
Sé que es un comienzo muy raro para una entrada de blog; pero es que la lectura del libro de Abdolah me trajo a la mente la película de Dörrie, que vi poco antes de las vacaciones de Semana Santa (cuando fuimos a Baviera, que también sale en la película). Ambos me han parecido intentos loables pero, en mi opinión, no redondos, de recurrir a países como Japón (por su preciosismo formal) e Irán (en este caso una elección bastante lógica, al tratarse de un escritor iraní) para adornar con poesía un tema tan universal como la relación entre padres e hijos. Una poesía que se traduce en la gestualidad de la película y el tono de leyenda (junto con una estructura del tipo de Las Mil y una noches) del libro. Y lo malo es que no es tan fácil crear poesía auténtica; ni con palabras, ni visual. Pero esta especie de cuentos orientales para europeos (uno claramente más rebuscado que el otro) emiten considerables destellos de poesía, que no es poco. Y ese es su gran mérito.
Lo peor de ambas obras es que queda patente que buscan ser poéticas. Sobre todo en el caso de la película. Lo mejor, lo que aprendemos de dos países apasionantes gracias a estas expresiones artísticas auténticas y honestas. Y muy japonesas, a pesar de que la película está rodada en alemán por una alemana, y el libro es de un escritor iraní que escribe en neerlandés. Estos japoneses, que lo lían todo.
2 comentarios:
Estoy de acuerdo con lo que dices del libro
Y yo solo puedo hablar de la película.
No más allá de pasable. Poética en cierto modo, sentimentalona en cierto modo tambien...
Y eso si, puedo entender perfectamente la fascinación por la sensibilidad nipona. Es un mar muy profundo.
Flores :-)
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