Adorado por muchos lectores (sobre todo en su país, jóvenes en su gran mayoría), despreciado por otros tantos críticos literarios, Chuck Palahniuk no deja indiferente a nadie. Probablemente, lo que fascina a unos y enfurece a los otros es fundamentalmente su estatus como escritor nihilista, de culto, miembro de esa Generación X (junto con Bret Easton Ellis, Irvine Welsh y, por supuesto, el fundador Douglas Coupland) que ha resultado dejar menos poso de lo esperado (o quizá yo me he hecho demasiado mayor para ni siquiera enterarme).
Palahniuk (famoso sobre todo por la novela El club de la lucha; o más bien por la adaptación cinematográfica que se hizo de la misma) ha decidido que el sueño americano no es tan cierto como parece, que la sociedad actual apesta (y para demostrarlo no duda en llenar sus líneas de sangre, orina y excrementos, aunque no ha llegado al extremo de hacerlo literalmente). Sus personajes han sido marginados de una u otra forma por esa sociedad capitalista, formada por seres comatosos, materialistas y sin sensibilidad para apreciar lo diferente. Para contar las historias de estos perdedores, Palahniuk se vale de un enfoque que él define como minimalista (y que te granjea las amistades y enemistades mencionadas al principio): un vocabulario limitado y frases cortas que imitan la forma en la que contaría una historia una persona corriente. Además, suele repetir ciertas frases que denomina «estribillos» (el "Just for the record" de Misty, la protagonista de Diary, por ejemplo). En Diario (2003), este estilo da el pego al tratarse del diario de una camarera amargada que ahoga sus penas en la bebida; pero no tengo tan claro que funcione igual de bien con otro tipo de narrador (y tampoco me muero por descubrirlo).
Lo que está claro es que Palahniuk sabe cómo mantener tanto el ritmo de la narración como nuestro interés en la historia, por más retorcida que nos parezca y por más que chirríen algunos detalles en las descripciones y nos agobien los conocimientos anatómicos de Misty (que se hace un poco pesadita con los nombrecitos latinos). Como mínimo, queremos saber cómo va a salirse Palahniuk del lío que ha organizado. Y sale bastante bien parado, a pesar de todo. Le sobra claramente una convención final dirigida a lectores que necesitan que las cosas queden bien claras; pero se deja leer. O al menos se lee con curiosidad si es la primera vez que lees una novela suya. Pero se pone fin a la lectura con la sensación de "misión cumplida", de haber echado un vistazo al "mundo Palahniuk" y no sentir la necesidad de seguir explorándolo.
Palahniuk (famoso sobre todo por la novela El club de la lucha; o más bien por la adaptación cinematográfica que se hizo de la misma) ha decidido que el sueño americano no es tan cierto como parece, que la sociedad actual apesta (y para demostrarlo no duda en llenar sus líneas de sangre, orina y excrementos, aunque no ha llegado al extremo de hacerlo literalmente). Sus personajes han sido marginados de una u otra forma por esa sociedad capitalista, formada por seres comatosos, materialistas y sin sensibilidad para apreciar lo diferente. Para contar las historias de estos perdedores, Palahniuk se vale de un enfoque que él define como minimalista (y que te granjea las amistades y enemistades mencionadas al principio): un vocabulario limitado y frases cortas que imitan la forma en la que contaría una historia una persona corriente. Además, suele repetir ciertas frases que denomina «estribillos» (el "Just for the record" de Misty, la protagonista de Diary, por ejemplo). En Diario (2003), este estilo da el pego al tratarse del diario de una camarera amargada que ahoga sus penas en la bebida; pero no tengo tan claro que funcione igual de bien con otro tipo de narrador (y tampoco me muero por descubrirlo).
Lo que está claro es que Palahniuk sabe cómo mantener tanto el ritmo de la narración como nuestro interés en la historia, por más retorcida que nos parezca y por más que chirríen algunos detalles en las descripciones y nos agobien los conocimientos anatómicos de Misty (que se hace un poco pesadita con los nombrecitos latinos). Como mínimo, queremos saber cómo va a salirse Palahniuk del lío que ha organizado. Y sale bastante bien parado, a pesar de todo. Le sobra claramente una convención final dirigida a lectores que necesitan que las cosas queden bien claras; pero se deja leer. O al menos se lee con curiosidad si es la primera vez que lees una novela suya. Pero se pone fin a la lectura con la sensación de "misión cumplida", de haber echado un vistazo al "mundo Palahniuk" y no sentir la necesidad de seguir explorándolo.
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