martes, 29 de abril de 2008

"Intimidad": no maten al mensajero (y II)

Intimidad da bastante de sí más allá de la anécdota, de la mera trama; es una novela más compleja de lo que pueda parecer a simple vista (se abre al lector que quiera sumergirse en ella y se hace a su medida).
Un aspecto interesante es el propio concepto de «intimidad», totalmente contradictorio; se trata de aquello que uno ansía y de lo que uno huye. También hay intimidades involuntarias («Herir a alguien es un acto de involuntaria intimidad»). Y está la intimidad como tregua (la que alcanzan los padres de Jay). Pero la que desea Jay es una intimidad «tierna y comprensiva», no la que tiene él con Susan. Hay una intimidad que secuestra lo más íntimo de las personas. Por eso es necesario medir muy cuidadosamente las distancias, encontrar la distancia justa entre las parejas: si te acercas demasiado, te saturan; si tomas demasiada distancia, te abandonan. Jay quiere amar, pero no quiere perderse a sí mismo. Es un hombre de su tiempo, individualista, que cree en la necesidad de auto-satisfacerse.
Otra constante de la ficción de Kureishi (guiones, teatro, novelas y relatos) es el concepto de «identidad»; la necesidad de responder a la pregunta «¿de dónde eres?» que se hace a los hijos de los emigrantes (británicos, nacidos en el país), debido al color de la piel; la asociación con los inmigrantes poco cultivados que nada tienen que ver con la familia Kureishi. Kureishi nació en Kent en 1954 de padre indio y madre inglesa. Su padre abandonó la India para estudiar derecho, el año de la independencia. La familia paterna, musulmana, se trasladó al recién creado Pakistán. Kureishi crece alejado de la cultura india (con un padre muy occidental, que no es musulmán practicante y cuya primera lengua es el inglés), en un hogar tan británico como el que más. Su primer contacto con Pakistán es ya de adulto. A pesar de que a él su familia no le parece «asiática» en absoluto, la sociedad en la que vive le etiqueta como «asiático» y «negro», dos conceptos que le desconciertan, ya que le parecen muy alejados de cómo se ve a sí mismo. Kureishi vuelve sobre este mismo tema, casi con las mismas palabras, en Something to tell you, su última novela, y vuelve a crear un Londres «suyo», el que él retrata mejor que nadie, donde la gente no es de un lugar, sin más, ni las cosas son blancas o negras. Es una visión bastante particular; ya que se escapa de la «raza» y la trasciende, cosa que otros escritores británicos no han conseguido (es el caso de la tan aclamada Zadie Smith, por ejemplo, cuya obra se ve más limitada por el tema de la hibridación racial).
Esta novela supone la madurez de un escritor que ha evolucionado desde la ira ante el racismo de la sociedad británica que impregnaba sus primeras obras. La transición a una obra más madura se inicia con Love in a Blue Time (1997), donde sólo tres relatos hablaban de minorías étnicas, y que introduce el tema de la crisis de la vida adulta, sobre «qúe significa», en sus propias palabras, «ser humano». Kureishi decide dejar de ser un escritor asiático y pasar a ser un escritor que además es de origen asiático. Pero en ese momento, la crítica no le deja avanzar, le encasilla ensalzando los relatos más «étnicos», sin valorar el crecimiento que Kureishi desea como escritor. Ese libro de relatos es el embrión de Intimidad, ahí comienzan las confesiones en primera persona sobre la erosión de los papeles de compañero y padre, sobre la identidad del hombre, la confusión, el deseo de huir, la falta de compromiso, la eterna adolescencia sexual (Jay tartamudea interiormente). Y de eso va también Something... Continuará.

