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miércoles, 16 de diciembre de 2009

Bailes de todo tipo

Estos de Salamandra parecen haberse especializado en encontrar libros de calidad olvidados que encima se venden como rosquillas. Tras el fenómeno Sándor Márai, llegó el manuscrito de Irène Némirovsky que había permanecido en una maleta desde su muerte en Auschwitz (la mujer tiene una biografía impresionante que no quisiera para mí, bibliografía aparte). Suite francesa (2004) causó un gran revuelo en el mundo editorial francés y europeo, y consiguió el premio Renaudot, que se otorgaba por primera vez a título póstumo. Dos años después se publicaba en España El baile (no me acaba de convencer la portada), cuya adaptación teatral a cargo de Sergi Belbel puede verse estos días (hasta el 3 de enero) en la Sala Tallers (no me extraña que les hayan mandado a las catacumbas, porque para inundar el escenario...) del Teatre Nacional de Catalunya.
Me ha llamado poderosamente la atención que lo que Némirovsky consigue transmitir en menos de cien páginas resulte tan aparatoso en escena. Es curioso que la autora necesitara "solo" palabras y Belbel haya tenido que recurrir a una potente escenografía (muy llamativa y original, para mí lo mejor de la obra) y a una coreografía (con su correspondiente bailarina). Creo adivinar en su puesta en escena un ansia por estar a la altura de las tendencias teatrales que siguen, por ejemplo, en Gran Bretaña, compañías como Cheek by Jowl. Pero, oye, yo qué me sé. El caso es que se trata de una adaptación muy fiel (solo con ver el tintineo de la lámpara al principio ya podía uno imaginárselo, si es que había leído el libro antes y no después como yo) que consiguió despertar mi curiosidad por la obra original. Y la novela es un prodigio de condensación, como he comentado ya. Es increíble lo que se destila de cada frase y lo mucho que esconde su aparente sencillez (ni que Némirovsky fuese japonesa, vaya). Habrá que leer algo más de una autora a la que no había prestado mucha atención (estas historias tan peliculeras con maleta y todo te hacen olvidar que en su momento gozó de gran prestigio y de la consideración de Cocteau o Paul Morand).
Total, que dos veces que he ido al teatro este mes (se ha dado bien, encima una fui de invitada), dos veces que me he quedado con la boca abierta. De hecho, tras ver The Deer House (se representó en el Teatre Lliure solo durante dos días) era tan consciente del desconcierto que debía transmitir mi cara que sufría por estar sentada en la segunda fila, tan cerca de los actores que intentaban leer su éxito en el rostro del público mientras saludaban. Por cierto que en esta no solo bailaban, sino que también cantaban. Y se desnudaban y hablaban en varios idiomas... Este ambicioso montaje (multilingüe, multidisciplinar y todo lo multi que puede dar de sí la cosa) del belga Jan Lawers y su compañía (Needcompany) sobre el dolor, la pérdida, el mundo actual y el teatro resulta en varios momentos de lo más evocador y poético. Muy interesante.

Se puede ver un vídeo de El ball en la página del TNC.
Vídeo de The Deer House aquí.

sábado, 3 de octubre de 2009

Reafirmación ideológica de la buena

Se suele decir que los ciudadanos tienen el gobierno que se merecen. También el teatro que se han buscado. Está feo decirlo, pero la tradicional falta de respeto del público barcelonés no se compensa porque luego aplaudan a rabiar. La gente llega tarde (y lo que es peor, les dejan entrar ¡y sentarse!) y encima aquejada de todo tipo de virus (los que tengan miedo de pillar alguna gripe de abecedario, será mejor que se abstengan de espectáculos en teatros barceloneses, tose hasta el apuntador). Se podría argumentar que el éxito del montaje de 1984 en el Teatro Poliorama (teniendo en cuenta que era en inglés con subtítulos, por cierto que en los de catalán se les coló una bonita "y" como conjunción, así va el país), habla de la pasión por el teatro de esta ciudad. Pero hay que tener en cuenta que eran muy pocas funciones y que venían avaladas (y promocionadas) por toda una estrella de Hollywood, su director Tim Robbins (al que nunca volveré a mirar con los mismos ojos después de su maravillosa interpretación en La vida secreta de las palabras, de la entonces inspirada Isabel Coixet).
Con 1984 acertar es fácil y muy difícil al mismo tiempo. Todo el mundo conoce el concepto de Gran Hermano y sabe de qué va la novela aunque no la haya leído. Y el tema es de gran actualidad; lo cual, teniendo en cuenta que se publicó hace 60 años, pues es un logro en sí mismo (de hecho se titula así por 1948, el año en el que se escribió, se cambiaron de orden los dos últimos dígitos). La mayoría de espectadores que va a ver esta obra va a reafirmarse ideológicamente; por lo que, de entrada, el éxito estaría asegurado. De hecho, en ese sentido me recordó a Lorca éramos todos, de Pepe Rubianes; en la que Lorca éramos todos los que estábamos y por eso habíamos ido (aunque el nivel de aquel montaje era inferior a este). Pero, al mismo tiempo, resulta muy difícil (prácticamente imposible, por las mismas razones) impactar y sobresalir con 1984. El montaje de The Actors' Gang es muy correcto; las interpretaciones, impecables; la sobria escenografía, adecuada. Por todo ello, la obra llega e incluso conmueve. Y es verdaderamente difícil hacer una interpretación que no sea plana con un texto como el de Orwell, que se lo pone muy difícil a los actores; que no pueden caer en la caricatura, que deben entregarse muy a fondo. En resumen, un espectáculo de calidad y solvencia; teatro como dios manda, de lo que no abunda por estos lares.
Voy a tener que releer 1984, porque está claro que una lectura de hace veinte años no tiene nada que ver con la que se pueda hacer en estos tiempos de fobias terroristas y cárceles ilegales. Por más que se repita, sigue siendo cierto: pone los pelos de punta cómo acertó George Orwell con el futuro que imaginó.

Más información sobre la compañía The Actors' Gang.
Vídeo de presentación de la obra (interesante ver cómo era el pobre Cameron Dye cuando todavía tenía pelo y mejor aspecto, antes de la gira).

domingo, 6 de julio de 2008

Grec 2008: "Troilus and Cressida"

La compañía de Declan Donnellan no falla una. Su nuevo espectáculo, tan atrevido y lúcido como de costumbre, se ha podido ver durante unos días en el Festival Grec de Barcelona. Se trata de la obra de Shakespeare Troilus and Cressida, que, a pesar de su título, tiene más de pacifista que de romántica. En ella, la guerra no es mítica, sino absurda, y el auténtico héroe, Héctor (el muy carismático David Caves), solo quiere luchar de forma limpia y por causas auténticas, a pesar de la corrupción que le rodea. Y así le va, claro.
Cheek by Jowl ha escogido, de nuevo, una obra poco representada (para ser de Shakespeare, se entiende) y considerada ambigua y difícil. Les van los retos. Y los viajes, algo muy de agradecer (es la segunda vez que los veo en Barcelona). Desde luego, sale uno maravillado (y milagrosamente ileso) tras haber resistido en primera fila en pleno fragor de la batalla; seducido por unos actores impecables y una puesta en escena tan impactante como las de anteriores montajes, con los sobrios diseños a cargo de Nick Ormerod (fundador de la compañía junto con Donnellan).