Tenía yo pendiente (entre otras muchas cosas) una entrada sobre la novena edición del Festival Asia, del que soy una gran fan. Este año fuimos dos días; a ver el espectáculo inaugural (de kathakali) en la Sala Gótica de la Biblioteca de Catalunya, y a varios conciertos en el nuevo eje urbano del festival, el formado por el MACBA, el CCCB, la plaça dels Àngels y la de Joan Coromines. Me parece un acierto haber trasladado aquí el Festival (no había encontrado su sitio hasta esta edición); hay espacio suficiente para los talleres, los conciertos, las demostraciones... y en el Raval, lugar donde vive mucha gente de las comunidades implicadas. De hecho, me ha parecido que este año se había hecho un mayor esfuerzo por contar con la participación de dichas comunidades y, por primera vez, el público era una mezcla de razas y culturas de lo más interesante. No éramos los barceloneses de origen no asiático los que íbamos a ver "cosas de Asia"; sino que era una especie de celebración del "multiculturalismo" (bendito palabro) de esta ciudad. Los sijs nos contaron (en catalán) cosas de su gastronomía, la comunidad filipina nos enseñó su vestimenta, había demostraciones de juegos, instrumentos, decoración con henna, un lugar donde aprender a decir una palabra en un idioma asiático... En fin, un esfuerzo loable por que conozcamos más ese continente y la gente de allí que habita aquí.
En el caso del kathakali, se trata de una de las formas teatrales más antiguas del mundo y lo representó una prestigiosa compañía (Margi Theatre) de Kerala (sur de la India, qué recuerdos), que es de donde procede esta manifestación artística. Es un espectáculo muy vistoso que, al transcurrir en sánscrito, pues necesita un poco de información previa. Es cierto que cuesta un poco "entrar" (es muy diferente de lo que nosotros entendemos por teatro); pero luego fascina. En India las representaciones duran horas y horas; aquí se comprendió que el público no estaba preparado para tanto y se limitaron a un fragmento de la epopeya Mahabharata. La música (canto y percusión) era hipnotizante y estaba perfectamente coordinada con la gestualidad (muy ajena a lo que los occidentales entendemos por ese término, no veas cómo movían los ojos) de unos actores con un vistoso (y muy elaborado) maquillaje y unos movimientos precisos y económicos de gran fuerza. Espectacular. El escenario escogido acababa de redondear la oferta; ya que ayudaba a crear una atmósfera sobrenatural. Como anécdota, es la segunda vez que vemos una bailarina india "con bigote"; en este caso metafórico, porque aunque era un hombre el que representaba el papel del personaje femenino, se había afeitado (cosa que no podemos decir del artista que vimos en un palacio de un marajá en Rajastán, que de lejos no se notaba, pero los que se acercaron a darle una propina...).
El día de la clausura del Festival ("Un día en Asia", una jornada familiar dentro de las fiestas de la Mercè), estuvimos en dos conciertos; aunque uno lo vimos dos veces. Y también nos paseamos para ver el ambientillo y el resto de actividades programadas. Primero vimos a Altai Khairkhan interpretando canciones y melodías tradicionales mongolas. Fue precioso; podías "verlos" cabalgando por la estepa (quizá tengo mucha imaginación, pero las canciones eran una maravilla). Y, cómo no, utilizaban las famosas técnicas vocales mongolas (como el canto difónico o khöömei, nacido de la voluntad de imitar los sonidos de la naturaleza, que tan raro suena a palo seco, pero que como parte del concierto era de lo más seductor).
Después de comer volvimos a echar un vistazo a las demás actividades, haciendo tiempo para el segundo concierto que teníamos "apuntado". Nos encontramos otra vez con el grupo mongol, tan elegantes ellos, cantando. Así que volvimos a escucharles. Valía la pena. No sabía que hubiera una comunidad mongola en Barcelona; pero allí estaban con sus trajes tradicionales, guapísimos todos. Después había un grupo de gente de Bangladesh (creo, es que no lo vimos desde el principio), escenificando una boda a la manera tradicional. Un joven espontáneo de su comunidad se subió, ni corto ni perezoso, a la pasarela y se puso a bailar en plan "Bollywood". El narrador de la escenificación decidió integrarlo ("los jóvenes bailan, compartiendo la felicidad de sus familias") y todos tan contentos.
