miércoles, 30 de septiembre de 2009

30 de septiembre: Día del Traductor

Me voy a felicitar a mí misma; ya que es el día del Traductor. Nuestro patrón es San Jerónimo, el traductor de la Biblia al latín; que también es mala suerte que nos pusieran a un profesional tan polémico (por los numerosos errores de traducción de la Vulgata). En fin, de todo hay en el gremio (aunque en nuestro descargo he de decir que hay mucho aficionado y luego pasa lo que pasa). Puede ser que lo eligieran por las noches que se pasaba sin dormir (como penitencia, en el desierto) o por su orgullo (lo que cuesta que aceptemos una equivocación...).
Ah, hace justo una semana que le tocaba a un gremio muy cercano, el de los informáticos (se me olvidó felicitar al director del departamento técnico de mi empresa, qué fallo); el 23 fue Santa Tecla.
Bueno, después de felicitarme a mí misma seguiré con mi celebración particular: ¿qué mejor manera de pasar semejante día que una buena maratón de traducción? Dos catálogos a falta de uno.
Pues eso, que a ver si el mes que viene se me da mejor esto del blog (eso es lo quería decir en realidad). Todo un mes y ni una triste reseña de un libro.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Apurando, como siempre

Bueno, al final hemos podido escaparnos un ratito a ver la exposición de Kees van Dongen en el Museu Picasso. Se trata de la primera retrospectiva que se hace de este pintor en España y finaliza el 27 de este mes; así que, por poco.
De van Dongen tenía referencias como influencia de los expresionistas alemanes Die Brücke y poco más. Tuvo que ser toda una provocación lo de este hombre, a principios de siglo; alguien a quien ser impúdico le parecía una virtud y que hacía semejante uso del color. Hasta tal punto llegó la cosa que la policía tuvo que descolgar de una exposición este polémico cuadro, Tableau (también conocido como El chal español), el que más me gustó de toda la exposición.
Hablando de expresionistas, siempre que voy al Picasso (ahora hacía un montón que no me acercaba) recuerdo la exposición de Schiele; debió ser en el año 2000, en mi época de vecina (del museo, no de Schiele), cuando lo tenía más a mano.
Es increíble que las exposiciones duren meses y yo me pierda muchas. A mí es que el tiempo no me cunde nada. Y es una verdadera lástima, porque es una de las ventajas que tiene vivir en Barcelona. Al final, acabamos sufriendo más los inconvenientes que disfrutando de las cosillas buenas que puede aportar una ciudad que ni es grande ni es pequeña, sino todo lo contrario.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Ventanas como televisores

Hace muchos días que me veo incapaz de pasar ni un minuto más delante del ordenador, después de trabajar, para redactar alguna entrada en este blog. Se me hace medianoche día sí, día también, y me voy directa a la cama con un libro de Salman Rushdie (que entre el poco tiempo que le dedico y lo largo que es, no veas lo que me está durando la distracción). No he visto más que una peli desde el "fracaso Coixet" (aunque tengo algunas anteriores pendientes de reseñar, algunos libros también); pero no será por falta de cosas que escribir. De hecho, tres líneas más tarde ya me siento mejor (y eso que tengo que volver al curro, esto es una especie de "recreo" u "hora del patio").
Una de las cosas que menos me gustan de mi trabajo (aunque al final me compensen todas) es la dedicación total que exige a menudo; la sensación de que se acaba un día en el que no has hecho mucho más que trabajar (por suerte, mi compañero de despacho me hace reír a diario, siempre hay un poco de charla durante las comidas...). Estos "secuestros" que sufro a manos de larguísimos manuales de complicadas instalaciones industriales me hacen ser la reina de las "tareas con patitas" que decía un buen amigo de una persona a la que quiero mucho (aún hoy, aunque no esté, ese es un pequeño detalle sin importancia que no resta cariño a la relación). Son las cosas que apuntas en la agenda (si eres tan anticuada como yo y aún tienes agenda de las de bolígrafo, de las de toda la vida) y tachas para volver a apuntar al día siguiente y así sucesivamente, por falta de tiempo (o ganas, que todo puede ser). Lo mío suele ser un problema de ciempiés; solo así se explica que las dichosas tareas sean capaces de recorrer no semanas, sino meses y años.
De los tiempos en los que veía la televisión (y los anuncios) recuerdo una chocolatina con una publicidad resultona que te invitaba a hacer una pausa. Y eso es exactamente lo que hicimos el fin de semana pasado (de tres días en Cataluña, donde somos tan patrióticos, que si hay que celebrar el día nacional, salimos todos pitando para irnos a la playa, a la montaña, al aeropuerto, a donde sea, vaya). Nos tomamos una pausa y nos dejamos el ordenador, los manuales, la agenda, casi todo, en casa (bueno, el libro de Rushdie se vino, claro). Con un poquito de ropa y unas provisiones para las excursiones, bastaba. Y nos fuimos a la Matarraña en Teruel, que con eso de que no existe, se está bastante tranquilo; a la casa rural de Monique y Joris, unos errantes a los que hay que llamar por otro nombre, porque con eso de que son holandeses, pues suena a cliché. Lo de los cielos estrellados (cuajados de estrellas más bien) y la abundancia de pájaros no era broma. Y el silencio, desconcertante de tan absoluto; todo un privilegio.
Y de eso estoy tirando esta semana, de las energías recuperadas durante mañanas de paseos tranquilos y tardes de lectura "vigilando" las montañas, los árboles, los colirrojos... Es una de mis actividades favoritas; leer en algún lugar en el que valga la pena levantar la vista al pasar la página, atisbando de reojo, mientras se lee, paisajes que limpian la mirada. De vez en cuando encontramos una habitación con "ventanas de pantalla plana". Esta vez tenía dos a mi disposición (más en el resto de la casa); ventanas que te atrapan y que muestran lo que de verdad necesitas ver. Yo las llamo "ventanas como televisores" no sé muy bien por qué, si yo la tele no la veo. Pero ejercen sobre mí la misma fascinación que sentimos casi todos ante una pantalla.

