lunes, 11 de octubre de 2010

Sábado en Japón

Con mucho retraso, porque los Novelantes le han dado ya tres vueltas al libro (por lo visto había que leerlo más de una vez, cosa que puede que yo, con mi mala memoria, haya hecho de forma inconsciente), conseguí acabar Saturday, de Ian McEwan, a tiempo para releer Kafka on the Shore, de Haruki Murakami (que los Novelantes comentan el jueves 14 de octubre).
Me dio mucha pereza ponerme con McEwan y el texto me dio la razón. Una vez más, el autor nos endilga una historia floja, que se hace leíble por lo bien que escribe el hombre. Saturday (2003) me recuerda muchísimo (demasiado) a Enduring Love (1997), y teniendo en cuenta que esta última me pareció bastante insoportable... Creo que Amsterdam (1998) me gustó más; pero no me acuerdo demasiado. Sé que cuando leí Atonement (2007) respiré aliviada: por fin me contaba algo que me interesaba, una historia con fundamento. Vamos, que por mucho que sea un autor premiadísimo, uno de los 50 mejores escritores británicos desde 1945 según The Times, a mí McEwan tiende a aburrirme / irritarme. Le reconozco lo bien que escribe (si no, no hubiera pasado del primer libro), pero esos mundos burgueses en los que él se siente tan cómodo no me resultan excesivamente interesantes (por no decir que me dan urticaria directamente). En el caso concreto de la novela que nos ocupa, en mi opinión, si se trata de narrar un día "à la Woolf", debe ser un día con sus más y sus menos; pero no tan disparatado y excesivo como el del médico ese (por cierto, cómo se nota que estuvo dos años presenciando el trabajo de un neurocirujano, que ya son ganas, pero al menos le sirvió de mucho en la novela). Es que le pasan unas cosas de lo más inverosímil (y absurdas, no solo se enfrenta a un desequilibrado con problemas neurológicos, que ya es casualidad, sino que va y ¡lo ablandan con poesía!).
Lo curioso es que inverosímil sería un adjetivo muy adecuado para la novela de Murakami y en cambio me lo creo todo (los gatos que hablan, las puertas de acceso a otros mundos, los chulos caracterizados como el señor del Kentucky Fried Chicken y con unos poderes que no veas...). Supongo que es porque no consigo adentrarme en el mundo de McEwan (ni lo deseo) y en cambio Murakami me seduce de tal manera que me sumerjo encantada en las historias más increíbles. De hecho, puede que Murakami no escriba tan bien como McEwan (apostaría algo a que es así, a pesar de a McEwan lo leo en inglés y a Murakami traducido); pero tiene una facilidad pasmosa para fabular y atraer al lector a su mundo. Me parecen, justamente, dos autores totalmente opuestos; cada uno de ellos sobresale en un aspecto clave (a mi entender) de la ficción: el estilo (McEwan), la trama (Murakami). Aunque para ser exactos, en la obra de Murakami no es tan importante lo que pasa como la ambientación que se crea alrededor de los sucesos. Y en eso es muy japonés por más que muchos críticos de su país le tilden de excesivamente occidental (hubiera entendido más que le acusaran de "pop", la verdad, aunque tampoco lo comparto).
Con la relectura de Kafka... se confirma que las novelas (los cuentos no creo) de Murakami resisten nuevas lecturas si se deja pasar un tiempo prudencial. La verdad es que recordaba algunas cosas; pero otras, no. Es curioso porque no me acordaba para nada de la "pulsión sexual" del libro. Y ha sido interesante captar referencias que la primera vez se me escaparon (ahora he leído a Soseki, he visto a los ciervos en los templos, he viajado dos veces a Japón). Habrá que seguir releyendo.

Kafka en la orilla está publicada por Tusquets (también en edición de bolsillo).
Sábado está disponible en Anagrama y Quinteto (bolsillo).

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