sábado, 29 de noviembre de 2008

El siglo de los tótems

Este siglo XXI no se parece aún demasiado al que pintaban los escritores de ciencia ficción. Estamos más anclados en el pasado de lo que nos parece a nosotros mismos. Seguimos aferrados a nuestros tótems (libros sagrados, cruces de madera, tanto da) y seguimos dispuestos, como siempre, a matar por ellos (no a morir, que sería, en teoría, más noble).
Y lo curioso es, que a pesar de tanto apego por el pasado, no somos capaces de cerrar heridas, de restituir dignidades. En este país solo quieren olvidar nuestra época más negra quienes la vieron de otro color. Y mientras no hemos avanzado ni un milímetro desde nuestra guerra, se suceden otras que siguen dando a los cementerios muertos olvidados de los que apenas se habla (a menos que sean occidentales, claro, entonces ocupan unas cuantas páginas de noticias antes de sumergirse en el olvido también). Toda nuestra preocupación, se mate donde se mate, es si había alguno de los nuestros allí (¿ha muerto o está herido algún español tras la oleada terrorista de Mumbai?). Pero si solo hablamos de los nuestros, entonces hacemos bandos con una rapidez pasmosa (crucifijos en aulas públicas sí /no, apertura de fosas sí / no).
Este siglo tiene peor pinta aún que el que le precedió, que ya es decir. Los muertos seguirán sin importarle a nadie. Los vivos perderemos derechos por los que murieron otros. Tanto avance científico y los que quieren matar no se molestan en buscar excusas nuevas. De momento, este siglo no destaca por la innovación, la verdad. La misma historia de siempre. Pero, bueno, a mí es que las navidades cada año se me indigestan antes.

Viñeta de El Roto, filósofo gráfico, publicada hoy en El País.

sábado, 22 de noviembre de 2008

El Booker sigue en su línea

El Premio Booker de este año ha ido a parar a un escritor indio, treintañero, que se estrena como novelista con The White Tiger. Al jurado del Booker le gusta sorprender y provocar; por lo que sus decisiones no suelen coincidir con las elecciones más obvias. Y eso tiene su lado bueno y su lado malo, como todo en esta vida. Está muy bien eso de no premiar siempre a las "vacas sagradas" de la literatura británica (Salman Rushdie se quedó fuera de la lista de finalistas, aunque ya había ganado en el pasado). Pero, a veces, como en el caso de la ganadora del año pasado, Anne Enright (con The Gathering, ver entrada al respecto aquí), a estos del Booker se les va un poco la mano. Parece que han tomado por costumbre premiar a los autores que no parten como favoritos (este año se creía que la cosa estaría entre dos veteranos, Sebastian Barry y el también indio Amitav Ghosh). Y no es que The White Tiger no sea un buen libro; resulta muy prometedor como primera obra. Pero solo los libros inolvidables deberían alcanzar premios como el Booker, el de más prestigio en lengua inglesa. En teoría y según mi humilde opinión, claro.
The White Tiger es de una eficacia engañosa; a la que rascas un poco se le descascarilla la pintura. Captura la atención del lector inmediatamente gracias al recurso epistolar y, sobre todo, al destinatario de las cartas del protagonista, Balram. Pero en seguida se comprende que se trata de un mero pretexto (un tanto traído por los pelos) para dar rienda suelta a una confesión que destila amargura. La amargura del grueso de la población de un país que sigue viviendo sin cosas tan básicas como agua potable, electricidad o el alcantarillado que tanto obsesiona a Balram (que lo preferiría antes que la democracia). Un país donde un adolescente es capaz de vender su alma a cambio de beber un vaso de leche todos los días. Aravind Adiga no descubre nada; todos sabemos que India no es solo el paraíso del famoso "outsourcing" y los "call centers", que la mayoría de la población sigue viviendo con muy poco: pocos recursos, pocas esperanzas, poco futuro. Y que todos esos millones de personas son meros peones en un tablero de orden feudal en el que manda la corrupción. Pero si hay un escritor indio que ha retratado todo esto de forma magistral, no es Aravind Adiga, precisamente, sino alguien que le supera con mucho, Rohinton Mistry (otro día hablaremos de él).
En cualquier caso, la verdadera orginalidad de esta novela es la forma en la que rehuye toda lírica: las narrativas indias, por más miseria que contengan, suelen tener ese toque bucólico que le da un tinte rosado a la suciedad, al hambre... O al menos dramatismo. Adiga no tiene la menor intención de darnos ese respiro, es demasiado sarcástico. Nada es sagrado para él, ni los dioses, ni el padre de la nación, ni el Ganges... Y hace bien. Recurre al desapego, al realismo, para distinguirse y destacar dentro del numeroso grupo de escritores del subcontinente (en India hay muchos y muy buenos). Pero la sensación que me queda tras haber leído The White Tiger es que Adiga podía haber llegado más lejos, que debería haber sido más ambicioso y crear un retrato psicológico menos caricaturesco de su protagonista. Que podía haberle dotado de una voz más auténtica, yendo más allá de la anécdota, arriesgando más. Ha jugado seguro y ha ganado; y quizá los señores del Booker no le hayan hecho ningún favor. O, quién sabe, quizás el prestigio conseguido le anime a jugársela en una segunda novela.