La foto de Matarraña es de Jaime Seuma Sandoval.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Pretenciosa

Ayer fui a ver Map of the Sounds of Tokio / Mapa de los sonidos de Tokio. Creo que el Anticristo no hubiera resultado peor elección (el de Lars von Trier, aunque quizás tampoco el otro). La última película de Isabel Coixet está a años luz de lo mejor de su filmografía (La vida secreta de las palabras, Mi vida sin mí y Cosas que nunca te dije). Si cuando fui a ver Elegy dije que una de las cualidades del cine de Coixet era, en mi opinión, su capacidad para conmover en la medida justa; en esta ocasión no ha encontrado la medida, ni el punto ni nada. De sus mejores películas me gustó la sutil poesía que destilaban; pero en esta se le ve el plumero, las ganas de ser poético (solo me lo pareció el título y encima luego no encajaba para nada con la película, que no transmite los sonidos que pretende). Para entendernos: esta película es como la Isabel Coixet que se entrevistó a sí misma en lugar de charlar con su admirado Haruki Murakami (que era a quien había ido a escuchar la mayoría del público, por no decir todo el mundo), no como la directora de La vida secreta de las palabras.
También es cierto que Sergi López no es Tim Robbins, eso está claro. Le daba yo vueltas al salir del cine a la posibilidad de salvar a su personaje poniendo a un actor tipo Viggo Mortensen; pero la verdad es que la historia es tan absurda, que no hay manera de apañar el entuerto. Rinko Kikuchi tiene que ser buena actriz por narices, porque sale airosa de los papelitos que le tocan; incluso cuando su personaje no existe, como es el caso. Otra cosa es el supuesto magnetismo (según la directora) entre los protagonistas. Yo no lo vi por ninguna parte; es más, no me creo su historia para nada. Y otro personaje que se las trae es el del narrador omnisciente, que a quién se le ocurre. Encima se desperdicia al famoso bailarín de butoh, Min Tanaka, para que lo encarne, con unos monólogos que no tienen ni pies ni cabeza. Vamos, que el tráiler de la peli no auguraba nada bueno y, al final, de los tráiles hay que fiarse más que de tu propio padre.
Pues eso, una decepción; al principio no le ves el qué, pero es que luego empeora considerablemente, con esas escenas de sexo tan cutres, y el final es de vergüenza ajena. Ni siquiera se captura la esencia de Tokio (en ese sentido, y en otros, se queda a años luz de Lost in Translation) ni aprovecha su fuerza (las imágenes son bastante sosas, para lo que es la ciudad). Un ejemplo muy claro es el mercado de pescado, de lo más fotogénico y potente visualmente que se puede ver por estos mundos de dios. Pues en la película no destaca especialmente. Tokio se queda en excusa, en afanes de modernidad, en un escenario incongruente para una historia pobre y poco interesante.

El tráiler, así como "making-offs", diario del rodaje, etc. para muy fans, en www.mapofthesoundsoftokyo.com