Más info. sobre Hanif Kureishi en su página (en inglés y sin actualizar).

lunes, 28 de abril de 2008

"Intimidad": no maten al mensajero (I)

Acabo de empezar la nueva novela de Hanif Kureishi y, mientras me formo una opinión más concreta y fundamentada de Something to tell you (publicada en inglés por Faber&Faber con una pavorosa portada) retomaré aquí Intimidad, que se nutre (como Something..., como todas sus obras) de sus naufragios sentimentales, la vida cultural y multirracial de Londres, las relaciones entre padres e hijos... Kureishi tiene a bien mantener informados a sus lectores de sus diversas crisis de madurez (no ha salido de una y ya está entrando en otra, la de los treinta, la de los cuarenta, ahora con los cincuenta...) con gran poder analítico y frases demoledoras, por realistas y cargadas de pesimismo.
Siento debilidad por él desde que leí El buda de los suburbios. Y aún más desde que le vi en la presentación de un libro en Londres, hará diez años, con su aspecto tímido y desconcertado. He leído todas sus novelas, relatos e incluso el libro que escribió sobre su padre. Me parece un escritor honesto que convence en las distancias cortas y que no solo escribe bien, sino que esculpe frases colosales, no de esas que se utilizan vanamente (no se oye a la gente decir "como decía el personaje de Kureishi..."), sino de las que te perforan al leerlas, de tan veraces y certeras.
Intimidad
es un libro muy bien resuelto que no se ha valorado en su justa medida por su paralelismo con la vida del autor. Gira entorno a la terrible decisión de abandonar mujer y gemelos (casi bebés) por una nueva novia, más joven. Decisión no solo de Jay, el protagonista, sino de Hanif, el autor.
Jay / Hanif consigue ponernos de su parte en el conflicto con la esposa editora y perfecta, a quien le daría gustosamente «una buena carta de recomendación». El protagonista resulta tan seductor que preferiríamos irnos de vacaciones con un hombre que asegura que «hay ciertos polvos por los que una persona sería capaz de lanzar a un mar helado a su media naranja y a sus hijos», a hacerlo con su fantástica esposa. De hecho, tras la publicación de Intimidad, se criticó a Kureishi por «misógino» (debido al retrato de la esposa y al de la amante, Nina, objeto más que sujeto, pasiva y complaciente). Kureishi reaccionó diciendo que la gente no quiere oír hablar de matrimonios que fracasan y hombres que abandonan a sus mujeres sin que éstas les hayan dado «motivos de peso». Fue uno de los primeros escritores en atacar el ansia de que la ficción fuera «políticamente correcta». En Gran Bretaña, lamentablemente, se acabó juzgando más al padre que abandona a sus bebés que al escritor.
Para mí, es una novela / novella más madura y menos deslumbrante que El buda... (con su irresistible mezcla de raza, rock, sexo y política). Ha sido muy adaptada, al teatro sobre todo. Se puede considerar una novela escénica, en cuanto a que el conflicto que la motiva lo es. Se cuestiona el escenario vital del protagonista y se le da importancia a todo lo que forma su entorno. Además, se presta al monólogo y al intimismo (característica que la ha hecho muy popular en salas alternativas). Se puede decir que Kureishi acostumbra a escribir de forma «escénica» debido a su faceta de dramaturgo (sus orígenes) y guionista, de manera que todo lo que escribe puede escenificarse de una forma u otra. El conflicto en sí hace que se trate de una novela moderna, atemporal y universal al mismo tiempo: ¿Cómo interrumpir lo cotidiano con el melodrama? Parece imposible encontrar el momento adecuado para algo así.

