Hace muchos días que me veo incapaz de pasar ni un minuto más delante del ordenador, después de trabajar, para redactar alguna entrada en este blog. Se me hace medianoche día sí, día también, y me voy directa a la cama con un libro de Salman Rushdie (que entre el poco tiempo que le dedico y lo largo que es, no veas lo que me está durando la distracción). No he visto más que una peli desde el "fracaso Coixet" (aunque tengo algunas anteriores pendientes de reseñar, algunos libros también); pero no será por falta de cosas que escribir. De hecho, tres líneas más tarde ya me siento mejor (y eso que tengo que volver al curro, esto es una especie de "recreo" u "hora del patio").
Una de las cosas que menos me gustan de mi trabajo (aunque al final me compensen todas) es la dedicación total que exige a menudo; la sensación de que se acaba un día en el que no has hecho mucho más que trabajar (por suerte, mi compañero de despacho me hace reír a diario, siempre hay un poco de charla durante las comidas...). Estos "secuestros" que sufro a manos de larguísimos manuales de complicadas instalaciones industriales me hacen ser la reina de las "tareas con patitas" que decía un buen amigo de una persona a la que quiero mucho (aún hoy, aunque no esté, ese es un pequeño detalle sin importancia que no resta cariño a la relación). Son las cosas que apuntas en la agenda (si eres tan anticuada como yo y aún tienes agenda de las de bolígrafo, de las de toda la vida) y tachas para volver a apuntar al día siguiente y así sucesivamente, por falta de tiempo (o ganas, que todo puede ser). Lo mío suele ser un problema de ciempiés; solo así se explica que las dichosas tareas sean capaces de recorrer no semanas, sino meses y años.
De los tiempos en los que veía la televisión (y los anuncios) recuerdo una chocolatina con una publicidad resultona que te invitaba a hacer una pausa. Y eso es exactamente lo que hicimos el fin de semana pasado (de tres días en Cataluña, donde somos tan patrióticos, que si hay que celebrar el día nacional, salimos todos pitando para irnos a la playa, a la montaña, al aeropuerto, a donde sea, vaya). Nos tomamos una pausa y nos dejamos el ordenador, los manuales, la agenda, casi todo, en casa (bueno, el libro de Rushdie se vino, claro). Con un poquito de ropa y unas provisiones para las excursiones, bastaba. Y nos fuimos a la Matarraña en Teruel, que con eso de que no existe, se está bastante tranquilo; a la casa rural de Monique y Joris, unos errantes a los que hay que llamar por otro nombre, porque con eso de que son holandeses, pues suena a cliché. Lo de los cielos estrellados (cuajados de estrellas más bien) y la abundancia de pájaros no era broma. Y el silencio, desconcertante de tan absoluto; todo un privilegio.
Y de eso estoy tirando esta semana, de las energías recuperadas durante mañanas de paseos tranquilos y tardes de lectura "vigilando" las montañas, los árboles, los colirrojos... Es una de mis actividades favoritas; leer en algún lugar en el que valga la pena levantar la vista al pasar la página, atisbando de reojo, mientras se lee, paisajes que limpian la mirada. De vez en cuando encontramos una habitación con "ventanas de pantalla plana". Esta vez tenía dos a mi disposición (más en el resto de la casa); ventanas que te atrapan y que muestran lo que de verdad necesitas ver. Yo las llamo "ventanas como televisores" no sé muy bien por qué, si yo la tele no la veo. Pero ejercen sobre mí la misma fascinación que sentimos casi todos ante una pantalla.
La foto de Matarraña es de Jaime Seuma Sandoval.
De los tiempos en los que veía la televisión (y los anuncios) recuerdo una chocolatina con una publicidad resultona que te invitaba a hacer una pausa. Y eso es exactamente lo que hicimos el fin de semana pasado (de tres días en Cataluña, donde somos tan patrióticos, que si hay que celebrar el día nacional, salimos todos pitando para irnos a la playa, a la montaña, al aeropuerto, a donde sea, vaya). Nos tomamos una pausa y nos dejamos el ordenador, los manuales, la agenda, casi todo, en casa (bueno, el libro de Rushdie se vino, claro). Con un poquito de ropa y unas provisiones para las excursiones, bastaba. Y nos fuimos a la Matarraña en Teruel, que con eso de que no existe, se está bastante tranquilo; a la casa rural de Monique y Joris, unos errantes a los que hay que llamar por otro nombre, porque con eso de que son holandeses, pues suena a cliché. Lo de los cielos estrellados (cuajados de estrellas más bien) y la abundancia de pájaros no era broma. Y el silencio, desconcertante de tan absoluto; todo un privilegio.
Y de eso estoy tirando esta semana, de las energías recuperadas durante mañanas de paseos tranquilos y tardes de lectura "vigilando" las montañas, los árboles, los colirrojos... Es una de mis actividades favoritas; leer en algún lugar en el que valga la pena levantar la vista al pasar la página, atisbando de reojo, mientras se lee, paisajes que limpian la mirada. De vez en cuando encontramos una habitación con "ventanas de pantalla plana". Esta vez tenía dos a mi disposición (más en el resto de la casa); ventanas que te atrapan y que muestran lo que de verdad necesitas ver. Yo las llamo "ventanas como televisores" no sé muy bien por qué, si yo la tele no la veo. Pero ejercen sobre mí la misma fascinación que sentimos casi todos ante una pantalla.
La foto de Matarraña es de Jaime Seuma Sandoval.
3 comentarios:
Esta entrada es la más bonita de todas :-).
No se puede añadir más.
Lo dirás por la foto ¿no? ;)
Le doy la razón a Jaims :)
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