Los japoneses llaman "mono no aware" a una sensibilidad especial ante las cosas que no conlleva grandes reacciones pero que provoca la comunión del lector/espectador con la obra y una cierta melancolía ante el paso del tiempo. O algo así. Esta buena gente son así de sofisticados y complejos. Suele citarse a Haruki Murakami como ejemplo de este tipo de conciencia del creador. La directora de cine más famosa de Alemania, Doris Dörrie, ha confesado que fue este concepto de tan mal explicar el que la movió, de alguna forma, a rodar su última película, Kirschblüten, Hanami (Cerezos en flor, tráiler en español aquí). No sé si el escritor iraní Kader Abdolah (todo un fenómeno editorial en Holanda) conocía el término y lo tuvo en mente a la hora de escribir El Reflejo de las Palabras (la novela que comentan los Novelantes este martes 12 de mayo); pero todo es posible. Abdolah narra momentos históricos cruciales para Irán con la melancolía de quien sabe que nada dura y el estoicismo de quien conoce cuán pequeño es su papel en la historia de su país. Como esos personajes de Murakami que se dejan llevar por las circunstancias sin apenas luchar, las familias que salen en la película de Dörrie y en el libro de Abdolah (ambas obras son retratos de familia) fluyen con la narrativa, conscientes de su papel, sin resistirse.
Sé que es un comienzo muy raro para una entrada de blog; pero es que la lectura del libro de Abdolah me trajo a la mente la película de Dörrie, que vi poco antes de las vacaciones de Semana Santa (cuando fuimos a Baviera, que también sale en la película). Ambos me han parecido intentos loables pero, en mi opinión, no redondos, de recurrir a países como Japón (por su preciosismo formal) e Irán (en este caso una elección bastante lógica, al tratarse de un escritor iraní) para adornar con poesía un tema tan universal como la relación entre padres e hijos. Una poesía que se traduce en la gestualidad de la película y el tono de leyenda (junto con una estructura del tipo de Las Mil y una noches) del libro. Y lo malo es que no es tan fácil crear poesía auténtica; ni con palabras, ni visual. Pero esta especie de cuentos orientales para europeos (uno claramente más rebuscado que el otro) emiten considerables destellos de poesía, que no es poco. Y ese es su gran mérito.
Lo peor de ambas obras es que queda patente que buscan ser poéticas. Sobre todo en el caso de la película. Lo mejor, lo que aprendemos de dos países apasionantes gracias a estas expresiones artísticas auténticas y honestas. Y muy japonesas, a pesar de que la película está rodada en alemán por una alemana, y el libro es de un escritor iraní que escribe en neerlandés. Estos japoneses, que lo lían todo.
Sé que es un comienzo muy raro para una entrada de blog; pero es que la lectura del libro de Abdolah me trajo a la mente la película de Dörrie, que vi poco antes de las vacaciones de Semana Santa (cuando fuimos a Baviera, que también sale en la película). Ambos me han parecido intentos loables pero, en mi opinión, no redondos, de recurrir a países como Japón (por su preciosismo formal) e Irán (en este caso una elección bastante lógica, al tratarse de un escritor iraní) para adornar con poesía un tema tan universal como la relación entre padres e hijos. Una poesía que se traduce en la gestualidad de la película y el tono de leyenda (junto con una estructura del tipo de Las Mil y una noches) del libro. Y lo malo es que no es tan fácil crear poesía auténtica; ni con palabras, ni visual. Pero esta especie de cuentos orientales para europeos (uno claramente más rebuscado que el otro) emiten considerables destellos de poesía, que no es poco. Y ese es su gran mérito.
Lo peor de ambas obras es que queda patente que buscan ser poéticas. Sobre todo en el caso de la película. Lo mejor, lo que aprendemos de dos países apasionantes gracias a estas expresiones artísticas auténticas y honestas. Y muy japonesas, a pesar de que la película está rodada en alemán por una alemana, y el libro es de un escritor iraní que escribe en neerlandés. Estos japoneses, que lo lían todo.
2 comentarios:
Estoy de acuerdo con lo que dices del libro
Y yo solo puedo hablar de la película.
No más allá de pasable. Poética en cierto modo, sentimentalona en cierto modo tambien...
Y eso si, puedo entender perfectamente la fascinación por la sensibilidad nipona. Es un mar muy profundo.
Flores :-)
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