Tigre blanco ha aparecido este mes en español, publicado por Miscelánea.

viernes, 14 de noviembre de 2008

La ciudad que creemos conocer

Cuando se publicó Estambul, del Premio Nobel de Literatura turco Orhan Pamuk, en 2005, los críticos buscaron todo tipo de etiquetas, como "falsas memorias de juventud" (es más que un libro de recuerdos, no encontramos solo al Pamuk niño o adolescente, hay mucho del adulto) o "falso libro de viajes" (Estambul es la ciudad en la que nació Pamuk y donde ha pasado la mayor parte de su vida). Se trata de un libro muy personal y difícil de clasificar; aunque yo tengo mis propias categorías. Para mí, es un libro de mesita (entendiéndose mesita de noche). Se ha pasado muchos meses ahí, como lectura de antes de dormir; mientras empezaba y acababa muchos otros libros. De hecho, se resiste a irse a la estantería y sigue ahí; a pesar de que hace bastantes semanas que (finalmente) lo acabé. Tanta demora en su lectura no es porque me resultase aburrido. Al contrario. Me ha parecido muy interesante en su condición de desnudo integral del escritor (menos de lo que parece a ratos, más de lo que cabría esperar) combinado con su visión no solo de una ciudad, sino de un país, un pueblo y una cultura.
Estambul es la ciudad que creemos conocer, porque muchos hemos estado allí y todos hemos visto fotos. Pero leyendo el libro de Pamuk, desearíamos haber estado allí en otra época, cuando Pamuk era un niño y la ciudad un punto de encuentro de culturas, de lo más cosmopolita, que aún conservaba su atractiva arquitectura, sus callejuelas... Como mínimo, de visitarla ahora, nos gustaría hacerlo teniendo a Pamuk como guía, para verla realmente, atravesando sus muros y los rostros de sus gentes. Porque el escritor no solo conoce muy bien y ama su ciudad, sino que tiene una especie de relación íntima con ella que demuestra cuántas horas le ha dedicado (paseando, leyendo, observando). Y, a pesar de esa intimidad, parece que necesite, de alguna manera, reconciliarse con ella y de paso, como todos, con su pasado. Extremadamente analítico, Pamuk parece no dejarse nada en el tintero, por banal que sea, sin pudor (una impresión, lógicamente, engañosa). Llama la atención una aparente contradicción; su amor por el Estambul más turco y su innegable afición a todo lo europeo. Aunque quizá nunca fue Estambul más europea que en la época en la que apenas contaba con un millón de habitantes (frente a los 14 ó 15 que pueda tener ahora). Al menos de espirítu, y por oposición a su aislamiento actual (por más turística que sea).
Orham Pamuk alcanzó su consagración definitiva con Me llamo Rojo (Benim Adım Kırmızı, 1998) una novela sorprendente y ambiciosa que combina la narración de misterio, la historia de amor y la reflexión filosófica, ambientada en otra Estambul, la del siglo XVI. Nunca me ha resultado especialmente sencillo leer a Pamuk, pero me pasa como con Saramago, que en esa dificultad radica la satisfacción posterior. De Pamuk he leído dos de sus tres libros más famosos, el citado Me llamo Rojo y Nieve (Kar, 2001), que me pareció muy poético. En mi extensa lista de lectura sin fin (encuentro constantemente libros que me gustaría leer) tengo desde hace años El libro negro (Kara Kitap, 1990), el tercero en discordia. Lo he tenido ya tantas veces en las manos que supongo que no tardará en caer.

