
De la primera historia destaca la pureza y candor de la joven prostituta, para quien vender su cuerpo es casi un servicio a la humanidad. La segunda es una historia de expiación, totalmente incomprensible para mi mentalidad (no es que me fuera fácil entender la primera tampoco); seguro que la criatura hubiera encontrado mejores causas a las que unirse. Todo ello culmina con un desmedido descenso a los infiernos del padre de la protagonista, un policía viudo con más demonios ocultos de los que parecía (tan cariñoso él, haciendo desayunos), al descubrir a qué dedica su hija el tiempo libre.
Lo curioso es que soy incapaz de identificarme con los personajes y, si se toma aisladamente cada elemento de la ficción (tópicos como las insinuaciones lésbicas y las jóvenes colegialas con sus uniformes, los hombres que dicen que rezarán cada día de su vida por esa joven prostituta que tan felices les ha hecho), no conecto. El mérito del cineasta es el equilibrio que logra, el vínculo que crea con el espectador (a pesar de todo); la capacidad de encontrar amor y generosidad en historias sórdidas. Menos declaradamente poética que Hierro 3, más sutil por ello, Samaritan Girl no deja indiferente (es lo que tienen estas pelis asiáticas, o las odias, o te encantan).
Tráiler aquí.
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