lunes, 14 de abril de 2008

"El mundo" de Millás: yoga fácil

Dice mi profesora de yoga que la gente extremadamente flexible a veces avanza menos en el yoga que quienes no lo somos tanto; porque les resulta demasiado fácil y se pueden precipitar en el aprendizaje, saltándose algunos pasos necesarios. Me he acordado de eso al leer la última "novela" de Juan José Millás, El mundo. A Millás, escribir le debe resultar demasiado fácil (al menos, esa es mi teoría) y cuando se sienta a escribir una novela se salta algunos pasos, concretamente, el darle forma de novela.
Aunque los Premios Planeta ni me sorprenden ni me dejan de sorprender porque no me suelen interesar, sí encuentro curioso haber dado un premio de novela a una obra que no lo es. Desde luego, Millás escribe (en mi opinión) mejor que muchos escritores que ganan ese premio. Es más, creo que escribe muy bien. Y soy una gran admiradora de sus artículos periodísticos (sobre todo de los que publica en un formato más corto, comentando fotos o noticias). Me gustaron mucho sus primeras novelas y disfruto leyendo cualquier cosa que haya escrito él, con su ingenio habitual, sus acertadas metáforas y su amargura no exenta de ternura. Como tengo quien me las suministre, he leído incluso novelas como
Laura y Julio, que parece que las haya escrito ya hace tiempo, de tan "millasianas", y que, lamentablemente, no dejan ningún poso en el lector. Pero, insisto, el yoga le debe resultar demasiado fácil; sobre todo ahora que lleva tanto tiempo practicándolo.
En un momento del libro, hablando de
El jardín vacío, Millás comenta que "No era una novela propiamente dicha, sino una digestión, un proceso metabólico, una asimilación". Podría decirse exactamente lo mismo de esta, que es justamente eso, cualquier cosa menos una novela; algún proceso que quizás el Millás "hijo de vecino" necesitaba hacer, pero que el "Millás autor" debería haber sabido transformar en literatura.

miércoles, 9 de abril de 2008

"Amrita": Japón y la muerte

Banana Yoshimoto es otra escritora japonesa que goza de gran éxito en Estados Unidos y, curiosamente, en Italia y en España. Fue la primera escritora japonesa a la que leí (me pareció más accesible que otros autores consagrados), cuando la publicación de su primera novela (Kitchen, a finales de los ochenta) le otorgó una fama casi instantánea sin haber cumplido los treinta. Luego leí también N.P. y Asleep (traducida en España como Sueño profundo), y no había leído nada más de lo mucho que ha publicado (de eso me di cuenta en las librerías de Tokio hace unos meses) hasta que hace unas semanas Amrita me "llamó" desde un estante de la biblioteca. En esa década larga sin leer nada suyo, Yoshimoto se ha convertido en una prolífica, premiada y exitosa escritora en su país y en el extranjero.
En Amrita, Yoshimoto vuelve a temas ya explorados, tan queridos por la literatura japonesa: el amor y la pérdida, la muerte y los muertos... Me he encontrado con una autora más madura, sofisticada y seductora, que logra atrapar al lector occidental con la extraña belleza de su historia a pesar de los fenómenos paranormales que inundan sus páginas. He leído en su página web que la muerte es el tema que más le atrae literariamente y que otro tema recurrente en su obra son los "misterios de este mundo" (y del otro, le faltó añadir). Ambos aspectos quedan reflejados en Amrita (que en sánscrito significa "sin muerte", y es el nombre que le da el escritor a la Sakumi de ficción por haber sobrevivido). Me resultó interesante leer también que uno de sus escritores favoritos es Truman Capote. De hecho, uno de los protagonistas de Amrita, Ryuichiro, lleva siempre Música para camaleones cuando viaja.
Pero, volviendo a la muerte, lo de estos japoneses es obsesión (casi tan grande como la que tienen con la comida, que se pasan las novelas comiendo). Será cultural y la Segunda Guerra Mundial no ayudaría mucho, supongo; pero entre los "haikus" y los poemas de monjes zen que parecen que no saben escribir un verso sin incluir esa palabra en concreto; los escritores que matan siempre a algún personaje (y, a veces, a sí mismos) y las peculiaridades sociales de un país en el que existen "clubes de suicidio" y, lo que es peor, pena de muerte, pues, eso, que casi se alegra una de que algunos muertos (como los de Amrita) se paseen por la playa. Me parece un detalle, vamos.

Actualmente son muy pocos los países que llevan a cabo ejecuciones. Los datos recogidos por Amnistía Internacional indican que, en sintonía con la suspensión de las Naciones Unidas, en 2007 hubo ejecuciones en menos países que en 2006. Japón destaca claramente entre los grandes países industrializados por ser el único con un sistema de pena de muerte plenamente operativo (en Estados Unidos, la Corte Suprema ha bloqueado todas las ejecuciones planeadas en el país hasta que resuelva si las ejecuciones pueden llevarse a cabo mediante inyección letal).