Para acabar, la comunidad paquistaní había pedido que actuara Abrar-ul-Haq, una estrella del bhangra-pop de su país. No sabías si mirar al escenario o a la plaça dels Àngels llena a rebosar de paquistaníes de diversas edades, todos endomingados, cantando y bailando. Fue emocionante, porque, por una vez, era su día; los protagonistas eran ellos. La verdad es que la labor de la Casa Asia en este sentido es de lo más loable (también en cuanto a la difusión de la cultura asiática el resto del año).
En el caso del kathakali, se trata de una de las formas teatrales más antiguas del mundo y lo representó una prestigiosa compañía (Margi Theatre) de Kerala (sur de la India, qué recuerdos), que es de donde procede esta manifestación artística. Es un espectáculo muy vistoso que, al transcurrir en sánscrito, pues necesita un poco de información previa. Es cierto que cuesta un poco "entrar" (es muy diferente de lo que nosotros entendemos por teatro); pero luego fascina. En India las representaciones duran horas y horas; aquí se comprendió que el público no estaba preparado para tanto y se limitaron a un fragmento de la epopeya Mahabharata. La música (canto y percusión) era hipnotizante y estaba perfectamente coordinada con la gestualidad (muy ajena a lo que los occidentales entendemos por ese término, no veas cómo movían los ojos) de unos actores con un vistoso (y muy elaborado) maquillaje y unos movimientos precisos y económicos de gran fuerza. Espectacular. El escenario escogido acababa de redondear la oferta; ya que ayudaba a crear una atmósfera sobrenatural. Como anécdota, es la segunda vez que vemos una bailarina india "con bigote"; en este caso metafórico, porque aunque era un hombre el que representaba el papel del personaje femenino, se había afeitado (cosa que no podemos decir del artista que vimos en un palacio de un marajá en Rajastán, que de lejos no se notaba, pero los que se acercaron a darle una propina...).
El día de la clausura del Festival ("Un día en Asia", una jornada familiar dentro de las fiestas de la Mercè), estuvimos en dos conciertos; aunque uno lo vimos dos veces. Y también nos paseamos para ver el ambientillo y el resto de actividades programadas. Primero vimos a Altai Khairkhan interpretando canciones y melodías tradicionales mongolas. Fue precioso; podías "verlos" cabalgando por la estepa (quizá tengo mucha imaginación, pero las canciones eran una maravilla). Y, cómo no, utilizaban las famosas técnicas vocales mongolas (como el canto difónico o khöömei, nacido de la voluntad de imitar los sonidos de la naturaleza, que tan raro suena a palo seco, pero que como parte del concierto era de lo más seductor).
Después de comer volvimos a echar un vistazo a las demás actividades, haciendo tiempo para el segundo concierto que teníamos "apuntado". Nos encontramos otra vez con el grupo mongol, tan elegantes ellos, cantando. Así que volvimos a escucharles. Valía la pena. No sabía que hubiera una comunidad mongola en Barcelona; pero allí estaban con sus trajes tradicionales, guapísimos todos. Después había un grupo de gente de Bangladesh (creo, es que no lo vimos desde el principio), escenificando una boda a la manera tradicional. Un joven espontáneo de su comunidad se subió, ni corto ni perezoso, a la pasarela y se puso a bailar en plan "Bollywood". El narrador de la escenificación decidió integrarlo ("los jóvenes bailan, compartiendo la felicidad de sus familias") y todos tan contentos.
Para acabar, la comunidad paquistaní había pedido que actuara Abrar-ul-Haq, una estrella del bhangra-pop de su país. No sabías si mirar al escenario o a la plaça dels Àngels llena a rebosar de paquistaníes de diversas edades, todos endomingados, cantando y bailando. Fue emocionante, porque, por una vez, era su día; los protagonistas eran ellos. La verdad es que la labor de la Casa Asia en este sentido es de lo más loable (también en cuanto a la difusión de la cultura asiática el resto del año).
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