sábado, 28 de agosto de 2010

Historia de una obsesión

El museo de la inocencia (Masumiyet Müzesi, 2008) es la primera novela que publica Orhan Pamuk desde que se le concediera el premio Nobel en 2006; aunque, según ha comentado el propio autor, no la escribió en dos años, sino que es fruto de un trabajo realizado a lo largo de mucho más tiempo. De alguna forma, se trata de una novela que se convirtió, como la ciudad de su juventud, en una fijación para Pamuk; hasta el punto de desear crear el Museo de la Inocencia del título en la casa del barrio de Çukurcuma retratada en la novela, para exhibir una colección que recree el Estambul del período descrito (desde 1975 hasta el siglo XXI). Por lo tanto, estaríamos ante la historia de una obsesión en más de un sentido.
En 1975 Turquía vive obsesionada (si hemos de creer a Pamuk, y no tenemos por qué dudar de él) por una modernidad que ansía y repele al mismo tiempo, así como por la apertura a la cultura occidental. Kemal, un joven burgués, pierde la cabeza por una pariente lejana (y pobre) y tira por la borda su proyección social para vivir esa pasión de una forma poco ortodoxa. El propio autor asegura que la pregunta clave de la novela sería qué es el amor en realidad. Yo diría que lo de Kemal no es amor; a riesgo de ponerme a escribir frases empalagosas tipo tarjeta con corazones, pienso que quien ama de verdad es más generoso consigo mismo y con la persona amada. Hay un cierto masoquismo / infantilismo en la renuncia de Kemal a vivir su historia como un amor correspondido que debe hacer frente a la rutina y el paso del tiempo. Es como si quisiera castigarse a sí mismo por haber tenido todo siempre de cara en la vida. La pasión enfermiza de Kemal convierte a su "amada", Füsun, en un objeto; en un personaje un tanto plano de quien interesa más su aspecto, su ropa, sus complementos, que lo que realmente siente como persona. Sin duda, Pamuk está retratando la forma en la que se veía y trataba a las mujeres en esa época, así como la falsa "modernidad" de Kemal. Pero la historia de amor sale perjudicada de tanto simbolismo.
En tanto que, a mi entender, en la novela hay más de fijación (a veces dudamos de la cordura de Kemal, y que conste que se lo gana a pulso el hombre) que de hüzün (melancolía en turco), la lectura se ve dificultada por el comportamiento compulsivo de Kemal, gracias al cual, por otra parte, puede retratar Pamuk la nostalgia y languidez post-imperial de la ciudad. Aunque en su conjunto el lector se quede con el regusto nostálgico, con el preciosismo de la escritura y las descripciones, con la minuciosidad de quien le ha dedicado mucho tiempo a una ciudad, a una época; puede que haya lectores a los que les resulte difícil soportar la afición de Kemal a contar las veces que cena en casa de sus parientes, las veces que hace el amor... tanta reducción a los números. Yo tuve que hacer una pausa a media novela porque no podía soportar que Kemal fuera a cenar tan a menudo a la casa de los padres de Füsun, que invirtiera tiempo y dinero (su propia vida) en un afán un tanto patético. Me daban ganas de asirle por los hombros y zarandearle a ver si espabilaba... Hubiera entendido más una ruptura de compromiso, un matrimonio desigual... pero, claro, de ahí no hubiera salido el Museo de la Inocencia (aunque igual sí el del Desencanto, mira tú por dónde). Y justo cuando me estaba reconciliando con el afán recolector de Kemal y estaba disfrutando más de esos paseos que nos da Pamuk por su ciudad, va el hombre y nos sale con la parte final de la novela, que me ha dejado un sabor de boca un tanto amargo. Que Pamuk haga cameos en sus novelas tiene un pase; pero que aparezca de repente y nos diga "¡hola, soy orhan!", pues, hombre, eso no tiene perdón de dios. Con decir que era él y no Kemal quien escribía hubiera bastado; también sobra el final con las visitas de Pamuk y el relato de la muerte del protagonista, que para mí no aportan nada.
Pamuk pasará a la historia como uno de los grandes narradores de una ciudad tan seductora como es Estambul, y como un investigador de la identidad moderna turca. Por ello cuesta un tanto perdonarle que no haya tensado más esta novela tan larga, que la haya desequilibrado con un final algo burdo. Aunque nada de ello le reste el mérito de hacernos pasear por su ciudad de una forma tan vívida.

Mondadori ha publicado la novela en castellano (se puede leer el comienzo aquí) y Bromera, en catalán.
Extracto de la traducción al inglés publicado en septiembre de 2009 en The New Yorker. La traductora al inglés es Maureen Freely, que ya ha trabajado con Pamuk en varias de sus novelas anteriores. Por lo visto, colaboran estrechamente dado que (lamentablemente) muchas de las traducciones de las novelas de Pamuk a varios idiomas se realizan desde la traducción inglesa y no a partir del original. Por ello, suele considerarse que la traducción al inglés (como pasa con las novelas de Haruki Murakami, cuya traducción al inglés supervisa el propio autor) es la más fiel de todas las que se realizan.

1 comentario:

Jaims dijo...

Aún no sé el porqué, pero lo que si es cierto es que el autor me echa para atrás. Quizá porque no me gustó su único libro que he leído (Me llamo rojo), quizá porque lo he intentado con algún otro (que no recuerdo) y no he podido seguir adelante con él.

Posiblemente a menudo ocurre que, para disfrutar de un libro, te tiene que atraer minimamente la temática que trata, el escenario, cualquier cosa. Aún si no se da esta condición, puede ocurrir que el libro guste a pesar de todo, con mis intentos de Pamuk no ha sido este el caso. Y mira que Istanbul me gustó cuando estuve hace ya muchos años... pero parece que no me seduce como escenario literario; la descripción, el paisaje verbal no han bastado con Pamuk.

Dicho esto, me parece una buena disección de la novela la que hace la OP, obviamente más seducida que yo por el paisaje escrito de Istanbul, análisis tras el que se adivina una cierta dosis de pugna contra una historia y un contexto histórico-social muy particular.