martes, 8 de abril de 2008

Sándor Márai ataca de nuevo

En la tertulia de este mes de Novelantes se habló de la novela que desencadenó la "sandormanía", El último encuentro; la primera obra de Sándor Márai que publicó en español la editorial Salamandra. Escrita en 1956, en su autoexilio estadounidense, se trata quizá de una de sus obras más conseguidas (en comparación con Divorcio en Buda y La mujer justa, por ejemplo).
El escritor húngaro (
"húngaro apátrida" en sus palabras) escribía sobre burgueses; lo cual, de entrada, no explicaría su éxito comercial una década después de su suicidio (otro escritor suicida octogenario, como Kawabata, el Nobel japonés). Aunque no todas las novelas de Márai que se han traducido al inglés, al español y al italiano (por mencionar tres mercados en los que me consta que ha arrasado) han gozado del mismo éxito, no deja de llamar la atención que se hayan vendido tan bien obras escritas hace más de 50 años (70, en el caso de Divorcio...) que hablan de un mundo tan decadente y lejano para el lector actual. Novelas muy bien escritas, desde luego, que recrean magníficamente ambientes irrecuperables.
Márai
es un escritor que ha "envejecido" bien porque nunca fue moderno; se quedó al margen de toda experimentación estética, de toda vanguardia. Admirador de Kafka, de Stendhal y Balzac, puede que sea ese clasicismo moderno el que le ha acercado a los lectores del siglo XXI. Su estilo y un tema muy contemporáneo, recurrente en sus obras (que suelen contener largos monólogos): la soledad.
Sea como fuere, e
sta primavera, Márái "ataca" de nuevo con La extraña; ya se verá con qué resultados. Desde luego, por obra que traducir no será, hay donde escoger (publicó unas cuarenta obras en total); aunque se agradecería una edición en español de sus poemas (creo que no existe). El tono poético de muchas de sus descripciones hace augurar que sean buenos.

Se puede leer el primer capítulo de La extraña aquí.

lunes, 7 de abril de 2008

Cuando el Booker se pasa de sorprendente

Es probable que la cuarta novela de Anne Enright pase a la historia como la obra que arrebató (contra todo pronóstico) el Man Booker Prize (prestigioso premio británico) de 2007 a Ian McEwan (por On Chesil Beach). Si excluimos a algunos críticos entusiastas (e irlandeses como ella), The Gathering (su traducción vendría a ser "El encuentro" o "La reunión") no ha tenido una gran acogida; por no hablar de unas ventas iniciales muy escasas que no han sido excepcionales a posteriori, a pesar de lo que ayuda el Booker y de las ofertas de descuentos del 50% en la cadena británica de librerías Waterstones (de hecho, semejante descuento, cuando no ha pasado aún medio año del premio, resulta un tanto sospechoso).
Enright es la tercera novelista irlandesa que se hace con el Booker, tras Roddy Doyle (en 1993, por Paddy Clarke Ha Ha Ha) y el aclamado John Banville (en 2005, con The Sea, novela potente y evocadora, aunque yo no le acabé de pillar mucho el punto). Puede que ahora se vuelva más popular en su país, donde suelen preferir ficciones más rurales y menos incómodas. Aunque quizás el jurado del Booker (un premio tan inglés que ha ido a parar a estupendos escritores nigerianos e indios en ediciones anteriores) haya querido premiar justamente ese deseo de no ser arquetípicamente irlandesa que muestra Enright (a pesar de lo aficionada a la bebida que es la familia protagonista de The Gathering y de lo que disfrutan con las celebraciones); aunque lo haga a base de provocar como esos niños que sueltan retahilas de palabrotas (llamando "vudú" a la ceremonia de ordenación sacerdotal de su hermano, insertando frases de alto contenido sexual que chirrían un tanto en párrafos muy bien escritos...). Quizás, en fin, los del Booker quisieran sorprender (que es algo que les gusta) y se les fuera la mano.
El argumento de "The Gathering" no parece muy original de entrada: clan familiar distanciado y mal avenido que se reúne (pasado más de medio libro) con motivo de una muerte que remueve oscuros secretos. Luego Enright intenta dotar a la historia de cierta originalidad y se dedica a recrear (bastante inexplicablemente) el momento en el que su abuela conoce al hombre con el que no se casará (páginas y páginas un tanto estáticas), el cortejo de sus abuelos, la relación de su abuela con el casero; mezclando estas incursiones en el pasado familiar con el resentimiento de la protagonista por la excesiva fecundidad de sus padres y su propia crisis personal (claramente cusada por un exceso de dinero y tiempo libre). Nada de ello resulta especialmente interesante, quedando como único mérito de Enright una escritura limpia, con algunas frases afiladas y muy conseguidas (que no es poco, pero que no justifica la lectura de la novela, y, mucho menos, un premio como el Booker). En concreto, me gustó la descripción que hace la protagonista de su vida, de como ha estado viviendo "entre comillas" (yendo a "casa", manteniendo "relaciones sexuales" con su "marido"...); la forma como dice "Ah, soy feliz. Está bien saberlo".
Pero ni siquiera la ironía le hará un sitio a esta novela en mis estantes. Desde hace unos meses, solo conservo los libros que me hayan dado algún motivo para ello (intento ahorrarme el tener que buscar espacio para los demás y quitarles el polvo). Y no he encontrado una buena razón para conservar este. Al menos, lo compré a mitad de precio, que es algo que a mí me consuela en estos casos.

