El Premio Booker de este año ha ido a parar a un escritor indio, treintañero, que se estrena como novelista con The White Tiger. Al jurado del Booker le gusta sorprender y provocar; por lo que sus decisiones no suelen coincidir con las elecciones más obvias. Y eso tiene su lado bueno y su lado malo, como todo en esta vida. Está muy bien eso de no premiar siempre a las "vacas sagradas" de la literatura británica (Salman Rushdie se quedó fuera de la lista de finalistas, aunque ya había ganado en el pasado). Pero, a veces, como en el caso de la ganadora del año pasado, Anne Enright (con The Gathering, ver entrada al respecto aquí), a estos del Booker se les va un poco la mano. Parece que han tomado por costumbre premiar a los autores que no parten como favoritos (este año se creía que la cosa estaría entre dos veteranos, Sebastian Barry y el también indio Amitav Ghosh). Y no es que The White Tiger no sea un buen libro; resulta muy prometedor como primera obra. Pero solo los libros inolvidables deberían alcanzar premios como el Booker, el de más prestigio en lengua inglesa. En teoría y según mi humilde opinión, claro.
The White Tiger es de una eficacia engañosa; a la que rascas un poco se le descascarilla la pintura. Captura la atención del lector inmediatamente gracias al recurso epistolar y, sobre todo, al destinatario de las cartas del protagonista, Balram. Pero en seguida se comprende que se trata de un mero pretexto (un tanto traído por los pelos) para dar rienda suelta a una confesión que destila amargura. La amargura del grueso de la población de un país que sigue viviendo sin cosas tan básicas como agua potable, electricidad o el alcantarillado que tanto obsesiona a Balram (que lo preferiría antes que la democracia). Un país donde un adolescente es capaz de vender su alma a cambio de beber un vaso de leche todos los días. Aravind Adiga no descubre nada; todos sabemos que India no es solo el paraíso del famoso "outsourcing" y los "call centers", que la mayoría de la población sigue viviendo con muy poco: pocos recursos, pocas esperanzas, poco futuro. Y que todos esos millones de personas son meros peones en un tablero de orden feudal en el que manda la corrupción. Pero si hay un escritor indio que ha retratado todo esto de forma magistral, no es Aravind Adiga, precisamente, sino alguien que le supera con mucho, Rohinton Mistry (otro día hablaremos de él).
En cualquier caso, la verdadera orginalidad de esta novela es la forma en la que rehuye toda lírica: las narrativas indias, por más miseria que contengan, suelen tener ese toque bucólico que le da un tinte rosado a la suciedad, al hambre... O al menos dramatismo. Adiga no tiene la menor intención de darnos ese respiro, es demasiado sarcástico. Nada es sagrado para él, ni los dioses, ni el padre de la nación, ni el Ganges... Y hace bien. Recurre al desapego, al realismo, para distinguirse y destacar dentro del numeroso grupo de escritores del subcontinente (en India hay muchos y muy buenos). Pero la sensación que me queda tras haber leído The White Tiger es que Adiga podía haber llegado más lejos, que debería haber sido más ambicioso y crear un retrato psicológico menos caricaturesco de su protagonista. Que podía haberle dotado de una voz más auténtica, yendo más allá de la anécdota, arriesgando más. Ha jugado seguro y ha ganado; y quizá los señores del Booker no le hayan hecho ningún favor. O, quién sabe, quizás el prestigio conseguido le anime a jugársela en una segunda novela.
The White Tiger es de una eficacia engañosa; a la que rascas un poco se le descascarilla la pintura. Captura la atención del lector inmediatamente gracias al recurso epistolar y, sobre todo, al destinatario de las cartas del protagonista, Balram. Pero en seguida se comprende que se trata de un mero pretexto (un tanto traído por los pelos) para dar rienda suelta a una confesión que destila amargura. La amargura del grueso de la población de un país que sigue viviendo sin cosas tan básicas como agua potable, electricidad o el alcantarillado que tanto obsesiona a Balram (que lo preferiría antes que la democracia). Un país donde un adolescente es capaz de vender su alma a cambio de beber un vaso de leche todos los días. Aravind Adiga no descubre nada; todos sabemos que India no es solo el paraíso del famoso "outsourcing" y los "call centers", que la mayoría de la población sigue viviendo con muy poco: pocos recursos, pocas esperanzas, poco futuro. Y que todos esos millones de personas son meros peones en un tablero de orden feudal en el que manda la corrupción. Pero si hay un escritor indio que ha retratado todo esto de forma magistral, no es Aravind Adiga, precisamente, sino alguien que le supera con mucho, Rohinton Mistry (otro día hablaremos de él).
En cualquier caso, la verdadera orginalidad de esta novela es la forma en la que rehuye toda lírica: las narrativas indias, por más miseria que contengan, suelen tener ese toque bucólico que le da un tinte rosado a la suciedad, al hambre... O al menos dramatismo. Adiga no tiene la menor intención de darnos ese respiro, es demasiado sarcástico. Nada es sagrado para él, ni los dioses, ni el padre de la nación, ni el Ganges... Y hace bien. Recurre al desapego, al realismo, para distinguirse y destacar dentro del numeroso grupo de escritores del subcontinente (en India hay muchos y muy buenos). Pero la sensación que me queda tras haber leído The White Tiger es que Adiga podía haber llegado más lejos, que debería haber sido más ambicioso y crear un retrato psicológico menos caricaturesco de su protagonista. Que podía haberle dotado de una voz más auténtica, yendo más allá de la anécdota, arriesgando más. Ha jugado seguro y ha ganado; y quizá los señores del Booker no le hayan hecho ningún favor. O, quién sabe, quizás el prestigio conseguido le anime a jugársela en una segunda novela.
Tigre blanco ha aparecido este mes en español, publicado por Miscelánea.
2 comentarios:
Bueno, para mi ha resultado más fácil. Dado que en mi opinión los premios no significan nada, no tenía ninguna expectativa basada en lo pueda significar ser el Booker de este año.
No quiero ser malinterpretado; sé que no es lo mismo el Booker que un Oscar... pero al final en ambos casos se trata de premios otorgados por un grupo de gente en base a unos intereses que no se hacen públicos. Y si, hay diferencia entre ambos, y aún para mi el Booker tiene una cierta aureola de credibilidad... pero cada vez más me cuesta creer en lo obvio. El Oscar al mejor director no se lo dan al mejor director (al menos si este hace una película como Brokeback Mountain, por poner un ejemplo). Del mismo modo, ¿el Booker se lo dan al mejor escritor?
Aparte de esto, a mi el libro me ha gustado; está lo suficientemente bien y me enganchó. Evidentemente hay mejores escritores indios, incluso para el mismo tipo de temática (si queremos ver el libro como una revelación de lo que es la India que no nos venden).
Pero nadie lee los libros para compararlos con otros. Y, en este caso, sencillamente me enganchó. Y no le pido más a un libro.
¡Pues haces bien!
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