entusiasta de Murakami que este decía que la mayor parte de lo que sabe sobre la escritura lo ha aprendido corriendo a diario, este escéptico por naturaleza (mi amigo, no Murakami) apuntó que siempre se pueden encontrar paralelismos entre los oficios y las aficiones (por lo visto, Camus decía que la mayor parte de lo que sabía sobre la moralidad y el sentido del deber lo había aprendido del fútbol). Pero lo cierto es que Murakami lo explica de forma que parece que realmente correr forme parte de su oficio de escritor. Nos dice que la literatura es tóxica (en cuanto el escritor se enfrenta a la toxina de la que no puede escaparse nada humano, sin la cual no hay creatividad) y que para hacer algo contaminante, como escribir, hay que estar muy sano.
Pues nada, ahora sí que solo me queda esperar a que traduzcan su última novela (ya tardan).
Los Novelantes han incluido (por fin) a Murakami en su cartel y hablarán de Kafka en la orilla en octubre.
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