martes, 1 de abril de 2008

Sopa de miso en serie

Como le conocí después de leer varias novelas de Haruki Murakami, para mí Ryu Murakami va a ser siempre "el otro Murakami". De hecho, he visto alguna crítica en inglés en la que también le llaman así al pobre.
Está feo, lo reconozco, pero es que del primero me he leído mucho de lo que tiene publicado (que pronto será todo, a pesar de que me lo dosifico por si tarda en volver a publicar una novela) y en cambio de Ryu, de momento, solo una novela (no me ha creado adicción). Además, me enteré de su existencia porque su apellido me "llamó" desde la portada de In the Miso Soup / Sopa de miso, novela que obtuvo el prestigioso premio literario Yomiuri en 1998, concedido por un jurado presidido nada menos que por el Premio Nobel de Literatura Kenzaburo Oé. Aparte del apellido, los dos Murakami comparten más de lo que parece; sobre todo su gran popularidad en Gran Bretaña y Estados Unidos (de hecho, en Japón se les critica a veces por considerarles escritores occidentalizados). Pero también temáticas como la soledad o el vacío moral de la sociedad contemporánea.
Ryu Murakami aborda en esta novela la relación amor/odio entre Japón y Estados Unidos (él mismo se manifestó en su juventud contra la presencia militar americana en su país, que conocía bien por vivir al lado de una base). Hay que comprender que para una sociedad como la japonesa, con su alto concepto de lo nipón y su sofisticación, tuvo que ser muy traumático (tanto que aún no se ha superado) verse dominada por unos extranjeros bastante burdos y de costumbres que nada tenían que ver con las suyas. Otro tema que llama bastante la atención, por lo desconocido que pueda resultar, es el de la prostitución como salida para una juventud desorientada en un mundo desquiciado. Por lo visto, cuando se publicó la novela en Japón, en 1997, las "citas pagadas" en las que participaban alumnos de enseñanza secundaria eran extremadamente comunes.
En cuanto a la violencia que ha hecho famoso al "otro Murakami", leí la novela antes de pasar las navidades en Tokio y he de decir que luego me daba un cierto reparo pasear por Kabuki-cho, el barrio de saunas y garitos sexuales en el que transcurre (también en navidad). Y eso que, una vez allí, parecía de lo más inocente (sobre todo de día). De hecho, al leer la escena de mayor acumulación de asesinatos, sentí auténtico pavor a pesar de estar en una habitación bien iluminada de mi propia casa y en compañía. Es una escena tremendamente realista, cinematográfica.
Sopa de miso es, en resumen, una cocción bien medida de sexo, soledad, brutalidad, locura, capitalismo salvaje... Se podría decir que un fenómeno de nuestra época, vaya. Y la japonesa es una sociedad avanzada para lo bueno y para lo malo; por lo que resulta un espejo, a veces aterrador, en el que mirarse para saber cómo seremos en unos años.