Estambul está publicado en español por Mondadori (tapa dura) y Debolsillo (tapa blanda).
Más información sobre Orhan Pamuk
aquí (en inglés).

Para saber qué libros de Pamuk están en español y qué editorial los ha publicado, esta página puede ser útil. Nieve y Me llamo Rojo están publicados por Alfaguara.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Atiq Rahimi, Premio Goncourt

El novelista afgano Atiq Rahimi (que obtuvo asilo político en Francia en la década de los ochenta) ha ganado el premio más prestigioso de las letras francesas antes de cumplir los cincuenta y con la primera obra que escribe en francés, Syngué sabour. Pierre de patience. Por lo que he leído, se trata de un nuevo ejemplo de la prosa poética con la que cautivó a los lectores de Tierra y cenizas. Ese es el único de sus tres libros en persa del que puedo hablar; un pequeño cofre lleno de sensibilidad, de dolor y de frases certeras como estas:

"La guerra y el sacrificio siguen la misma lógica. No hay explicación. Lo importante no es ni la causa ni el resultado, sino el acto en sí mismo."

En ese libro, Rahimi hablaba de la guerra con la Unión Soviética. Hoy es el mundo entero quien está en guerra con Afganistán; un país reducido a poco más que tierra y cenizas.

sábado, 8 de noviembre de 2008

El presidente de las palabras

Pues sí, al final ganó Obama. Un candidato presidencial que gozaba del favor de muchos literatos de su país. Por ejemplo, de la Premio Nobel de Literatura Toni Morrisson, que al hacer público su apoyo especificó que su elección no estaba basada en temas raciales (Morrisson es afroamericana), sino que le parecía que Obama era el hombre adecuado para el momento histórico que vivía su país. Y, además, elogió la capacidad de Obama para expresarse y lo bien escrito que estaba su libro (se refería a Dreams from my Father). Quien sepa el inglés suficiente y haya oído hablar al presidente electo de Estados Unidos se habrá dado cuenta de que demuestra un dominio del idioma muy superior al de la media de la clase política estadounidense, y que está a años luz del burdo uso del inglés de su predecesor, George Bush.
Otro escritor de prestigio, Michael Chabon, se alió con diversas figuras del mundillo literario estadounidense para recaudar fondos para Obama durante la campaña. También participaron en actos de apoyo Tobias Wolff y los escritores del subcontinente indio que viven en Nueva York, en bloque: Salman Rushdie, Jhumpa Lahiri, Kiran Desai, Suketu Mehta y Manil Suri. Y los escritores de origen irlandés se unieron a músicos y cineastas para formar una asociación de apoyo y demostrar que Obama gozaba también del apoyo de los intelectuales blancos. Tras su elección, Jonathan Safran Foer se mostró satisfecho de tener como presidente a alguien que conoce el valor de las palabras y las escoge cuidadosamente. También se ha hablado de Obama como el "presidente poeta" y todo un Harold Bloom comparó la poesía que el nuevo presidente escribió en su época de estudiante con la de Langston Hughes, la figura del movimiento artístico conocido como "Harlem Rennaisance". Curiosamente, durante la campaña se publicó que la candidata republicana a la vicepresidencia, Sarah Pallin, había intentado retirar de la biblioteca municipal en sus años como alcaldesa libros que consideraba inmorales, como Hojas de hierba de Walt Whitman, quien fue una gran influencia para Hughes. Con esos antecedentes (aunque no estoy segura de que la "anécdota" sea cierta, "se non è vera, è ben trovata"), está claro que los premiados con el Pulitzer no iban a hacer cola para auparla al poder.
Se supone que McCain tendría algunos seguidores en el ramo de las letras; pero, por lo visto, no se manifestaron a su favor con el mismo entusiasmo (o no lo hicieron en absoluto, más bien). Tradicionalmente, son los actores estadounidenses quien se decantan por un candidato presidencial de forma pública; pero esta vez Obama consiguió numerosas adhesiones de un colectivo con menos tendencia a semejantes manifestaciones. Ser un hombre ducho en el lenguaje es una gran virtud poco habitual, curiosamente, entre los políticos. Veremos qué tal le va a este "presidente de las palabras".

