Me tentaron con la segunda entrega de Stieg Larsson (por aquello de que el vuelo se me pasaría "volando"); pero la edición que me prestaron, en español, era muy voluminosa para mi mochila y el vuelo a Munich no requería tanta distracción. Así que me llevé la cuarta novela de Siri Hustvedt, The Sorrows of an American (2008) en edición de bolsillo, que no abultaba nada, junto la novela que comentaba este mes Novelantes (Las Catilinarias (1997), de Amélie Nothomb, publicada por Circe), que era muy cortita, y la novela que comentará Novelantes en junio a propuesta mía (The Blind Assassin (2000), de Margaret Atwood), que también tenía en edición de bolsillo, aunque es más larga, y que requería una relectura a tiempo para la tertulia. La única que se salvó fue Atwood, porque las otras dos "compañeras de viaje" que me busqué... Siempre me había dado mucha pereza leer a Nothomb y he decidido sucumbir a la misma sin remordimientos de conciencia y no intentarlo con una segunda novela (la mujer no necesita más lectores, eso está claro). Y la novela de Hustvedt ha sido una decepción.
En The Sorrows of an American el pasado se adueña del presente de una forma bastante forzada (se supone que catártica, pero poco convincente). El punto de partida, un psicoanalista que se enfrenta a la muerte de su padre intentando aprovechar sus conocimientos, resultaría más eficaz si el pobre hombre no tuviera tantos frentes abiertos (un divorcio reciente, una sobrina traumatizada, una hermana viuda a la que la primavera o no le está alterando un tanto la sangre, un artista chiflado, una vecina seductora, un amigo un tanto patético que no para de sudar). Hustvedt escribe bien pero se equivoca, en mi opinión, queriendo incluir tantas cosas diferentes en una misma trama. Está claro que explorar la mente humana da para mucho, pero de ahí a que tengan que aparecer todos los temas posibles... El trauma de la sobrina de Erik tras el 11-S, especialmente, está metido con calzador; no tanto porque no sea creíble, sino porque, como otros momentos de la novela, no resulta convincente.
Parece tópico referirse a la escritura de Hustvedt como fría (dado sus orígenes noruegos), pero lo cierto es que es así. Esa cerebralidad funcionaba en What I loved (2003); pero no aquí. Aquí se monta un "jaleo" postmoderno de cuidado, se nota demasiado que lo ha escrito una autora de Brooklyn que se mueve en un círculo de privilegio e intelectualidad. Hay tal distancia entre el lector y Erik (por no hablar de los demás personajes), que resulta imposible establecer el vínculo necesario para sumergirse en la novela. El único logro, en mi opinión, es la creación de un ambiente muy auténtico, tanto en Minnesota como en Brooklyn; pero eso realmente no podía ser de otra forma tratándose de una escritora experimentada que ha vivido en ambos mundos y los conoce bien. Al leer al final de la novela el reconocimiento de que los fragmentos de diario pertenecen a su propio padre, no se puede menos que pensar "ah, de ahí viene todo". Estamos hablando de una obra muy personal, de un homenaje a su padre (quien, como Lars, descendía de noruegos, nació en un entorno rural y acabó siendo profesor universitario) disfrazado de ficción. Algo que es perfectamente legítimo si funciona; que no es el caso.
En The Sorrows of an American el pasado se adueña del presente de una forma bastante forzada (se supone que catártica, pero poco convincente). El punto de partida, un psicoanalista que se enfrenta a la muerte de su padre intentando aprovechar sus conocimientos, resultaría más eficaz si el pobre hombre no tuviera tantos frentes abiertos (un divorcio reciente, una sobrina traumatizada, una hermana viuda a la que la primavera o no le está alterando un tanto la sangre, un artista chiflado, una vecina seductora, un amigo un tanto patético que no para de sudar). Hustvedt escribe bien pero se equivoca, en mi opinión, queriendo incluir tantas cosas diferentes en una misma trama. Está claro que explorar la mente humana da para mucho, pero de ahí a que tengan que aparecer todos los temas posibles... El trauma de la sobrina de Erik tras el 11-S, especialmente, está metido con calzador; no tanto porque no sea creíble, sino porque, como otros momentos de la novela, no resulta convincente.
Parece tópico referirse a la escritura de Hustvedt como fría (dado sus orígenes noruegos), pero lo cierto es que es así. Esa cerebralidad funcionaba en What I loved (2003); pero no aquí. Aquí se monta un "jaleo" postmoderno de cuidado, se nota demasiado que lo ha escrito una autora de Brooklyn que se mueve en un círculo de privilegio e intelectualidad. Hay tal distancia entre el lector y Erik (por no hablar de los demás personajes), que resulta imposible establecer el vínculo necesario para sumergirse en la novela. El único logro, en mi opinión, es la creación de un ambiente muy auténtico, tanto en Minnesota como en Brooklyn; pero eso realmente no podía ser de otra forma tratándose de una escritora experimentada que ha vivido en ambos mundos y los conoce bien. Al leer al final de la novela el reconocimiento de que los fragmentos de diario pertenecen a su propio padre, no se puede menos que pensar "ah, de ahí viene todo". Estamos hablando de una obra muy personal, de un homenaje a su padre (quien, como Lars, descendía de noruegos, nació en un entorno rural y acabó siendo profesor universitario) disfrazado de ficción. Algo que es perfectamente legítimo si funciona; que no es el caso.
Anagrama ha publicado la traducción española con el título de Elegía para un americano.
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