No miremos atrás, que el número de borradores sin editar de este blog da auténtico pavor. Con ánimo constructivo, comentaremos brevemente, que es agosto y hace mucho calor (acabo de descubrir con gran asombro que el sudor puede pegarse a los ordenadores), la última peli y novela japonesas que he visto/leído (y alguna otra cosilla, ya que estamos).
Con Kuki ningyo (Air Doll), de Kore-Eda Hirokazu, me pasó como con El cielo es azul, la tierra blanca (novela de 2001 de Hiromi Kawakami). Iba viendo la película (mi primera visita a los cines de mi barrio en meses, dispuesta a disfrutar hasta del rato previo sin imágenes) e iba pensando "pues, bueno, pues me alegro"; por decirlo de alguna forma. No me sentía demasiado implicada por la fantasiosa fábula de la muñeca hinchable que se volvía de carne y hueso (la veía incluso un tanto forzada). Pero salí del cine con una gran tristeza (me repito, supongo, pero la afición al amor, la soledad y la muerte de esta buena gente, y a su combinación, por más señas, acabará conmigo). Y sigo recordando esa película como una experiencia dolorosa; es decir, me dejó más marca de la que hubiera esperado. En el caso de la novela de Kawakami, tres cuartos de lo mismo. La leía pensando que si nos dicen que es una historia de amor, pues habrá que creérselo; a mí más bien me parecía una apología de las izakayas (tabernas japonesas) que otra cosa. Sin embargo, semanas después, recuerdo la vida de la protagonista y su extraña relación amorosa con una punzada de dolor.
Desde luego, Kore-Eda Hirokazu parece obsesionado con la insatisfacción (además de los temas de siempre), presente en Still Walking y en Air Doll; algo no solo muy japonés, sino muy humano (como los consabidos temitas). En fin, lo que me queda claro es que si sigo reincidiendo con estos japoneses es porque hay algo en esa cultura que me atrae irremediablemente. Me pasó durante las vacaciones con una de las primeras novelas de Banana Yoshimoto, Goodbye Tsugumi (1989). No hubiera sido capaz de recomendarla a nadie; pero me encantaba volver a ese pueblo costero por las noches, en la cama, o en el jardín, después de comer. Me sentía super a gusto allí. Y eso que cuando acabé el libro pensé "otra vez me ha timado esta mujer, vaya por dios". Creo que me gusta tanto Japón, que si no puedo estar físicamente (ya caerá el tercer viaje, ya, todo llegará), me gusta sumergirme en ambientaciones que consiguen que me vea inmersa en esa cultura; me cuenten lo que me cuenten. Al final, el punto fuerte de muchas películas y novelas japonesas es, en mi opinión, el ambiente que recrean. Por eso no suele importar que no nos cuenten demasiado. Porque la historia no es lo más relevante. Son los instantes que se aprehenden. Y por eso, creo que el principal problema de Air Doll es que quiere contarnos una historia con su moraleja y todo (lo del vacío existencial y la muñeca hinchable es un poco demasiado evidente, para mi gusto). E igual no hacía falta.
En fin. Sé que mis análisis no están resultando muy sesudos. Esto no deja de ser un diario y lo que me importa es dejar constancia de mis lecturas, momento vital y demás. Hay días de más inspiración y de menos. Estamos de vuelta, pero por poco tiempo.
Desde luego, Kore-Eda Hirokazu parece obsesionado con la insatisfacción (además de los temas de siempre), presente en Still Walking y en Air Doll; algo no solo muy japonés, sino muy humano (como los consabidos temitas). En fin, lo que me queda claro es que si sigo reincidiendo con estos japoneses es porque hay algo en esa cultura que me atrae irremediablemente. Me pasó durante las vacaciones con una de las primeras novelas de Banana Yoshimoto, Goodbye Tsugumi (1989). No hubiera sido capaz de recomendarla a nadie; pero me encantaba volver a ese pueblo costero por las noches, en la cama, o en el jardín, después de comer. Me sentía super a gusto allí. Y eso que cuando acabé el libro pensé "otra vez me ha timado esta mujer, vaya por dios". Creo que me gusta tanto Japón, que si no puedo estar físicamente (ya caerá el tercer viaje, ya, todo llegará), me gusta sumergirme en ambientaciones que consiguen que me vea inmersa en esa cultura; me cuenten lo que me cuenten. Al final, el punto fuerte de muchas películas y novelas japonesas es, en mi opinión, el ambiente que recrean. Por eso no suele importar que no nos cuenten demasiado. Porque la historia no es lo más relevante. Son los instantes que se aprehenden. Y por eso, creo que el principal problema de Air Doll es que quiere contarnos una historia con su moraleja y todo (lo del vacío existencial y la muñeca hinchable es un poco demasiado evidente, para mi gusto). E igual no hacía falta.
En fin. Sé que mis análisis no están resultando muy sesudos. Esto no deja de ser un diario y lo que me importa es dejar constancia de mis lecturas, momento vital y demás. Hay días de más inspiración y de menos. Estamos de vuelta, pero por poco tiempo.
El cielo es azul, la tierra blanca está en castellano en Narrativa del Acantilado.
Tsugumi está en castellano en Tusquets Editores.
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