lunes, 3 de noviembre de 2008

Hancock en Barcelona

El pianista Herbie Hancock no se iba a poner a hacer campaña en favor de Obama en el Festival de Jazz de Barcelona (actuó en un Palau de la Música lleno el pasado día 30); más que nada porque esto no son los EE.UU. y no podemos votarle. Pero es prácticamente lo único que le ha faltado hacer a este hombre para expresar su apoyo a quien podría ser el primer presidente negro de ese país (aunque yo sigo sin verlo muy negro, a Obama, digo). Hancock no solo se puso al piano en el vídeo "Yes we can", sino que tiene muy clarito, en la página de inicio de su sitio web, otro vídeo, aún más cursi y americano si cabe, en el que aparece cantando (él y todo quisqui, porque sale hasta Pamela Anderson).
Este ha sido un gran año para un músico con una larga trayectoria que llegó a tocar con Miles Davis. Hancock ha ganado casi todos los premios posibles (en junio, los críticos de jazz les nombraban a él y al guitarrista con el que vino a Barcelona, Lionel Loueke, músicos del año). Yo le fui a ver en calidad de consorte con suerte. Para los que no sabemos nada de jazz, Hancock es junto con Keith Jarrett (le vi el año pasado en el mismo festival, en L'Auditori) un músico muy accesible. Acompañado por buenos músicos (el batería era extraordinario y el de la armónica hacía maravillas con un instrumento tan tonto), parece poco purista y sigue siendo capaz de sorpresas como dejarnos a solas con Loueke haciendo algo extrañísimo y desconcertante (llegó a darme miedo).
Un placer.

+ info. sobre Herbie Hancock aquí.


sábado, 1 de noviembre de 2008

Quemar después de ver

Seguramente esto sea lo que más me ha gustado de la nueva película de los Coen: un cartel prometedor, lleno de nombres conocidos, con la frase "Intelligence is relative". Vale, la peli va de tontos y nos lo advierten de entrada. Lo que pasa es que aunque los protagonistas sean una panda de cretinos, hay que hacerlos creíbles (digo yo, es mi humilde opinión). Y se ve que los Cohen no estaban por currárselo mucho; porque los únicos que llegan a tener un cierto "cuerpo" son los personajes de John Malkovich y Frances McDormand; aunque ninguno de los dos tiene que esforzarse demasiado para interpretarlos. Pero, ¿los demás? Están totalmente desdibujados, ni siquiera perfilados. ¿De qué va el personaje de Clooney? Como no lo saben los propios directores, pues Clooney tampoco; y el hombre hace lo que puede. Y lo de Brad Pitt tiene delito. Si pretendía hacer una gamberrada le ha salido un mamarracho.
Vamos, nada que ver con mis pelis favoritas de los Coen:
O brother, El gran Lebowski y Barton Fink, por más que la crítica la haya querido comparar con las dos primeras. Todo lo que aquellas tenían de ingeniosas esta lo tiene de burda. Para mí, los Coen han sido siempre sinónimo de sofisticación, humor, inteligencia... Puede que esta peli sea de otro director y de otro guionista. Es la única explicación que le encuentro.